Al entregar el manuscrito definitivo (que no sé por qué se les sigue llamando manuscritos si son siempre archivos digitales, pero bueno) de lo que luego sería La Fuente de las Tinieblas, allá por noviembre de 2014, le faltaba todavía algo. Un detallito de nada. No tenía título.
No es tan raro como parece. Conforme la gente de Edge y yo íbamos intercambiando correos y llamadas hasta concretar el proyecto (un proceso de años, y no exagero), el concepto que cuajó era «relatos suburbanos de los Mitos de Cthulhu», y siempre nos referíamos a él de esa forma. Pero claro, una vez entregada y aceptada la versión final, parecía evidente que no resultaba un título apropiado, era demasiado descriptivo y muy poco evocador, y se decidió que pasaría a ser el subtítulo. ¿Cuál sería entonces el título propiamente dicho?
En un principio no estaba demasiado preocupado, al contrario. Recuerdo que cuando hacía mis pinitos literarios de chaval tenía siempre a punto un título muy majo, y hasta me inventaba portadas y maquetaba el texto, pero luego nunca terminaba lo que escribía (y cuando lo hacía era un desastre). Culminar toda una antología con sus cien mil palabras sin tener aún un título para ella me parecía señal de madurez, de estar centrado en lo importante y no en lo accesorio. Pero claro, llegaba el momento de dar ese paso, y no era sencillo.
Había que pensárselo bien. Ya hablé hace tiempo (en los inicios de este blog) de la importancia del título, pero entonces me refería casi exclusivamente a las historias cortas. Y es que los títulos de los relatos son más fáciles, suelen surgir de forma natural mientras escribes, normalmente de un aspecto fundamental de la trama o por una frase definitoria que aparezca en el texto. Yo suelo tirar por títulos cortos, de una palabra o concepto pretendidamente impactante: «Arúspice», «Bookcrossing», «Litopedion», «Neotenia», «Atractor extraño», «Linea nigra», «factor campo»… Otras veces me inclino por algo más largo que suene inquietante: «Sabemos lo que te gusta», «El cuclillo de los pájaros daltónicos», «Hasta que no ocurre una desgracia», «Las estrellas están en posición»… ¿Podía estar por ahí la clave? No acababa de verlo.
Probamos primero con varias alteraciones del subtítulo, por ejemplo «Mitos Suburbanos: Relatos de los Mitos de Cthulhu en el extrarradio» y otros similares, pero quedaba bastante (muy) pobre. Buscando un elemento en común de las historias, aparte de su ambientación suburbana, surgió evidentemente el de Fontenebra, la ciudad ficticia donde se emplazan, y ese fue por un tiempo el título provisional. Pero claro, como bien me señalaron desde Edge: ¿qué es «Fontenebra», con qué puede vincularlo el lector que se tope con la portada? Con nada, claro. No servía.
Fue entonces cuando descubrí que «La Fuente de las Tinieblas», un término que se revela importante en la antología y sobre el que no profundizaré ahora por no spoilearos nada, es realmente un concepto que aparece mencionado en los manuscritos del Mar Muerto:
y de la fuente de las tinieblas las generaciones de la iniquidad.
Ideal. Ya teníamos título, con unas connotaciones siniestras aun cuando no supieras nada de los relatos. Y hasta una cita inicial para justificarlo sin que el lector sospechara demasiado . A partir de ese momento no hubo apenas dudas. El subtítulo y el logo de «Mitos de Cthulhu», común a toda la línea, permitirían al lector saber que lo que tenía delante era una antología lovecraftiana y el título y la portada se encargarían de darle personalidad propia.
Visto en retrospectiva, creo que fue una buena decisión.
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