lunes, 14 de diciembre de 2020

Lecturas 2020

Vamos con las lecturas de este año. Han sido poquísimas y me sorprende, porque más o menos he ido bien de ritmo, pero ha habido grandes parones entre uno y otro libro casi sin darme cuenta. Todo esto del confinamiento por la covidia, además del teletrabajo, no ha beneficiado ese tema (ni muchos otros, claro). Suelo leer en el transporte público y en casa por lo general prefiero ponerme al ordenador (lo sé, no tengo perdón de las musas).

Pero en fin, lo importante es que he podido ponerme con algunos libros a los que tenía ganas desde hacía mucho, y ninguno me ha parecido lo que se dice malo, aunque evidentemente unos son mejores que otros. Como veis, incluso para tratarse de un número tan bajo de lecturas hay mucha variedad temática y temporal, con varios libros de los que se consideran «antiguos».

El club de la lucha [🎥]
Chuck Palahniuk (1996)
Debolsillo, 2017. 218 págs.

Os contaría algo de este libro, pero su primera regla me lo prohíbe ¯\_(ツ)_/¯

Ahora en serio, es una novela representativa como pocas del nihilismo de los años 90, llevada con éxito al cine en el 99 (la portada está tomada del cartel del film). A ver, a mí me gusta y como alegato antisocial es estupendo, pero hay que reconocer que del club de la lucha se habla más bien poquito. Pero hace pensar y tiene grandes personajes, así que bravo.

No voy a añadir más porque por su estructura y temática es difícil de explicar, es mejor que la leáis si aún no lo habéis hecho.

Carmilla [🎥]
Joseph Sheridan Le Fanu (1872)
Alianza, 2006. 147 págs.

Clásica novela corta sobre el vampirismo (con un claro trasfondo lésbico) que no sé cómo no había leído hasta ahora. Tiene un planteamiento un tanto ingenuo, con personajes incapaces de sumar dos y dos y que sin embargo luego aceptan las teorías más peregrinas, y un final apresurado que desperdicia el potencial de la propia Carmilla, pero por lo demás es muy sugerente, recomendable para los amantes del terror clásico.

Bajo nuestros pies [🐙]
Francisco Javier Olmedo Vázquez (2017)
ExLibric, 2017. 266 págs.

Es una novela lovecraftiana inspirada en los Mitos de Cthulhu, y creo que precisamente su problema es que es demasiado clásica. El concepto de pastiche no tiene nada de malo, pero si no se aporta algo nuevo o rompedor acaba aburriendo, más aún cuando la prosa es extraordinariamente dura de vadear, plena de adjetivos y largas parrafadas de personajes que supuestamente están arriesgando su vida. Entiendo el homenaje pero esperaba más.

Territorio Lovecraft [🎥🐙]
Matt Ruff (2016)
Destino, 2015. 442 págs.

La tenía pendiente y, ya que van a hacer la serie de TV, me he puesto con ella. Se ambienta en los años 50, en una familia negra de los Estados Unidos en la era de la segregación racial.

Como lectura es ágil y fluida, lo que ya es mucho. La parte del racismo se me hace machacona, pero entiendo que es el tema y lo respeto. Sin embargo, todo lo de «terror» es muy pobre, los personajes ni se lo toman en serio. Y como yo doy importancia a ese aspecto, mi impresión global es mediocre.

Delta de Venus [🎥]
Anaïs Nin (1940s)
Alianza, 2019. 350 págs.

Antología de relatos eróticos escritos por encargo durante la década de los años 40. Algunos son meros «chistes verdes» y otros desarrollan más la psicología de los personajes, especialmente los femeninos, aunque en general divaga bastante.

Con estas cosas siempre surge la cuestión de si las mujeres escriben un erotismo fundamentalmente diferente del de los hombres o no, y basándonos en este libro desde luego se ven diferencias con lo habitual en el género, pero también cabe preguntarse si Nin era representativa o escribe con un estilo propio (que yo diría que sí).

Meditaciones [🎓]
Marco Aurelio (S.II)
Taurus, 2008. 172 págs.

Obra fundamental de la era tardía de la filosofía estoica. Breve y muy accesible, es un tanto repetitiva y mezcla muchos aspectos (la parte ética, que es hoy día la más valiosa, con la cosmología o la epistemología, demasiado simples a mi entender) pero en conjunto me parece admirable lo bien que ha soportado el paso de los siglos, y lo útil que es para quien desee orientar su vida con sencillez. Digamos que antes de perderse con los libros de autoayuda uno debería leer obras así.

Mujer blanca soltera busca… [🎥]
John Lutz (1990)
Círculo de Lectores, 1994. 300 págs.

No he visto la película del 92 ni tenía idea de qué iba la historia, y sin duda eso ha ayudado a disfrutar de este excelente thriller, lento y bien medido, aunque flojea cuando ya se produce el crimen (no voy a spoilear más).

Aunque no fuera su objetivo, es interesante ver cómo presenta la vida de una mujer «independiente» en Nueva York a finales de los años 80. Lo que sí está claro es que el autor no tiene ni idea de lo que es trabajar de programador 😂

Bioshock: Rapture [🎮🇬🇧]
John Shirley (2011)
Titan Books, 2011. 470 págs.

No es exactamente una novelización del famoso videojuego, sino más bien una precuela donde se narra la historia de la ciudad submarina desde su concepción hasta que da comienzo el juego propiamente dicho, unos quince años más tarde. Debido a eso tiene más libertad y resulta más interesante que otras adaptaciones, aunque en el fondo no deja de ser un «unir los puntos» (metiendo como sea los personajes y localizaciones mencionados en el juego) con poca literatura.

viernes, 30 de octubre de 2020

Regalo envenenado

Hoy toca relato corto (2200 palabras), una mezcla de humor negro y terror que encaja bien con este viernes de pre-Halloween.

Lo escribí hace muchos años para un concurso (donde por supuesto no ganó) y no quedé demasiado satisfecho con el resultado. Mi intención original era que fuese más largo y detallado, pero por limitaciones de la convocatoria tuve que reducir la extensión al máximo. Total, para que luego no salga. Es lo malo de esas cosas, están bien para animarse a escribir pero luego acaban coartando la libertad creativa. En fin, por otro lado así es lo bastante corto como para subirlo aquí sin que resulte excesivo.

Leedlo como si estuvierais viendo una serie teen americana de hace años con elementos de slasher. Espero que lo disfrutéis.


La fiesta estaba en su punto álgido y la joven anfitriona se paseaba con su liviano vestido entre los corrillos de invitados.

—Por favor, dejad los regalos junto al sofá. Gracias, sois unos cielos. Hay más bebidas en la cocina, podéis serviros vosotros mismos.

Había que aprovechar que sus padres se habían tomado un fin de semana «romántico». Hacer eso justo en su cumpleaños era como darle permiso tácito para montar una fiesta absolutamente total.

En ese momento volvió a sonar el timbre de la puerta. ¿Quién demonios llegaba tan tarde? Esperaba que no fueran los vecinos quejándose del ruido, porque había bastante jardín entre una casa y otra. Antes de poder abrir, se encontró con su mejor amiga.

—Chica, menuda fiesta. ¿Quién es ahora, otro chico fornido?

—Ni idea —rió ella—. Pero si lo es, mantén lejos tus manos que hoy los regalos son para mí.

Abrieron. Esperando en el porche, vestido como si fuera a una boda y con sonrisa bobalicona en el rostro, estaba el mayor friki de la clase.

—Ah, ¿eres tú? —fue el frío saludo de la chica—. Pensé que no te había invitado.

—Y no lo has hecho, je, je. Sólo… sólo he venido porque quería traerte un obsequio.

A la chica le entraron ganas de reír. Un «obsequio», ¿quién usaba esas palabras? El chaval traía entre las manos un paquete envuelto en papel de regalo de lo más infantil.

—Vaya, no tenías por qué haberte molestado —contestó desabrida, y estaba siendo totalmente sincera—. Anda, pasa y déjalo con los demás. Y no te quedes mucho rato, ¿vale?

—Gracias, estás muy guapa, ¿sabes?

Ella le ignoró, pero su amiga soltó una risita a su espalda.

—Pobre —dijo—, está coladito. Creo que haría cualquier cosa por ti. Y tú podías ser un poco más amable, la verdad.

—¿Más amable? —protestó la anfitriona—. ¿Con el empollón de la clase? Si me ven mucho a su lado mi popularidad se desplomará. Bastante que confío en él para que me prepare el trabajo de fin de curso. Me juego la nota con eso, y si por lo que sea suspendo, adiós corona.

—Eso contando con que Cindy no te gane en la votación…

La chica lanzó un bufido.

—Menuda furcia —dijo—. Es capaz de hacer cualquier cosa con tal de ganar. Siempre ondeando ese pelo suyo tan guay de morenaza. Seguro que se lo tiñe.

—En clase no se habla de otra cosa, ¿te das cuenta? Ser la reina del baile de graduación es lo más fuerte, cualquiera mataría por eso. Y presiento que vas a ser tú.


El lunes siguiente, en el instituto, el empollón aquel no paraba de girarse (era de los que se sentaba en primera fila, cómo no), para sonreírle todo el rato con su ortodoncia. Suspiró hacia el cielo y recibió como un milagro la llegada del descanso. En las taquillas volvió a juntarse con su mejor amiga.

—¿Te has fijado en que Cindy no ha venido? —comentó ésta.

—¿Yo? No me fijaría en Cindy ni aunque viniera a clase desnuda. Lo cual, tratándose de ella, no me sorprendería nada.

—Bueno, pues agárrate porque dicen que ha desaparecido.

—Por mí como si la abducen los extraterrestres y luego un camión arrolla el ovni.

—¡En serio! —insistió la otra—. Parece que nadie sabe dónde está desde el sábado por la tarde. No ha vuelto a casa y sus padres la están buscando. Creo que van a dar parte a la policía y todo. ¿Sabes lo que eso significa?

La chica rubia reflexionó.

—Que si no viene mañana a las pruebas…

—¡Serás la reina del baile! —Las dos chillaron a coro, y luego la amiga le preguntó—: ¿Ya has pensado qué te vas a poner?

No tuvo tiempo de deleitarse en fantasías sobre moda, porque de nuevo la abordó el friki, momento que su amiga aprovechó para escaquearse. Pero qué tío más pelmazo, ¿qué querría ahora?

—Hola, ¿te ha gustado el regalo?

—¿Cómo? Ah, sí, claro. Muchas gracias.

Ni había vuelto a acordarse de su regalo, pero no quería ser demasiado grosera con él, al menos no hasta que tuviera en sus manos el proyecto que le estaba preparando el chico. Lo que había que aguantar por un aprobado.

—Lo pensé y me dije: «seguro que esto es lo que más le va a gustar» —añadió éste—. Fue complicado, nunca había hecho algo así. Tuve que esperar el momento oportuno, cuando no hubiera nadie atento. Y luego meterlo en la caja sin ayuda, menudo jaleo.

—Ya, ya, de verdad que es estupendo. Oye, ¿tienes ya mi trabajo?

—Estoy con él, pásate luego por la biblioteca a ver si lo tengo listo.

Accedió y por fin se libró de él. ¿Qué leches le habría regalado ese cretino? Recordó la voluminosa caja de cartón, que había acabado en el sótano con los demás trastos. A saber qué demonios habría dentro. ¿Y cómo podía estar tan seguro aquel bicho raro de que le iba a gustar el regalo? Lo que más deseaba ella… Pues ser reina del baile, pensó con una sonrisa.


Durante el entrenamiento de animadoras sólo se habló de lo Cindy. Qué paliza. Igual era todo un truco para hacerse la interesante, ella era muy capaz de algo así. Al terminar se dirigió a la biblioteca. No solía pisar esa zona del instituto, pero visto por el lado bueno allí no los descubrirían juntos sus colegas.

Parecía muy propio de él pasar allí la tarde. En efecto, ahí estaba su mochila raída y los cuadernos de apuntes que siempre llevaba consigo. En cambio, a él no se lo veía por ningún lado. Habría ido al baño o a sacar algo de la máquina de comida, así que decidió esperarlo. ¿De qué leches eran esos libracos tan gordos que estaba consultando? Le echó un ojo a la portada: «Etnología del sudeste asiático». Toma ya, menudo cerebrín. A ella no le iban esas cosas. El capítulo por el que estaba abierto el libro era especialmente asqueroso, pues estaba dedicado a las tribus de cazadores de cabezas de Borneo (que a saber por dónde pillaba). De pronto leyó un párrafo subrayado: «en algunos de estos pueblos, los hombres jóvenes sólo pueden casarse tras presentar como obsequio a su pretendida la cabeza cortada de una muchacha de otra tribu, mejor cuanto más hermosa».

Un sudor frío la invadió de pronto. No le esperó ni un instante más y a los pocos segundos salía del instituto apretando el paso, sin atender la llamada de los compañeros que charlaban sentados en el césped. Llegó a su casa con el aliento entrecortado. Por suerte sus padres seguían fuera. Fue directa al sótano, encendió la débil bombilla pelada y se enfrentó a aquella caja abandonada en un rincón y repentinamente ominosa.

Lo primero que notó fue que olía raro. Y que pesaba lo suyo. Desenvolvió el papel de regalo con temor y mucho cuidado. No podía ser cierto, se lo estaba imaginando, seguro. Nadie haría algo así. Aunque desde luego tenía el tamaño adecuado. Arrodillada delante de la caja, no se atrevía a abrirla. Pero tenía que saberlo. Decidió levantar la tapa sólo un poquito, con eso bastaría para disipar sus temores... ¡Oh, dios!

La cerró de inmediato y se apartó aterrada. Incluso con esa poca luz, había reconocido la característica melena azabache de Cindy, negra y lisa como ala de cuervo. Menos mal que no le había visto el rostro o hubiera vomitado allí mismo.

Maldito psicópata. En qué lío la había metido, todo porque se había enamorado de ella como un idiota. Piensa, piensa, se dijo. Estaba convencida de que por algún lado tenía su número de teléfono. No porque planease llamar en la vida a un perdedor como aquel, pero a principio de curso siempre se hacía una lista con los móviles de todos los compañeros de clase, debía de estar en su cuarto. Subió. Por fin lo encontró y marcó asustada el número, equivocando las teclas en varias ocasiones.

—Ah, hola —la saludó con su voz aflautada—, ¿cómo estás?

Sabía que era ella la que llamaba sin necesidad de que se lo dijera; ese depravado debía de haberse puesto su número en contactos.

—Dime una cosa, es la cabeza, ¿verdad?

—Sí, claro, ¿te ha gustado?

Que si le había gustado. Menudo trastornado.

—Dejemos eso ahora, ¿dónde está el resto del cuerpo?

—Buff, eso es prácticamente imposible de encontrar —respondió él—. ¿Lo quieres?

—¡No, no, no! Sólo quería estar segura de que no iba a aparecer de pronto.

—No, qué va, pueden pasar años antes de que alguien lo encuentre.

Eso la tranquilizó. Igual aún podía salir con buen pie de aquello.

—Fue muy complicado conseguir ese regalo —añadió el chico—, lo he hecho por ti.

Joder, joder, estaba implicada hasta el tuétano en aquello. De pronto le asaltó el temor de que la policía ya les hubiera pinchado el teléfono.

—Mira, no digas nada más. Tienes que venir a mi casa cuanto antes, ¿entiendes?

Él le aseguró que iría enseguida. Bien, en cuanto llegara podrían aclarar las cosas. Porque ella no había tenido nada que ver con el crimen, y eso era lo que él debía declarar a la policía si lo pillaban. Ella no le había insinuado bajo ningún concepto que se cargara a su rival para el baile de graduación, había que quitarle esa idea de la cabeza… ¡No, no!, se reprendió, no digas «cabeza».


Habría que enterrarla bien lejos. Sacó de la despensa la pala que su padre solía usar para arreglar el jardín, y en ese momento sonó el timbre de la entrada. Sí que se había apresurado. Mejor así. Abrió sin mirar y se encontró con su mejor amiga.

—Eh, ¿hola? —saludó sin ganas.

—¿Por qué no has hecho caso antes en el césped? —le recriminó la otra, colándose en la casa—. Quería hablar contigo.

—Pues yo… —titubeó—. Hoy voy con prisas, ya ves. Tengo muchas cosas que hacer. ¿Qué quieres?

—Qué rara estás, hija. Sólo quería comentar contigo lo de Cindy. Imagina que ha desaparecido de verdad, ¿quién podría tener algo en contra de esa cabeza hueca?

Sintió un escalofrío al oír «cabeza» ¿Por qué había tenido que usar justo esa palabra? Cada vez estaba más nerviosa.

—Lo lógico es pensar en algún exnovio, ¿no? —prosiguió la otra—. Pero no había tenido ninguna relación seria, así que tiene que ser por otra cosa. Alguien que salga beneficiado si se quita de en medio… Y no se la ve desde antes de la fiesta que diste. Por cierto, ¿al final qué era el regalo de ese tío raro?

Estaba demasiado cerca de la verdad. Se asustó, sus frenéticos ojos buscaban una salida. Había dejado la pala detrás de la puerta, la otra le daba la espalda sin dejar de parlotear. No tendría una oportunidad mejor. Si ese chaval enclenque había podido, ella también.

—Me pregunto si a ti…

¡CLANC!

—¡Tú no te preguntas nada! —chilló, al borde de la histeria. Entonces se dio cuenta de que la hoja de la pala estaba manchada de sangre y trozos de cuero cabelludo, y que su mejor amiga no se movía del suelo. Estaba muerta…

Muerta. Todo iba de mal en peor. Pero no había que perder la calma, aquel empollón ya se había deshecho de un cuerpo, ¿verdad? Podría hacer lo mismo con este, y de paso también con la maldita cabeza. Luego ella limpiaría bien el suelo antes de que llegaran sus padres. Total, nadie sabía que la chica había ido a su casa justo entonces.

Ahora sí que eran cómplices, no podría denunciarlo por el primer crimen o la arrastraría consigo. ¿Bastaría con un pacto de silencio? ¿O la chantajearía para que fuera su novia? Seguro que sí, y quizá también para que se acostara con él… Oh, qué asco. Adiós a su vida social. Pero todo eso después del baile de graduación, por favor, después aceptaría lo que fuera.

No era capaz de quedarse allí, delante del cadáver, así que salió al porche a esperarlo. Enseguida lo vio venir por la acera y, esta vez, el suspiro que soltó fue de alivio.

—Menos mal que has llegado. Verás, es por tu «regalo» —dijo con disimulo en cuanto llegó hasta ella, por si algún vecino los estaba escuchando—. Tengo otro parecido para ti.

—Genial, estaba seguro de que tú también serías muy fan de Star Wars.

Eso sí que no se lo esperaba.

—¿Perdona?

—Bueno, lo digo por lo mucho que te ha gustado el busto de Darth Vader.

—¿El busto de…?

—Sí, ya sabes, mi regalo, con su casco negro y tal. Edición limitada, tiene ya unos cuantos años. Pujé por él en una subasta online Elegí el momento justo, cuando no había nadie más atento, así pude conseguirlo a buen precio.

»El cuerpo entero ya te digo que es casi imposible de encontrar, es un objeto de coleccionista. Por cierto, acabo de ver a Cindy a la puerta del insti, llevaba una resaca de campeonato. Por lo visto el sábado se pilló tal pedal que aún no había vuelto a casa, porque le daba vergüenza que su familia la viera así, ¿te lo puedes creer? Con las ojeras que lleva, no tendrás problemas para ser la reina del baile. ¿Me oyes? Te has quedado como alelada…

martes, 29 de septiembre de 2020

El camino del héroe II: el monomito clásico

En la primera parte expliqué un poco por encima en qué consistía el camino del héroe o monomito y por qué era importante en la narrativa moderna. En este artículo quiero profundizar en la estructura interna de la versión más clásica del mismo, sin sofisticaciones, tal como la encontramos en numerosas obras convencionales.

El principal análisis que podemos hacer del camino del héroe es su división en tres actos (no es un número casual): la partida, la aventura y el regreso.

La partida

El comienzo del camino del héroe siempre pasa por presentar a nuestro protagonista, un individuo normal que lleva una vida tranquila e incluso aburrida. Esto cumple dos funciones importantes de cara al lector: primera, que pueda identificarse con el héroe, de modo que no ha de ser un tipo demasiado especial (por lo menos al principio, aunque luego se revele lo contrario, como que es el príncipe perdido o el elegido de una profecía). Y segunda, prepara el contraste con lo que luego será la aventura. Si siempre viviera sucesos emocionantes no habría lugar para ninguna evolución personal, porque para él no dejaría de ser algo cotidiano, y por eso los superhéroes rara vez evolucionan. Vemos, por tanto, que una de las claves del monomito es el cambio: cuando el viaje termine, el protagonista no será como al principio, se habrá transformado.

Narrativamente esto implica que el comienzo no debe ser demasiado interesante, o de lo contrario al lector no le gustará que dejemos atrás ese entorno. Y por tanto el primer acto ha de ser relativamente breve. Presentamos al personaje, su día a día y los problemas externos o internos que afectan a su vida. Y en cuanto se pueda, metemos la llamada de la aventura: sucede «algo» fuera de lo común que saca al protagonista de su rutina. Hay variedad donde elegir. Puede que literalmente venga alguien a proponerle una aventura, como Gandalf con Bilbo, o que presencie una injusticia e instintivamente decida actuar, o que por casualidad esté en el momento justo en el lugar indicado, el caso es que el anzuelo de la aventura está ahí.

Normalmente hay dos elementos que vienen después. La negación suele ser la primera reacción del personaje: no desea partir de aventuras, ni enfrentarse al poder, o cree que él no guarda relación con lo sucedido, hasta que los hechos se impongan por sí mismos. La otra es la aparición de un mentor, un personaje más sabio (al menos sobre los aspectos de la aventura y del papel del personaje principal en ella, revelaciones sobre su pasado incluidas) que hará de guía y maestro y que seguramente palmará cuando ya no sea necesario para la evolución del protagonista. Y finalmente habrá un momento bien definido en el que el personaje dará un paso decisivo, sin vuelta atrás, y ya estará metido en la aventura. Ahí cerramos el primer acto.

La aventura

Esta es la fase principal de nuestra historia y tenemos más libertad para plantearla. Será donde mostremos lo original que es el universo que nos hemos inventado, la magia, las naves, personajes chulos y lo que queráis. Pero, importante, no hay que perder de vista la estructura general o nos extraviaremos sin llegar a ninguna parte.

Ya hemos presentado al protagonista y seguramente al mentor, ahora toca introducir a los aliados y enemigos del personaje, y por supuesto al antagonista principal, cuya victoria final supondría la destrucción de este mundo tan interesante que acabamos de empezar a mostrar. Claro que todo esto puede ser literal o metafórico: el enemigo puede ser una enfermedad, o la nada que devora el Reino de Fantasía, o un ojo llameante en Mordor o lo que os apetezca. Pero es importante que los aliados sean palpables y estén bien definidos, porque van a influir de forma determinante en los enfrentamientos venideros y seguramente alguno perezca, y queremos que el lector sufra su pérdida.

Por lo general es buena idea plantear tres enfrentamientos. En el primero el personaje recurrirá todavía a los conceptos de su vida anterior, como si nada hubiera cambiado, y lógicamente será derrotado. En el segundo habrá mejorado mucho y usará sus nuevas aptitudes y quizá a sus aliados, pero sorprendentemente volverá a ser derrotado, o a lo sumo alcanzará una victoria insuficiente, porque su transformación sólo ha sido superficial. Deberá atravesar una maduración interior, unificando todos los aspectos de su vida presente y pasada, para ser por fin capaz de vencer en el tercer y definitivo enfrentamiento.

Por supuesto podéis hacerlo como queráis pero de este modo va a resultar más satisfactorio para el lector. Pensad que si sólo hay un enfrentamiento y el personaje lo gana, va a parecer una Mary Sue sin mérito alguno. Y si vence gracias exclusivamente a sus aliados, pues para eso no hacía falta que saliera de casa. Tened en cuenta que no ha de vencer porque tenga mayor habilidad de combate que su enemigo, sino porque hace «lo correcto», aun con gran coste personal. El camino del héroe es, ante todo, un relato moral. Si al final el protagonista simplemente va a sustituir al adversario y se convierte en un nuevo tirano, ¿a qué viene todo esto?

Y ya que hablamos de moralidad, si queréis ir un paso más allá también puede ocurrir que el protagonista comprenda lo poco que le diferencia de su adversario y se niegue a seguir sus pasos, o por el contrario que se identifique con él como peones de fuerzas superiores y hasta lamente tener que destruirlo. En cualquier caso, con esta victoria su transformación personal quedará completa.

El regreso

Una vez derrotado su adversario, el protagonista alcanza su premio, que puede ser espiritual o material, como una espada, el conocimiento del fuego, la libertad, la mano de la princesa o lo que sea que estaba buscando. Sin embargo, es habitual que para este momento el personaje ya no necesite esa recompensa o carezca de sentido para él porque ha trascendido esa fase de su vida. Normalmente deberá cederla a otros o regresar con ella para dársela a su pueblo, o quizá el premio sea acceder al trono, pero con la misión de reinar sabiamente y no en su propio beneficio. Si el premio fuese algo material que el personaje hubiese ansiado desde el primer momento para sí, como un tesoro o el poder absoluto, no habría evolucionado nada y la historia quedaría coja. Y si lo que buscaba es el amor (de la princesa, por ejemplo), debe quedar claro que lo consigue porque ahora es digno de él, no simplemente por vencer.

Este acto suele ser también corto porque ya hemos enseñado todas las cartas y el lector intuye ya lo que va a pasar, simplemente estamos confirmándolo y no conviene alargarlo innecesariamente. Podemos poner una sorpresa final, por supuesto, pero si afecta al monomito en sí podemos cargarnos todo lo que llevamos hasta el momento. Por eso la mayoría de obras que siguen este ciclo suelen plantear un viaje de regreso bastante breve, donde se remarca lo diferente que es el personaje respecto a cuando lo recorrió en sentido contrario, hasta volver a su hogar. Quizá encuentre allí algún enfrentamiento menor (por ejemplo contra los abusones del insti o con alguien que parecía al principio muy superior a él) y después trata de asentarse de nuevo, pero comprende que su vida ya nunca volverá a ser la misma. Aquí algunos autores hacen que el protagonista sea aclamado como un héroe por el resto de sus días, y otros que se sienta incómodo y parta a una tierra ignota para estar a solas con sus pensamientos. A mí me gusta más esto último, pero cada uno según sus preferencias.

Conclusiones

Y esa es básicamente la estructura del camino del héroe. Como veis está bastante trillada pero permite cierto margen de libertad, en particular si nos centramos en la psicología de los personajes y en las consecuencias de sus acciones. A mi juicio, los siete elementos que no pueden faltar en el monomito, lo planteemos como lo planteemos, son:

  1. Vida corriente del protagonista.
  2. Llamada de la aventura.
  3. Mentor que explica la nueva realidad.
  4. Antagonista aparentemente invencible.
  5. Derrotas costosas.
  6. Transformación personal irreversible.
  7. Victoria final.

Y el orden es básicamente ese. Podemos jugar a reordenar los puntos 2, 3 y 4, presentando primero al antagonista y luego al mentor, o primero al mentor y luego la llamada de la aventura, pero poco más. Por eso es una estructura fundamental, porque es muy sólida.

¿Debemos seguir el monomito en nuestras historias? Cada uno es libre, evidentemente. Pero lo que intento transmitir es que, o bien lo seguís fielmente (aunque sea con giros inesperados) o lo ignoráis por completo, porque hacerlo a medias suele dar mal resultado. El lector está muy acostumbrado inconscientemente a este tipo de tramas y si cambiáis un aspecto importante va a quedar raro, como cuando esperas unos acordes y tocan otros.

Bien, tras este breve análisis del camino del héroe en su versión tradicional, que podemos encontrar en diversos medios narrativos, en futuras entregas plantearé versiones alternativas del mismo enfocadas a otro tipo de historias. Permanezcan a la escucha.

lunes, 28 de septiembre de 2020

El camino del héroe I: intro

Sabéis que me atrae mucho la narrativa, entendiéndola como el estudio de las normas y estructuras que dan sentido a las historias que contamos. Por qué hay elementos que funcionan en una novela y en otras no, cuáles son las diferencias básicas entre géneros literarios y cuáles se pueden subvertir sin defraudar al lector, en cuántos actos conviene dividir una historia, ese tipo de cosas. Hay quien llama a eso narratología, pero es un nombre tan feo… Dicho sea de paso, si os interesa el asunto tengo varios artículos sobre estos temas en el blog, reunidos por la etiqueta Consejos vendo (por aquello de que a menudo me olvido de aplicármelos yo mismo).

Hace tiempo que quiero hablar del camino del héroe, una estructura clásica que aún se usa mucho hoy día (especialmente en el cine, pero también es abundante en la literatura de género) y que seguramente conozcáis ya. Como el tema merce un estudio reposado, voy a separarlo en varios artículos y en este me voy a centrar en presentar el tema.

El camino del héroe (hero's journey) es un armazón básico de narración que se usa desde tiempo inmemorial, aunque su codificación y análisis son más modernos (el término data de 1949, de la obra The Hero with a Thousand Faces de Joseph Campbell). Por resumir, se refiere a la típica historia en la que el protagonista vive tranquilo, se embarca en una aventura que le transforma y le hace madurar, y finalmente retorna triunfador.

Dicho así resulta muy genérico y esa es precisamente una de las críticas que se ha hecho a este concepto: que es tan amplio que se puede aplicar a casi todo (hasta tal punto que a menudo se lo llama el monomito) y por tanto resulta poco útil. Otro problema es que Campbell realizó su análisis no desde un punto de vista narrativo sino psicológico, puesto que ese era su campo, con lo que eso conlleva (excesiva idealización, enfoque en la autoayuda, etc.). Y la tercera pega es que, si bien la superestructura del monomito está bastante clara, existen decenas de subdivisiones distintas, con numerosos elementos que pueden o no estar presentes, que complican bastante el análisis.

Teniendo todo eso en consideración, no podemos negar que el camino del héroe sigue siendo una «plantilla» extraordinariamente común. Por ejemplo tanto El Hobbit como El Señor de los Anillos la siguen casi al dedillo, y de hecho casi cualquier obra de fantasía heroica. Harry Potter lo sigue, Star Wars lo sigue, La Historia Interminable, Las Crónicas de Prydain, muchos de los mitos clásicos (griegos y romanos) o medievales (como el ciclo artúrico) lo siguen, muchas religiones lo tienen presente. En el cine qué os voy a contar, lo tenéis cada día en la cartelera. Y por eso digo que conviene conocerlo a fondo, tanto para hacerlo bien si queremos recurrir a él como para saber dónde apartarnos del canon, si ese es nuestro objetivo.

En el siguiente artículo pasaré a analizar la estructura del monomito en su versión más clásica, para tener claros los fundamentos.

jueves, 27 de agosto de 2020

Poesía precoz

Otro de esos artículos de los que renegaré si alguien me pregunta, como el anterior del pixelart 🙄. Esta vez son unos poemas que escribí siendo un chaval y su origen es muy similar, un viejo CD donde por lo visto guardé mis cosas de esa época.

Os podéis imaginar cómo son: poesía adolescente, como ya me han dicho muy becqueriana (que seguramente quiera decir cursi, vaya usted a sber).

He realizado una pequeña selección y eliminado lo que me parecía directamente demasiado malo (aunque ya se sabe que ese es un concepto relativo). Pero los que incluyo los he copiado tal cual, sin repasar la métrica ni tocar una palabra. No le veo sentido a modificarlos ahora cuando representan un estado de ánimo y un modo de ver la vida que dejé atrás hace mucho. Lo que sí he hecho es ordenarlos de más breves a más extensos; así os ahorro sufrimiento.

x

No voy a ninguna parte
ni vengo de ningún sitio;
tan sólo puedo decir de mí:
he sido.

ix

De mi alma inerte una herida
lágrimas de sangre vierte
sobre la nieve caída.

Sangre vertida en tal suerte
que quien no te tuvo en vida
ha de llorarte en muerte.

ii

Vieja es la muerte,
viejo es el amor,
vieja es el alma
de quien canta esta canción.

Cuando joven era el alma
como joven se enamoró,
y cuando joven era el amor
como joven amor la amó.

Mas ya era vieja la muerte
cuando a mi amada visitó,
y sólo dejó en mi vieja alma
esta vieja, vieja canción.

Vieja es la muerte,
viejo es el amor,
vieja es el alma
de este viejo trovador.

iii

En tierra tengo palacios
oro, joyas y riquezas
como muy pocos señores
tuvieron nunca en sus tierras.
Mis enemigos acabaron,
con sus numerosas fuerzas,
vencidos y encadenados
remando en mis galeras.

Gané mil batallas
triunfé en mil guerras
con el fuego de mi odio
ardieron mil hogueras.

La sangre por mi derramada
tiñó de rojo la frontera,
dicen que donde yo pisaba
nunca más crecía la hierba.
Los ejércitos huían
nada más ver mi bandera
tal era mi ciega furia,
tal mi despiadada entrega.

Gané mil batallas
triunfé en mil guerras
con el fuego de mi odio
ardieron mil hogueras.

Los más sabrosos manjares
abastecieron mi despensa,
los más preciados botines
enriquecieron mi hacienda.
Los mejores trovadores
dieron alegría a mi mesa,
las más lujosos tapices
adornaron las frías piedras.

Gané mil batallas
triunfé en mil guerras
con el fuego de mi odio
ardieron mil hogueras.

Buenos consejeros,
sabios del planeta,
si es cierto lo que digo,
si gané tantas guerras...
Si todo esto es así
y nada se me niega,
responded esta pregunta
que a mi ser inquieta:

¿Por qué sólo puedo mirar
aquella lejana vela
de un bajel extranjero
que por poniente se aleja?

¿Podría ser, mi gran señor,
porque en aquel bajel
    / se aleja ella?

lunes, 10 de agosto de 2020

Pixel art (es un decir)

Voy a aprovechar el verano y la ausencia de lectores para publicar algunos artículos «vergonzantes», como este mismo 😳. Sois muy libres de saltároslos.

Pues resulta que de adolescente me dediqué durante una época a hacer dibujillos con el Paint. Muy pequeños, casi de tamaño icono, lo que ahora llamaríamos pixelart pero en mal. Encontré por casualidad el otro dia una copia de seguridad de mis archivos de aquella época, y ahora me da cosa permitir que se pierdan definitivamente. Que son malos, lo sé, pero también son mis criaturitas y les tengo cariño…

He seleccionado unos pocos, de los más resultones. En cada uno muestro en un recuadro cómo se vería a tamaño natural, y el ampliado para que veáis que son píxeles sueltos, sin trucos. Están en azul porque así los guardé en los .bmp. Supongo que me gustó cómo quedaba.

Como podéis comprobar, estaba muy metido en mi fase «D&D» y casi todos son de temática medieval-fantástica. Igual de haber sido yo más lovecratiano en esa época habría metido tentáculos, quién sabe. Y bueno, sí, abundancia de chavalas con poca ropa, ya digo que me hallaba en la adolescencia.

En fin, ya veis que la humanidad no perdió a ningún artista cuando pasé a otros entretenimientos.

viernes, 7 de agosto de 2020

El jarrón roto (parábola)

En casa teníamos un jarrón. Bastante bonito, la verdad, con siluetas de pajarillos y motivos vegetales, elegante sin llegar a lo recargado. Me parece que fue uno de los regalos de boda, aunque ahora no estoy muy seguro. En todo caso debió de ser por esas fechas, porque sí recuerdo que cuando nos instalamos en la nueva casa mi mujer lo colocó en el dormitorio, en lugar bien visible.

Es curioso que lo pusiéramos ahí porque yo nunca había otorgado gran valor a los jarrones. ¿Para qué sirven, a fin de cuentas? Es una cosa un tanto anticuada e incómoda que quita espacio y libertad de movimientos. Fue mi esposa la que se empeñó en que ocupara un sitio destacado, y no pude negárselo. Era ella quien se preocupaba por mantenerlo limpio y sobre todo intacto, y hasta le colocaba unas flores de tanto en tanto para adornarlo.

Hubo épocas en las que se ponía realmente pesada con el tema. «Ten cuidado con el jarrón», «no vayas a tirarlo en un descuido», «no dejes que se caiga, con lo torpe que eres», así de continuo. Yo no tenía ninguna intención de romperlo, evidentemente, aunque siempre puede ocurrir un accidente, nadie está a salvo de algo así. Y la verdad es que me ponía nervioso. «Parece que se ha movido, ¿no le habrás dado un golpe?», me acusaba en ocasiones, y también de juguetear distraídamente con él poniéndolo en riesgo. Yo lo negaba de corazón, pero no creo que ella se quedara muy satisfecha. Durante un tiempo acabé realmente harto del maldito jarrón.

Sin embargo, con el paso de los años le cobré aprecio. Era agradable saber que estaba ahí, sencillo y quizá inútil, pero duradero. Nosotros podíamos atravesar dificultades y problemas varios en nuestra vida, pero el jarrón perduraba. Me acostumbré a ser yo quien lo engalanaba con un ramillete o le pasara el plumero. Y seguramente, al ver que lo cuidaba, ella dejó de importunarme con el tema.

Un día cualquiera regresé a casa y estaba roto. Seguía en el mismo sitio de siempre, pero una amplia grieta lo recorría de arriba abajo y varios fragmentos de porcelana descansaban sobre la balda. Fue una sensación muy extraña encontrarlo así. Por supuesto le pregunté de inmediato a mi esposa qué había ocurrido, pero no le dio importancia. «No está roto, son exageraciones tuyas», dijo, «puede que la pintura se haya agrietado con el tiempo, pero no es nada grave». Le pedí que lo mirara, porque me parecía claro que no era consciente de lo que había ocurrido, pero ella se negó e insistió en que me lo estaba imaginando.

Eso me dejó perplejo. El jarrón que ella se había empeñado tanto en proteger ahora le resultaba irrelevante, incluso molesto de contemplar. En fin, me dije, si para mi mujer no está roto, ¿por qué ha de estarlo para mí? Era mucho mejor ignorarlo, eso seguro. Quizá tuviese ella razón y el tema careciera de importancia. Así me ahorraba la angustia de asumir aquella fea grieta y el suceso que la había podido causar.

Permanecí así un tiempo, actuando como si nada, esforzándome por seguir igual que antes. Pero fue inútil. Cuando ponía unas flores dentro alguna se caía por la brecha. Y si las regaba para que duraran más tiempo frescas, el agua corría por la superficie y empapaba el suelo. Finalmente tuve que admitir que estaba roto, e incluso diría que los desperfectos aumentaban con el tiempo. Llegó el momento en que no pude negar más que el jarrón se había quebrado irremediablemente.

Quizá si ella lo admitiera habríamos podido arreglarlo juntos. He leído que en Japón existe la costumbre de reparar objetos con metales preciosos, simbolizando así cómo la rotura forma parte también de su historia. Yo estaba dispuesto a intentarlo, pero es una labor muy delicada y no podía hacerlo yo solo sin su ayuda. Y se negó. También podíamos comprar otro jarrón, claro, pero no sería lo mismo. Es decir, creo que con otra persona sí podría compartir un jarrón nuevo e intacto, pero con mi esposa ya no. Aquel había sido nuestro jarrón y ahora estaba roto, no había modo de soslayar eso. Y roto uno, ¿cuánto tardaríamos en romper el siguiente, si de todos modos no era algo que le importara?

No, no había modo de arreglarlo. Así que cogí un fragmento de recuerdo y me marché de casa. Nunca he regresado. A veces me pregunto qué habrá ahora en el lugar donde estaba nuestro jarrón.

jueves, 21 de mayo de 2020

Linternas en los años 20

Apuesto a que tus sufridos investigadores de los años 20 han necesitado en más de una ocasión luz artificial para descubrir lo que ocurre en el sótano de la mansión abandonada, o para ver qué merodea en plena noche por el antiguo cementerio. Y por supuesto podrían recurrir a antiguos medios de iluminación pero, ¿no sería mejor que tuvieran a mano una linterna? Y seguro que queréis hacerlo realista, ¿verdad? Pues vamos a ver qué opciones tenían.

Tecnología disponible

Como suelo hacer, empecemos con la tecnología subyacente para hacernos una idea del camino que lleva hasta aquí. Para fabricar una linterna se necesitan dos elementos clave: una bombilla y una pila. Esto os puede parecer obvio pero no fue fácil llegar a ello. Vamos a verlo.

Toda pila se basa en una reacción química que produce una diferencia de voltaje entre dos terminales. Las primeras pilas, surgidas a comienzos del siglo XIX, se llamaban «líquidas» porque contenían precisamente elementos líquidos que desencadenaban la reacción y por tanto no se podían usar en cualquier posición ni mover demasiado. En algunos casos esto no supone un grave problema; por ejemplo, muchas de las baterías de los coches actuales siguen siendo una variante de las baterías líquidas de ácido-plomo, inventadas hacia 1860, aunque ahora usan geles en lugar de líquido y están selladas para evitar pérdidas. Pero evidentemente este tipo de pilas no servían para linternas portátiles.

Las primeras pilas «secas» verdaderamente útiles fueron las de zinc-carbono, que se comercializaron en los EE.UU. a partir de 1896 y que en la época que nos atañe son de lejos las más comunes en el mercado. Realmente en los años 20 ya existían otros tipos de pilas, como las alcalinas e incluso algunas experimentales con litio, pero eran minoritarias.

El invento de la linterna portátil vino inmediatamente después al de la pila, y tenemos la primera patente fechada en 1899. Ahora bien, las pilas estaban poco desarrolladas y por su parte las bombillas seguían teniendo el tradicional filamento de carbono (para que os hagáis una idea, las bombillas de carbono son esas con el filamento muy retorcido que dan una luz suave y cálida, que se ven en algunas cafeterías para dar ambiente). Pero los filamentos de tungsteno demostraron ser más duraderos y brillantes, y a comienzos de la década de 1910 se empezó a añadir un gas inerte al bulbo en lugar de vacío, aumentando la luminosidad: ya teníamos bombillas tal como las conocemos (bueno, las de antes de los leds, ya me entendéis).

Linternas

Como suele ocurrir con toda tecnología, las primeras linternas portátiles eran caras, frágiles y daban poca luz. Sin embargo pronto se convirtieron en un objeto popular debido a sus ventajas sobre los sistemas previos, ya que no tenían llama y por tanto no podían provocar incendios, ni se apagaban con el viento, ni consumían oxígeno (importante en las minas). Además, podían encenderse y apagarse de inmediato y sin complicaciones.

Por el lado malo, las pilas de zinc-carbono de estas primeras linternas no proporcionaban una corriente continua, sino que al cabo de unos segundos empezaba a decaer y había que apagar la linterna para que «descansara» y volviera a proporcionar una luz relativamente potente. Por ello algunos de los primeros interruptores no eran tales, sino un simple contacto que se apretaba para encender y en cuanto se soltaba cortaba la corriente, ya que en ningún caso iban a estar encendidas continuamente (de ahí viene su nombre en inglés, flashlights). De paso, esto las hacía muy útiles para enviar señales morse, como ocurrió en la Primera Guerra Mundial. La progresiva mejora de la vida útil de las pilas permitió mantenerlas encendidas varios minutos (a lo sumo) y los interruptores podían quedarse activados.

A partir de los años 10 las linternas eran ya muy similares conceptualmente a las modernas, y a comienzos de los años 20 podíamos encontrar en una tienda la típica linterna tubular con una base que se desenrosca para ponerle las pilas, otras de bolsillo y otras algo más grandes, muy parecidas a las de bicicleta, que se podían colocar sobre una mesa para trabajar. Era habitual que las linternas portátiles tuvieran espacio en la base para una o dos bombillas de repuesto. Se estima que en 1922 se habían vendido en los EE.UU. unos 10 millones de linternas y el mercado (linternas más pilas) movía unos 20 millones de dólares al año. La marca más popular era con diferencia Eveready, que casi era sinónimo de linterna portátil, aunque las Winchester también eran conocidas. Por su parte, las típicas bombillas de filamento de tungsteno se vendían bajo la marca Mazda, que pertenecía a General Electric.

Pilas

Las pilas portátiles se popularizaron realmente gracias al boom de la radio en los años 20 (un tema que deberíamos analizar otro día): como muchos hogares carecían de corriente eléctrica, las radios podían funcionar con pilas. Estos aparatos solían usar varios tipos de pilas a la vez, una para cada válvula de vacío. Al nombrar las válvulas como A, B y C, nacieron también los primeros tipos estandarizados de pilas.

Las pilas C y principalmente D (otro formato nacido por la misma época, más grande que la C) se usaron rápidamente para las pilas por su tamaño y voltaje (1.5V). Por ejemplo, la primera linterna de 1899 usaba tres pilas D en serie. Pronto se vendieron «tubos» de dos o tres pilas D en serie para linternas de 3V o 4.5V, respectivamente, de forma que se consumieran de forma homogénea y no se juntaran pilas nuevas con usadas. También existían linternas de bolsillo con pilas AA, aunque daban menos luz y solían ser decorativas (incluso las hubo para espías en la Gran Guerra). Las AAA son muy posteriores.

Lo sorprendente es que estas antiguas linternas aceptan perfectamente pilas actuales. La estandarización de formatos, tanto en dimensiones físicas como en voltaje, estaba relativamente avanzada en los EE.UU. desde 1919 gracias a la labor de la US National Bureau of Standards, aunque sus normas no dejaron de ser «recomendaciones» hasta 1928. No obstante, las pilas almacenadas acababan por descargarse aunque no se usaran. Por esto era importante comprarlas recién traídas del fabricante. Las pilas llevaban una fecha de caducidad impresa con mes y año. Eveready vendía sus propias pilas, lo mismo que Wincherster, junto a otras marcas conocidas como Cyclone o Burgess.

Bombillas y el cártel Phoebus

Si bien a principios del siglo XX hubo un gran avance tecnológico en las bombillas, aspecto clave de cualquier equipo de iluminación eléctrica, pronto el progreso se estancó y no era raro que bombillas antiguas duraran mucho más que las modernas, si bien con una menor luminiscencia.

Aquí entra en juego el llamado «cártel Phoebus». Las principales compañías norteamericanas y europeas se asociaron en Suiza en 1925, bajo la tapadera de la corporación Phoebus S.A., para controlar el mercado internacional de bombillas y limitar la competencia y los precios. Además de esos objetivos, que en su momento quedaban en un limbo legal, se dice que también impusieron para las nuevas bombillas una obsolescencia programada de unas 1.000 horas de uso, cuando las antiguas llegaban con facilidad a las 2.500h. Sin embargo, se ha aducido que la eficiencia total (a lo largo de la vida útil) de las bombillas Phoebus podría haber sido beneficiosa para el consumidor gracias a su menor consumo. En cualquier caso, el cártel siguió actuando hasta el principio de la Segunda Guerra Mundial.

Aunque la tecnología incandescente de las bombillas de esa época era similar a la actual, la luz era más anaranjada (unos 1800-2400 Kelvin) y daban como la mitad de lúmenes de su equivalente moderno, quizá algo más si era nueva.

Aspectos prácticos

Durante una partida de rol puede ser importante conocer los precios de mercado de las linternas y sus componentes, así como su duración. A este respecto cuesta encontrar datos fiables, en particular para pilas y bombillas, aunque he intentado crear una tabla orientativa:

ObjetoPrecio aprox.
Linterna normal1.5-5$
Linterna juvenil1-2$
Linterna de bolsillo1-1.5$
Pila D30¢
Bombilla20-30¢

Sobre la duración de una linterna, las pilas eran el elemento más efímero: como muchísimo unas horas de uso y nunca de modo continuado (y si llevan tiempo sin usarse casi seguro que están descargadas o les falta poco). En cuanto al peso, creo adecuado suponer que una linterna con tres pilas D pesaría alrededor de un kilogramo o un poco más.

Fin

Hemos llegado al final del artículo y por supuesto me he dejado varios temas interesantes en el tintero, como por ejemplo las lámparas que llevaban las bicicletas, pero estaba haciéndose demasiado extenso.

En cualquier caso, espero que todo lo anterior os haya servido de orientación para vuestras ambientaciones históricas, y si en algún momento me topo con un aspecto interesante lo incluiré en futuras actualizaciones. Mientras tanto, disfrutad de los años 20.

martes, 10 de marzo de 2020

Cancelado "Con Lovecraft en la Complutense IV"

Lamento informar que se ha cancelado el evento Con Lovecraft en la Complutense IV del próximo viernes 13 debido a la suspensión de actividades en la UCM. El comunicado del rector de la UCM es el siguiente (en negrita la parte que nos atañe):

Madrid, 9 de marzo de 2020

21:00 horas

Estimado/a complutense:

Acabamos de ser informados de la suspensión de la actividad docente presencial en todos los niveles educativos de la Comunidad de Madrid, incluyendo la universitaria, a partir del próximo miércoles día 11 de marzo y durante 15 días.

Aunque todavía no se ha recibido una comunicación oficial, en la rueda de prensa realizada en la tarde de hoy por la Presidenta de la Comunidad, también se incluye la suspensión de las actividades complementarias educativas.

El equipo de Gobierno de la universidad está estudiando las medidas y recomendaciones a adoptar ante este escenario, que puede variar con el tiempo a medida que las autoridades sanitarias analicen la situación epidemiológica de COVID-19 en la Comunidad de Madrid.

Una vez coordinadas las acciones con la Conferencia de Rectores de las Universidades Madrileñas (CRUMA) informaremos oportunamente a la comunidad universitaria.

Pues así estamos, amigos. Mis disculpas a quienes tuvierais planeado asistir, pero dadas las circunstancias no quedaba más remedio que cancelarlo. Llegamos a plantearnos trasladarlo a otro espacio, pero nos parece una temeridad arriesgar a los asistentes a un contagio, así que lo mejor es posponerlo. En cuanto superemos esta fase de la pandemia (si es que para entonces quedan supervivientes) buscaremos otra fecha y lo anunciaremos debidamente. Hasta entonces, cuidaos.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Triángulos narrativos

Nunca se me hubiese ocurrido clasificar los posibles tipos de triángulos amorosos, pero por lo visto a alguien sí. La primera vez que vi esto fue en TV Tropes: Triang Relations, donde hasta incluyen una lista de obras que se acomodan a cada uno de los tipos. Podéis echarle un ojo, está curioso.

Personalmente, los más tristes me parecen los de «amor no correspondido», que son aquellos en los que de alguna de las letras sólo parten flechas, no reciben ninguna (tipos 1, 3, 4, 5, 6 y 13). Aunque bueno, en el 3 y el 5 al menos compartes desgracia ¯\_(ツ)_/¯.

Otro aspecto interesante de todo esto es que los únicos triángulos en los que todos los participantes pueden ser heterosexuales son 1, 3, 4, 5, 7 y 10 (2 no como triángulo, pero sí si hubiese otro implicado y formaran un cuadrado, lo mismo que 8). Eso puede simplificar las cosas (o no, según lo miréis).

Pero lo importante narrativamente hablando es que un triángulo afectivo no es estable; uno de los vértices debe tirar la toalla o desaparecer (o en caso contrario, el triángulo entero saltará por los aires). ¿Es esto inevitable o fruto de nuestra perspectiva cultural? Porque no olvidemos que la narrativa occidental se basa en el conflicto, y una relación poliamorosa fructífera y sin problemas quedaría aburridísima en un libro. En fin, por el motivo que sea, los triángulos afectivos son un modo estupendo de dar profundidad humana a una trama, mejor si es con otro conflicto detrás de carácter global (una guerra, epidemias, una amenaza social…) que permita ponerlo en su adecuada perspectiva.

En la narrativa moderna sigue recurriéndose a este mecanismo, por lo general con buenos resultados. Sin rebuscar demasiado me vienen a la mente los triángulos que formaban Severus Snape y Lily y James Potter (△ tipo 4 seguramente), o Luke, Han y Leia (△ 3 o 7, según fueran los sentimientos de Leia antes de que se inventaran que Luke era su hermano para quitarlo de la ecuación), y por supuesto el de Arwen, Aragorn y Eowyn (△ tipo 4 con claridad). Otros que a mí siempre me han gustado podrían ser los del Rey Arturo, Ginebra y Lanzarote en la leyenda artúrica (△7), donde la relación llega a poner en peligro todo un reino, o el de Rick Blaine, Ilsa Lund y Victor Laszlo en Casablanca (△7 también), superpuesto como hemos dicho antes a la amenaza nazi para justificar los sacrificios personales que asumen los personajes.

En cualquier caso, el mensaje de todo esto es «ponga un triángulo en su historia (que no en su vida) y verá como mejora».

martes, 4 de febrero de 2020

Espejos medievales

Bienvenidos una vez más a Disportancia. Hoy he querido preparar un pequeño artículo sobre los espejos medievales (y antiguos en general) porque son un elemento simbólico muy importante en tantas historias y sin embargo a menudo nos cuesta hacernos una idea de lo costoso o directamente complejo que era disponer de un reflejo en condiciones. Aunque sea un análisis superficial (je-je), espero que os sea de utilidad, y de paso os remito a otros textos previos como cerraduras medievales, iluminación medieval y viajar en la Edad Media.

Empezaremos por los conceptos básicos. Para que algo actúe como un espejo debe poseer, primero, una superficie lo más lisa posible para no distorsionar la imagen y, segundo, reflejar una cantidad suficiente de luz como para verla con comodidad. Como veremos a continuación, ambos aspectos han resultado complicados a lo largo de la historia.

Los primeros espejos, evidentemente, fueron simples estanques de agua serena, un elemento narrativo usado en obras modernas como El Señor de los Anillos o Las crónicas de Prydain. Podían ser naturales o artificiales (cuencos o pilones de piedra), y evidentemente cualquier perturbación quebrará la superficie, dejándolo inservible hasta que vuelva a serenarse.

Ahora bien, la reflectividad del agua es muy baja (por debajo del 5%) para un ángulo de incidencia perpendicular (es decir, mirando de frente) y sólo crece para ángulos grandes. Por ello en un estanque vemos reflejados con claridad los edificios del otro lado pero apenas nuestro rostro al mirar (es el mismo motivo por el que los barcos no podían divisar los primeros submarinos pero la aviación sí era capaz). Sólo un fondo oscuro (que no devuelva la luz que atraviesa el cambio de medio) y con un líquido homogéneo y poco absorbente puede reflejar una imagen aceptable.

Obviamente esto no era satisfactorio y la humanidad empezó a pulir superficies ya de por sí reflectantes. Los primeros espejos artificiales fueron seguramente de roca volcánica, como la obsidiana, cuyo uso se data desde varios milenios antes de nuestra era (tanto en América como en Eurasia). Su fabricación era relativamente fácil, se conservaban mucho tiempo y podían alcanzar un buen tamaño. El problema era que la reflexión era pobre y no solía mantener el color de la imagen original, sólo luces y sombras. Además, el proceso de pulido era irregular, creándose «zonas independientes» de reflexión, con la incomodidad aparejada.

Pronto tuvieron que competir con los espejos metálicos, principalmente de bronce y cobre (y posteriormente plata). Estos consistían simplemente en una lámina pequeña bruñida con cuidado, aunque a menudo poseían mango y decoración en los bordes; algo similar a lo que ahora llamaríamos espejos de mano. Si bien la reflectividad del metal es muy superior al agua y la piedra (cerca de un 95% o más), se acababan oxidando y además cualquier golpe o fuerza aplicada podía deformarlos. También existían espejos de cuerpo entero, pero la calidad era muy baja por el deficiente bruñido, y su fragilidad aún mayor.

He encontrado información contradictoria respecto al coste de estos espejos metálicos, que se usaron hasta bien entrado el siglo XIX. Unos dicen que eran carísimos y otros que hasta las criadas de las casas romanas tenían sus propios espejitos para acicalarse. Imagino que dependerá de la época y la pericia metalúrgica, porque conceptualmente no son complejos. En lo que sí coinciden la fuentes es que las imágenes no eran de calidad: el material provocaba una imagen coloreada (los de plata eran mejores en esto) y las irregularidades la deformaban, de modo que había que girarlos para poder verse bien, cuando no eran casi opacos al deslustrarse. Esto explica que Perseo pudiese guiarse con el reflejo de la Medusa en su escudo pulimentado sin experimentar la petrificación. En cualquier caso, estos serán los espejos más corrientes en las ambientaciones medievales.

Y ya llegamos al vidrio y su importante papel en esta historia. Es un buen material para un espejo porque su superficie es de natural muy lisa y conserva con fidelidad las imágenes, además de ser relativamente resistente a arañazos y la manipulación cotidiana. Si bien el uso de vidrio para las ventanas tardó mucho en imponerse por lo complicado de crear una lámina homogénea y fina lo bastante grande, para los espejos era factible siempre que uno admitiera cierta concavidad o convexidad del mismo debido al proceso de fabricación por soplado (lo que limitaba su tamaño a unos 20 cm de diámetro como mucho, nada de espejos de cuerpo entero).

Ahora bien, el vidrio posee una reflectividad muy baja, se necesita algo más. Metal, por supuesto. Inicialmente se adosaba una lámina de metal detrás del vidrio, que actuaba como protector, pero eso no solucionaba las irregularidades de la imagen. Lo ideal sería depositar una fina capa de metal en uno de los lados del vidrio, lo que ahora llamamos azogue (por el mercurio, aunque ese metal ya no se use). Desde los primeros siglos de nuestra época se han venido empleando diversos sistemas y materiales para azogar el vidrio, como plomo fundido, pan de oro, plata… El problema es que el procedimiento era siempre complejo y exigía una lámina de vidrio muy fina y homogénea (y razonablemente incolora, otro aspecto dificultoso en aquel momento).

El resultado eran espejos redondos, convexos, frágiles y (esta vez sí) carísimos. Objetos de reyes, vaya, y de nuevo pequeños, apenas lo suficiente para verse el rostro. Solían protegerse entre dos tapas de material resistente (marfil, bronce y otras aleaciones) que encajaban entre sí y por lo general estaban muy ornamentadas. Se han conservado numerosos ejemplos de estos estuches, pero por lo que yo sé nunca el espejo en sí. Al menos sí que aparecen representados en numerosas obras pictóricas y podemos hacernos una idea de su uso.

En el siglo XIV este tipo de espejos eran relativamente comunes y conocidos, incluso criticados desde la Iglesia por la propensión a la vanidad que provocaban. Hacía finales de la Edad Media empezaron a llegar a Europa desde Venecia espejos de mucha más calidad (se discute cuánta, porque el procedimiento de fabricación era secreto y no dejó de evolucionar). Definitivamente en el siglo XVI se perfeccionaron por un lado las mezclas para fabricar vidrio (con óxido de plomo, lo que llamamos vulgarmente cristal aunque no sea en realidad un material cristalino), los propios sistemas de creación de láminas homogéneas y relativamente grandes, y por fin el modo de aplicar una capa metálica (de amalgama de estaño y mercurio) que no dañara el vidrio al calentarlo. El resultado eran espejos de gran calidad pero, una vez más, a un precio inasequible (se cita el ejemplo de una condesa que entregó una granja entera a cambio de un espejo, y se consideraba un buen trato).

Por suerte, poco a poco el proceso fue abaratándose y ya en el siglo XIX el uso de nitrato de plata más una capa protectora de pintura permitió convertir por fin el espejo de vidrio en un artículo de uso corriente (hasta entonces las clases modestas seguían usando los metálicos, como hemos dicho).

Pero seguro que estáis pensando en otro tema que da también mucho juego narrativo: los «espejos falsos». ¿Podían existir en épocas pretéritas? Vamos a ello. Lo que llamamos falso espejo o espejo unidireccional es en realidad una simple lámina de vidrio, sin azogue o con una capa muy fina del mismo, mucho menor de lo normal. ¿Cómo es posible, si hemos dicho que el vidrio tiene poca reflectividad? Pues por la diferencia de iluminación a ambos lados del cristal. En el lado «público» se aplica mucha luz y el «secreto» debe estar a oscuras. Así, aunque el espejo sólo refleje un porcentaje muy bajo de la imagen, basta para que el ojo no vea más allá. Esto podéis comprobarlo en vuestra propia casa si subís las persianas de noche con las luces interiores encendidas: sólo observaréis vuestro propio reflejo pero desde fuera os ven perfectamente. Volviendo a nuestra pregunta, un artículo así sólo sería factible cuando se puedan fabricar láminas de vidrio y empotrarlas en una pared (la primera patente data de comienzos del siglo XX).

martes, 28 de enero de 2020

Con Lovecraft en la Complutense IV

¡Seguimos! Si la tercera jornada se celebró en septiembre, para la cuarta retomamos las fechas habituales, coincidentes en la medida de lo posible con el aniversario del fallecimiento de Lovecraft. Por tanto, el 13 de marzo a partir de las 17:40 estaremos de nuevo en la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense para hablar de la obra del maestro de Providence y disfrutar de una película relacionada con la misma.

Esta vez será The Mist (La niebla) en VOS, un film de 2007 dirigido por Frank Darabont basado en una novela corta de Stephen King que incorpora no pocos elementos lovecraftianos. De hecho King es un declarado admirador de Lovecraft y varias de sus obras se pueden considerar como parte de los Mitos de Cthulhu, como analizaremos en el posterior coloquio gracias a la sabiduría de nuestros conferenciantes. Como ya sabéis, esta es siempre una charla abierta y el público está invitado a participar y aportar sus propias impresiones y conocimientos.

Una vez más disponemos, gracias a la mediación desinteresada de Pablo González, de la Sala Azul, donde hay espacio de sobra para los cuatro gatos que estaremos ahí.

Aquí tenéis los detalles:

Programa

  • 17:40 Presentación a cargo de Aitor Solar.
  • 17:45 Proyección de – The Mist (VOS)
    Año: 2007. Duración: 2h 06m. Dirección: Frank Darabont. Guión: Frank Darabont. Reparto principal: Thomas Jane, Marcia Gay Harden, Laurie Holden. Música: Mark Isham.
  • 19:50 Coloquio a cargo de José Miguel Nieto, Raúl Gorbea y Carlos García García.
  • 20:50 Clausura.

La proyección tendrá lugar en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid (Metro - línea 6, parada Ciudad Universitaria. Autobuses - 82, 132, G, U) , en la sala azul (sótano segundo) con capacidad para 140 personas.

Os esperamos.