viernes, 19 de abril de 2019

Cerraduras medievales

Aquí estamos de nuevo con nuestros artículos de documentación medieval, y en este caso retomamos el hilo donde lo dejamos en el texto sobre candados medievales. ¿Deberíamos haberlo hecho al revés, primero hablar de cerraduras y luego de candados, que son un tipo de cerraduras? Pues sí, pero c'est la vie.

Estaréis conmigo en que las cerraduras son un elemento esencial de cualquier historia emocionante ambientada en la Edad Media. Pero por lo general el realismo suele quedar de lado, lo que es una auténtica pena. Vamos a echar un ojo a lo que sí existía en la época, sin entrar en detalles exhaustivos.

Las cerraduras de guardas fueron las más comunes durante siglos (hasta la era victoriana), y su funcionamiento es simple. La llave entra en la cerradura y al girar desplaza el pestillo. Las guardas son, precisamente, las piezas que impiden que una llave entre o gire si no tiene la forma adecuada, y llegaron a alcanzar una complejidad bastante elevada (fig. a). Pero por su propia naturaleza no es posible diseñar muchos tipos independientes de llaves (llamadas precisamente llaves guardianas), por lo que normalmente con un juego de llaves maestras (aquellas que sólo tienen los elementos críticos para mover el pestillo) se pueden abrir con facilidad. Los candados de tambor plano que ya mencionamos son similares en su funcionamiento, pero con las guardas simplificadas.

Por cierto, era posible copiar llaves a partir de una impresión en cera, por ejemplo, y cualquier herrero podría encargarse de ello fácilmente aunque a menudo estaba prohibido (a diferencia de copiar a partir de un original, que solía ser legal).

Bien, pero ¿y si hacía falta más seguridad de la que proporciona una cerradura de guardas? Pues existían las de tambor de levas, que recuerdan a las que aún se usan en la actualidad pero más simples, por lo general con una sola leva por orificio. En este caso la llave tiene forma de «cepillo», por decirlo de algún modo, y lo que se hace es introducirla hasta el fondo y levantarla, de modo que aparte los pines o levas para poder abrir la puerta (fig. b).

Tened en cuenta que por entonces no existían los muelles helicoidales como los que usamos ahora (sólo los de ballesta), así que cualquier mecanismo de este tipo debe confiar en la gravedad (y por tanto dejar cierto margen de tolerancia) para que los pines vuelvan a su posición. Por el mismo motivo y porque las levas han de ser gruesas para no ceder con facilidad a un empellón, estas cerraduras eran grandes. Eso facilitaba la tarea de forzarlas introduciendo varias ganzúas, una por pin, y elevarlos lo suficiente para que la puerta se abra. También son las únicas que podrían incorporar «trampas» para el ladronzuelo que introduzca el dedo intentando localizar los orificios de las levas, pero no he hallado referencias fiables al respecto.

Yéndonos al otro extremo de la gama disponible, las cerraduras más simples, baratas y antiguas son de resorte, de nuevo similares a las que ya vimos para los candados. En este caso, por el lado interior de la puerta un resorte metálico empuja el pasador que bloquea la apertura o el propio pestillo actúa de resorte. Hay una oquedad por la que se introduce la llave (varilla con la forma adecuada, más bien) que aplasta el resorte para liberarlo (fig. c). A veces se combinaban estos sistemas, como se hace en la actualidad: un pasador de resorte que hasta ser abierto no permite el acceso a la cerradura de guardas, por ejemplo.

La impresión que he sacado de los textos consultados es que ninguno de estos tipos de cerraduras eran especialmente complicados de forzar para un ratero que dispusiera de tiempo y herramientas. Y por supuesto no ofrecen mucha resistencia a la fuerza bruta, que era el método preferido para entrar a robar. Por ello muchas casas, especialmente cuando no albergaban nada de valor (que era la mayoría) no poseían cerradura, y los portones de los castillos se bloqueaban con gruesas trancas de madera, en ocasiones reforzadas con metal, y sólo se podían abrir desde dentro.

¿Y qué pasaba entonces con las cajas fuertes donde se guardaban bienes inapreciables? También aquí hay mucho mito. En realidad la principal función de estos arcones de madera, reforzados a veces con herrajes metálicos (fig. d), era decorativa o de ostentación, y se confiaba en la vigilancia de la cámara en la que se encontraba para evitar el robo antes que en una cerradura (con buen motivo, como hemos visto). Si era necesario trasladar joyas, por ejemplo, podía usarse una arqueta con candado que de todos modos sería muy fácil de reventar arrojándola desde cierta altura. Ya a finales del medievo aparecen arcones con cerraduras en la parte superior: podían ser hasta una docena, cada una con su pestillo, y había que abrirlas todas a la vez para poder alzar la tapa.

Las imágenes de este texto han sido sacadas de los siguientes sitios:

miércoles, 10 de abril de 2019

Una luz en la oscuridad (poema)

Estaba el otro día enfrascado en un videojuego donde los poemas tienen cierta importancia (DDLC, por si lo conocéis), pero aunque se supone que el protagonista compone los suyos, nunca llega a saberse cómo son. Me quedé un poco con las ganas y me ha venido a la mente uno al estilo de los que aparecen allí.

La rima es clásica pero he optado por una métrica laxa, prefería que sonara natural a bien formado. Sé que no tiene mucha calidad, pero que yo escriba un poema es un hecho insólito. Y si no lo pongo aquí sé que acabaré perdiéndolo. Así que sufridlo:

Hay una luz en la oscuridad,
lo cual es sorprendente,
pues aunque la veo con claridad
no alumbra lo que tiene enfrente.

No entiendo lo que pasa,
casi resulta inquietante
que esa pequeña brasa
no vea lo que hay delante.

Un fulgor que no ilumina
lo que esconde la penumbra,
creo que se contamina,
ya es menos lo que alumbra.

Esa pequeña luz, ¿qué pretende?
¿No ve que es mejor así?
Se esfuerza y no comprende
que en la negrura soy feliz.

Y al final desaparece,
apagada como se merece.