viernes, 30 de octubre de 2020

Regalo envenenado

Hoy toca relato corto (2200 palabras), una mezcla de humor negro y terror que encaja bien con este viernes de pre-Halloween.

Lo escribí hace muchos años para un concurso (donde por supuesto no ganó) y no quedé demasiado satisfecho con el resultado. Mi intención original era que fuese más largo y detallado, pero por limitaciones de la convocatoria tuve que reducir la extensión al máximo. Total, para que luego no salga. Es lo malo de esas cosas, están bien para animarse a escribir pero luego acaban coartando la libertad creativa. En fin, por otro lado así es lo bastante corto como para subirlo aquí sin que resulte excesivo.

Leedlo como si estuvierais viendo una serie teen americana de hace años con elementos de slasher. Espero que lo disfrutéis.


La fiesta estaba en su punto álgido y la joven anfitriona se paseaba con su liviano vestido entre los corrillos de invitados.

—Por favor, dejad los regalos junto al sofá. Gracias, sois unos cielos. Hay más bebidas en la cocina, podéis serviros vosotros mismos.

Había que aprovechar que sus padres se habían tomado un fin de semana «romántico». Hacer eso justo en su cumpleaños era como darle permiso tácito para montar una fiesta absolutamente total.

En ese momento volvió a sonar el timbre de la puerta. ¿Quién demonios llegaba tan tarde? Esperaba que no fueran los vecinos quejándose del ruido, porque había bastante jardín entre una casa y otra. Antes de poder abrir, se encontró con su mejor amiga.

—Chica, menuda fiesta. ¿Quién es ahora, otro chico fornido?

—Ni idea —rió ella—. Pero si lo es, mantén lejos tus manos que hoy los regalos son para mí.

Abrieron. Esperando en el porche, vestido como si fuera a una boda y con sonrisa bobalicona en el rostro, estaba el mayor friki de la clase.

—Ah, ¿eres tú? —fue el frío saludo de la chica—. Pensé que no te había invitado.

—Y no lo has hecho, je, je. Sólo… sólo he venido porque quería traerte un obsequio.

A la chica le entraron ganas de reír. Un «obsequio», ¿quién usaba esas palabras? El chaval traía entre las manos un paquete envuelto en papel de regalo de lo más infantil.

—Vaya, no tenías por qué haberte molestado —contestó desabrida, y estaba siendo totalmente sincera—. Anda, pasa y déjalo con los demás. Y no te quedes mucho rato, ¿vale?

—Gracias, estás muy guapa, ¿sabes?

Ella le ignoró, pero su amiga soltó una risita a su espalda.

—Pobre —dijo—, está coladito. Creo que haría cualquier cosa por ti. Y tú podías ser un poco más amable, la verdad.

—¿Más amable? —protestó la anfitriona—. ¿Con el empollón de la clase? Si me ven mucho a su lado mi popularidad se desplomará. Bastante que confío en él para que me prepare el trabajo de fin de curso. Me juego la nota con eso, y si por lo que sea suspendo, adiós corona.

—Eso contando con que Cindy no te gane en la votación…

La chica lanzó un bufido.

—Menuda furcia —dijo—. Es capaz de hacer cualquier cosa con tal de ganar. Siempre ondeando ese pelo suyo tan guay de morenaza. Seguro que se lo tiñe.

—En clase no se habla de otra cosa, ¿te das cuenta? Ser la reina del baile de graduación es lo más fuerte, cualquiera mataría por eso. Y presiento que vas a ser tú.


El lunes siguiente, en el instituto, el empollón aquel no paraba de girarse (era de los que se sentaba en primera fila, cómo no), para sonreírle todo el rato con su ortodoncia. Suspiró hacia el cielo y recibió como un milagro la llegada del descanso. En las taquillas volvió a juntarse con su mejor amiga.

—¿Te has fijado en que Cindy no ha venido? —comentó ésta.

—¿Yo? No me fijaría en Cindy ni aunque viniera a clase desnuda. Lo cual, tratándose de ella, no me sorprendería nada.

—Bueno, pues agárrate porque dicen que ha desaparecido.

—Por mí como si la abducen los extraterrestres y luego un camión arrolla el ovni.

—¡En serio! —insistió la otra—. Parece que nadie sabe dónde está desde el sábado por la tarde. No ha vuelto a casa y sus padres la están buscando. Creo que van a dar parte a la policía y todo. ¿Sabes lo que eso significa?

La chica rubia reflexionó.

—Que si no viene mañana a las pruebas…

—¡Serás la reina del baile! —Las dos chillaron a coro, y luego la amiga le preguntó—: ¿Ya has pensado qué te vas a poner?

No tuvo tiempo de deleitarse en fantasías sobre moda, porque de nuevo la abordó el friki, momento que su amiga aprovechó para escaquearse. Pero qué tío más pelmazo, ¿qué querría ahora?

—Hola, ¿te ha gustado el regalo?

—¿Cómo? Ah, sí, claro. Muchas gracias.

Ni había vuelto a acordarse de su regalo, pero no quería ser demasiado grosera con él, al menos no hasta que tuviera en sus manos el proyecto que le estaba preparando el chico. Lo que había que aguantar por un aprobado.

—Lo pensé y me dije: «seguro que esto es lo que más le va a gustar» —añadió éste—. Fue complicado, nunca había hecho algo así. Tuve que esperar el momento oportuno, cuando no hubiera nadie atento. Y luego meterlo en la caja sin ayuda, menudo jaleo.

—Ya, ya, de verdad que es estupendo. Oye, ¿tienes ya mi trabajo?

—Estoy con él, pásate luego por la biblioteca a ver si lo tengo listo.

Accedió y por fin se libró de él. ¿Qué leches le habría regalado ese cretino? Recordó la voluminosa caja de cartón, que había acabado en el sótano con los demás trastos. A saber qué demonios habría dentro. ¿Y cómo podía estar tan seguro aquel bicho raro de que le iba a gustar el regalo? Lo que más deseaba ella… Pues ser reina del baile, pensó con una sonrisa.


Durante el entrenamiento de animadoras sólo se habló de lo Cindy. Qué paliza. Igual era todo un truco para hacerse la interesante, ella era muy capaz de algo así. Al terminar se dirigió a la biblioteca. No solía pisar esa zona del instituto, pero visto por el lado bueno allí no los descubrirían juntos sus colegas.

Parecía muy propio de él pasar allí la tarde. En efecto, ahí estaba su mochila raída y los cuadernos de apuntes que siempre llevaba consigo. En cambio, a él no se lo veía por ningún lado. Habría ido al baño o a sacar algo de la máquina de comida, así que decidió esperarlo. ¿De qué leches eran esos libracos tan gordos que estaba consultando? Le echó un ojo a la portada: «Etnología del sudeste asiático». Toma ya, menudo cerebrín. A ella no le iban esas cosas. El capítulo por el que estaba abierto el libro era especialmente asqueroso, pues estaba dedicado a las tribus de cazadores de cabezas de Borneo (que a saber por dónde pillaba). De pronto leyó un párrafo subrayado: «en algunos de estos pueblos, los hombres jóvenes sólo pueden casarse tras presentar como obsequio a su pretendida la cabeza cortada de una muchacha de otra tribu, mejor cuanto más hermosa».

Un sudor frío la invadió de pronto. No le esperó ni un instante más y a los pocos segundos salía del instituto apretando el paso, sin atender la llamada de los compañeros que charlaban sentados en el césped. Llegó a su casa con el aliento entrecortado. Por suerte sus padres seguían fuera. Fue directa al sótano, encendió la débil bombilla pelada y se enfrentó a aquella caja abandonada en un rincón y repentinamente ominosa.

Lo primero que notó fue que olía raro. Y que pesaba lo suyo. Desenvolvió el papel de regalo con temor y mucho cuidado. No podía ser cierto, se lo estaba imaginando, seguro. Nadie haría algo así. Aunque desde luego tenía el tamaño adecuado. Arrodillada delante de la caja, no se atrevía a abrirla. Pero tenía que saberlo. Decidió levantar la tapa sólo un poquito, con eso bastaría para disipar sus temores... ¡Oh, dios!

La cerró de inmediato y se apartó aterrada. Incluso con esa poca luz, había reconocido la característica melena azabache de Cindy, negra y lisa como ala de cuervo. Menos mal que no le había visto el rostro o hubiera vomitado allí mismo.

Maldito psicópata. En qué lío la había metido, todo porque se había enamorado de ella como un idiota. Piensa, piensa, se dijo. Estaba convencida de que por algún lado tenía su número de teléfono. No porque planease llamar en la vida a un perdedor como aquel, pero a principio de curso siempre se hacía una lista con los móviles de todos los compañeros de clase, debía de estar en su cuarto. Subió. Por fin lo encontró y marcó asustada el número, equivocando las teclas en varias ocasiones.

—Ah, hola —la saludó con su voz aflautada—, ¿cómo estás?

Sabía que era ella la que llamaba sin necesidad de que se lo dijera; ese depravado debía de haberse puesto su número en contactos.

—Dime una cosa, es la cabeza, ¿verdad?

—Sí, claro, ¿te ha gustado?

Que si le había gustado. Menudo trastornado.

—Dejemos eso ahora, ¿dónde está el resto del cuerpo?

—Buff, eso es prácticamente imposible de encontrar —respondió él—. ¿Lo quieres?

—¡No, no, no! Sólo quería estar segura de que no iba a aparecer de pronto.

—No, qué va, pueden pasar años antes de que alguien lo encuentre.

Eso la tranquilizó. Igual aún podía salir con buen pie de aquello.

—Fue muy complicado conseguir ese regalo —añadió el chico—, lo he hecho por ti.

Joder, joder, estaba implicada hasta el tuétano en aquello. De pronto le asaltó el temor de que la policía ya les hubiera pinchado el teléfono.

—Mira, no digas nada más. Tienes que venir a mi casa cuanto antes, ¿entiendes?

Él le aseguró que iría enseguida. Bien, en cuanto llegara podrían aclarar las cosas. Porque ella no había tenido nada que ver con el crimen, y eso era lo que él debía declarar a la policía si lo pillaban. Ella no le había insinuado bajo ningún concepto que se cargara a su rival para el baile de graduación, había que quitarle esa idea de la cabeza… ¡No, no!, se reprendió, no digas «cabeza».


Habría que enterrarla bien lejos. Sacó de la despensa la pala que su padre solía usar para arreglar el jardín, y en ese momento sonó el timbre de la entrada. Sí que se había apresurado. Mejor así. Abrió sin mirar y se encontró con su mejor amiga.

—Eh, ¿hola? —saludó sin ganas.

—¿Por qué no has hecho caso antes en el césped? —le recriminó la otra, colándose en la casa—. Quería hablar contigo.

—Pues yo… —titubeó—. Hoy voy con prisas, ya ves. Tengo muchas cosas que hacer. ¿Qué quieres?

—Qué rara estás, hija. Sólo quería comentar contigo lo de Cindy. Imagina que ha desaparecido de verdad, ¿quién podría tener algo en contra de esa cabeza hueca?

Sintió un escalofrío al oír «cabeza» ¿Por qué había tenido que usar justo esa palabra? Cada vez estaba más nerviosa.

—Lo lógico es pensar en algún exnovio, ¿no? —prosiguió la otra—. Pero no había tenido ninguna relación seria, así que tiene que ser por otra cosa. Alguien que salga beneficiado si se quita de en medio… Y no se la ve desde antes de la fiesta que diste. Por cierto, ¿al final qué era el regalo de ese tío raro?

Estaba demasiado cerca de la verdad. Se asustó, sus frenéticos ojos buscaban una salida. Había dejado la pala detrás de la puerta, la otra le daba la espalda sin dejar de parlotear. No tendría una oportunidad mejor. Si ese chaval enclenque había podido, ella también.

—Me pregunto si a ti…

¡CLANC!

—¡Tú no te preguntas nada! —chilló, al borde de la histeria. Entonces se dio cuenta de que la hoja de la pala estaba manchada de sangre y trozos de cuero cabelludo, y que su mejor amiga no se movía del suelo. Estaba muerta…

Muerta. Todo iba de mal en peor. Pero no había que perder la calma, aquel empollón ya se había deshecho de un cuerpo, ¿verdad? Podría hacer lo mismo con este, y de paso también con la maldita cabeza. Luego ella limpiaría bien el suelo antes de que llegaran sus padres. Total, nadie sabía que la chica había ido a su casa justo entonces.

Ahora sí que eran cómplices, no podría denunciarlo por el primer crimen o la arrastraría consigo. ¿Bastaría con un pacto de silencio? ¿O la chantajearía para que fuera su novia? Seguro que sí, y quizá también para que se acostara con él… Oh, qué asco. Adiós a su vida social. Pero todo eso después del baile de graduación, por favor, después aceptaría lo que fuera.

No era capaz de quedarse allí, delante del cadáver, así que salió al porche a esperarlo. Enseguida lo vio venir por la acera y, esta vez, el suspiro que soltó fue de alivio.

—Menos mal que has llegado. Verás, es por tu «regalo» —dijo con disimulo en cuanto llegó hasta ella, por si algún vecino los estaba escuchando—. Tengo otro parecido para ti.

—Genial, estaba seguro de que tú también serías muy fan de Star Wars.

Eso sí que no se lo esperaba.

—¿Perdona?

—Bueno, lo digo por lo mucho que te ha gustado el busto de Darth Vader.

—¿El busto de…?

—Sí, ya sabes, mi regalo, con su casco negro y tal. Edición limitada, tiene ya unos cuantos años. Pujé por él en una subasta online Elegí el momento justo, cuando no había nadie más atento, así pude conseguirlo a buen precio.

»El cuerpo entero ya te digo que es casi imposible de encontrar, es un objeto de coleccionista. Por cierto, acabo de ver a Cindy a la puerta del insti, llevaba una resaca de campeonato. Por lo visto el sábado se pilló tal pedal que aún no había vuelto a casa, porque le daba vergüenza que su familia la viera así, ¿te lo puedes creer? Con las ojeras que lleva, no tendrás problemas para ser la reina del baile. ¿Me oyes? Te has quedado como alelada…