martes, 29 de noviembre de 2016

Corregir, corregir, corregir

Últimamente resulta habitual encontrar quejas de lectores sobre la deficiente corrección de los libros: erratas, pobreza léxica e incluso faltas de ortografía que pasan todos los filtros y acaban sobre el papel (o la pantalla). Y me da la impresión de que esto ya no se restringe a libros autoeditados o de editoriales modestas (si es que eso se podría considerar excusa), sino que las grandes también caen en la dejadez y en las prisas por publicar sin pulir antes el texto. Pero por criticable que sea, el problema viene de antes: del autor.

Sí, damas y caballeros amantes del teclado, por muchas manos por que pase luego la obra, la responsabilidad última de las palabras que contiene es vuestra. Aunque la labor de un buen corrector es a menudo insustituible, el autor debe mentalizarse de que debe corregir su obra; no se puede entregar un texto sin corregir y confiar en el buen hacer del editor, aunque sólo sea por amor propio, que es lo que distingue a los aficionados de los profesionales (aun cuando no haya dinero por medio).

La corrección automática que ofrecen los procesadores de texto no es despreciable (siempre puede encontrar algo que se nos pase), pero tampoco podemos depender exclusivamente de ella, por la cantidad de aspectos que no controla, desde palabras erróneas en su contexto pero correctas en castellano (o el idioma que sea) a frases directamente absurdas. Asumidlo: nada más terminar el texto, debemos darle un repaso completo en caliente, cuando aún tenemos todo en la cabeza, y corregir cuanto sea necesario para que el texto fluya. No sólo la ortografía sino también los demás aspectos de la narración: diálogos, descripciones, ritmo…

Por desgracia, a veces ese es todo el repaso que podremos aplicarle al texto si tenemos un plazo de entrega a la vuelta de la esquina (clásico ejemplo, los concursos literarios). Pero si hay margen, lo ideal es dejar pasar un tiempo sin volver a tocarlo antes de darle otro repaso final. El motivo es muy simple: cuando tenemos la historia en la cabeza, puede ocurrir que creamos que hemos dicho algo que realmente no aparece en el texto en ningún momento y no nos demos ni cuenta. Sí, pasa a menudo. Por eso conviene dejarlo descansar un par de semanas como mínimo, tener otras cosas en la mente y retomarlo en un estado más parecido al de un lector que no sepa lo que pretendemos contarle.

Si os podéis permitir este repaso en frío, mi consejo es que le deis tres pasadas. Lo sé, lo sé, da pereza. Pero cuando se corrige se tiene la mente sintonizada en un «modo de trabajo» determinado, y conviene asentar la historia en capas de lectura bien definidas, empezando por lo fundamental.

El primer repaso (y el único, si no hay más remedio) debe centrarse en la narración. Por encima de cualquier otra consideración, una historia ha de resultar entretenida y emocionante, el lector debe disfrutarla. Hay que quitar paja, descripciones aburridas, diálogos farragosos y demás, y comprobar que se aprovechan como es debido las escenas cumbre. Si hay que aplicar el bisturí, se aplica sin temor.

Hay un truco a la hora de repasar la coherencia, y se trata de hacerlo en sentido inverso, empezando por el último capítulo y retrocediendo. No es tan raro como suena, y su razón de ser es que normalmente se juega al despiste con el lector, planteando situaciones misteriosas que luego (en teoría) se desvelan. Repasando al revés, primero lees las explicaciones y luego ves si encajan con las pistas que has estado dejando. Probadlo, funciona.

Luego, debemos repasar la coherencia. ¿Es lógica la trama? ¿Tiene sentido lo que hacen los personajes? Atentos también a los cabos sueltos, posibles deus ex machina, «macguffins» que desaparecen bruscamente cuando ya se necesitan, etc. Aunque encontréis fallos, tranquilos porque por lo general se pueden corregir con pequeñas explicaciones o ajustes a los diálogos que no afecten a lo esencial de la historia.

Y finalmente se hace la corrección de estilo, que es normalmente la que aplica también la editorial. A estas alturas ya no deberían quedar faltas de ortografía, pero también hay que pulir aspectos como palabras duplicadas, abuso de ciertos términos, frases liosas (a veces tendemos a usar un estilo demasiado historiado), cacofonías involuntarias, etc.

Por supuesto todo esto sólo es un modo de hacerlo; se puede enfocar el proceso de repaso de otras formas, pero esta es bastante completa y al terminar nos tendría que quedar un texto bien corregido. Espero que este pequeño artículo os haya sido útil y que cuando corrijáis penséis en mí y me odiéis un poquito más .

Nota: La imagen que acompaña el texto está tomada del recomendable artículo de UnosTiposDuros Los signos de corrección tipográfica, donde se analizan los distintos tipos de marcas que usan (o usaban, más bien) los correctores profesionales.

No hay comentarios: