Desde hace un tiempo vienen preocupándome las desigualdades socioeconómicas (un tema que, curiosamente, no interesa demasiado en ciertos ambientes literarios supuestamente concienciados) y, ya yendo a la temática de este blog, la influencia de estos asuntos en la creación literaria. No es casualidad que casi todos los escritores del s.XIX y anteriores provinieran de buena familia; escribir ha sido, a lo largo de la historia, un lujo, y sólo a partir del establecimiento de una amplia clase media con acceso a la educación y cierta seguridad económica, así como un mercado editorial sólido, ha podido la literatura abandonar los círculos elitistas. Y viendo que esas desigualdades regresan y son cada vez mayores, me temo que esa época toca ya a su fin.
No os extrañará, dadas mis aficiones, que me haya fijado especialmente en diversos autores de lo que ahora llamamos horror cósmico o lovecraftiano, alrededor de los que se ha creado un halo de éxito que poco tiene que ver con la realidad. La fama que ahora les rodea contrasta cruelmente con lo que fue su vida, casi siempre al borde de la pobreza.
El caso principal y más sangrante, por supuesto, es el del propio Howard Phillips Lovecraft. La cruel ironía de que sus obras muevan ahora millones de dólares y se publiquen en multitud de idiomas (por no hablar de la infinidad de licencias y productos derivados), cuando su creador vivió siempre al borde de la miseria, consumiendo los últimos restos de la fortuna familiar y malvendiendo sus labores de corrector y ghostwriter (negro literario) por cuatro perras, después de asumir que sus propios relatos no tenían el menor valor, le hacen a uno considerar la injusticia inherente al mercado editorial. Pero esta situación no se limitó al ahora considerado maestro de Providence, sino que afectó a casi todos los miembros de pleno derecho de ese círculo, con las posibles excepciones de August Derleth y Robert Bloch, que sí gozaron de cierto éxito en vida.
Por ejemplo Frank Belknap Long, conocido entre los aficionados al horror cósmico principalmente como creador de los terribles perros de Tíndalos y que sobrevivió a la mayoría de sus contemporáneos hasta alcanzar los 92 años, pasó la última etapa de su vida sumido en una extrema pobreza junto a su esposa Lyda, a pesar de haber recibido premios tan prestigiosos como el World Fantasy Award y el Bram Stoker, sin haber alcanzado nunca el éxito económico tras una carrera literaria de casi siete décadas. Si no recuerdo mal, era Darrell Schweitzer el que narraba con tristeza cómo, durante una entrevista que hizo a la pareja en 1990, estos buscaban ansiosos cualquier medio de cobrar algún dinero por la misma o malvendiendo los pocos manuscritos originales que conservaban. Cuando falleció en 1994, Long fue enterrado en una fosa común para indigentes.
Por su parte, la infancia de Robert E. Howard fue una sucesión de casas solitarias y humildes en Texas, a pesar de que su padre era médico, una profesión en principio respetable (se dice que Isaac Mordecai Howard no congeniaba con sus vecinos lo suficiente como para establecerse de manera definitiva, y también que malgastaba el dinero invirtiendo en planes descabellados). Y la situación no mejoró con los años. Aunque la biografía de Sprague de Camp es poco precisa, creo que refleja con acierto la impresión de llegar, incluso décadas más tarde y con mejores medios de transporte, a esa casa perdida de Cross Plains donde R.E. Howard murió.
Si bien es cierto que para cuando R.E.H. se suicidó en 1936, había logrado estabilizar unos ingresos anuales bastante respetables para provenir sólo de publicaciones en revistas pulp, el dinero se le iba continuamente en el tratamiento para la tuberculosis terminal de su madre, y estimaba que sus perspectivas editoriales se aproximaban a un callejón sin salida, en particular por los crecientes retrasos en el pago de Weird Tales. Es otro caso que hace pensar, viendo el éxito mundial que alcanzaron posteriormente sus historias y personajes, Conan el Bárbaro entre ellos, y el género de espada y brujería que él prácticamente fundó.
Un ejemplo extremo podría ser el de Clark Ashton Smith, como se puede leer en la excelente introducción de Luis Gámez a El libro de Hiperbórea, editado por Cátedra. Smith, seguramente el más dotado artísticamente de todo ese grupo de autores, gozó con sus primeras publicaciones de un prometedor éxito entre los más selectos círculos poéticos de su época y la crítica especializada, y lo mismo se aplicó un tiempo después a sus exposiciones de pintura.
Sin embargo aquello no duró ni le trajo rédito económico alguno. Viviendo durante décadas de trabajos esporádicos, siempre al borde de la pobreza, siguió cuidando de sus padres en la vieja cabaña familiar del norte de California hasta que estos murieron. Aquejado por diversos achaques que en último extremo él mismo vinculaba a sus perennes dificultades pecuniarias, C.A.S. no se casó hasta cumplidos los 60 años. En adelante subsistió haciendo pequeños trabajos de jardinería, hasta que llegó su hora en 1961. Triste destino para quien fuera considerado un niño prodigio, un lamento por lo que pudo ser y no fue que a menudo se deja ver en sus obras más personales.
Y me gustaría terminar con la reveladora historia de Margaret Brundage. Brundage no pertenecía al círculo lovecraftiano, pues era ilustradora, pero a su mano corresponden muchas de las famosas portadas de la época dorada de la revista Weird Tales. Casada con un hombre alcohólico que apenas se pasaba por casa, Brundage (nacida Margaret Hedda Johnson) logró mantener a su hijo y a su madre vendiendo sus ilustraciones a las revistas pulp del momento. Sus obras, firmadas con un aséptico «M. Brundage», eran apreciadas por el público por su sexualidad implícita y sus heroínas desvalidas.
A mediados de los años 30 fueron creciendo las quejas puritanas sobre la naturaleza de esas portadas, y el editor no tuvo mejor idea que revelar que la autora era una mujer. Las críticas aminoraron, pero Brundage no logró trabajo con otras editoriales «decentes». Y tampoco con la propia Weird Tales cuando esta se trasladó a Nueva York en 1938 y hubo de cumplir las normas morales municipales para vender en los quioscos de la Gran Manzana. Brundage pasó los últimos años de su vida en relativa pobreza y murió en 1976, cuatro años después de su hijo. Sus originales (muchos de los cuales fueron robados en convenciones) alcanzan ahora precios de varias decenas de miles de dólares.
Prefiero dejarlo aquí, antes de deprimirme más. Por supuesto, esto podría extenderse a numerosos géneros literarios y otros campos de la cultura; el éxito económico y la calidad rara vez van de la mano. Pero una sociedad que permita al menos que sus creadores no se mueran de hambre, no digamos ya que reciban una justa retribución por sus obras, siempre me parecerá más deseable.
Nota: El «Cthulhu mendigo» que abre el artículo corresponde a la ilustración Beggar, de Andrey Surnov.
7 comentarios:
Yo creo que esta gente se lo gastaban todo en sellos, ¿a cuanto estaba enviar una carta en aquellos tiempos? Porque si HPL escribió más de cien mil...
Exactamente, toda la culpa fue de los sellos 🤦.
Saludos,
Entro
Hola, Aitor, es el primer post que leo de tu blog y, joder, se me han puesto los pelos de punta xd
Pero creo que es necesario poner un poco de realidad a la escritura, aunque sea tan deprimente, pero es que estoy harto de leer el éxito en la literatura y la enésima versión de cómo J. K. Rowling llegó a vender millones de libros blablabla parece que siempre interesa hablar más del éxito que de los fracasos.
Buen artículo y buen blog ;)
Saludos,
Carlos
Bienvenido, Carlos. Tranquilo que mis posts no suelen ser así 😉. Pero era un tema que quería tratar desde hace tiempo. Como bien dices, siempre se habla de los casos de éxito, y no es casual. El sistema necesita que la gente siga creyendo que el éxito está al alcance de su mano, si se esfuerzan lo suficiente y tienen un poco de suerte. Y para que lo crean, debe suceder de vez en cuando. Pero la realidad es que el éxito guarda poca relación con el talento, y mucha con ser lo que se busca en ese momento para ofrecer al público.
Saludos,
Entro
Es curioso que en la introducción de Maestros del horror de Arkham House se habla de que algunos autores pulp si que hicieron bastante dinero y vivieron bien escribiendo para revistas, pero lo leí hace tiempo y los datos concretos no los recuerdo. Supongo que serían los autores más comerciales. Por cierto que ese libro me decepcionó mucho.
¡Saludos!
No he leído ese libro, pero no sé cuáles podrían haberse hecho ricos, aparte de Bloch (gracias a Psicosis) y el propio Derleth. Ramsey Campbell tuvo éxito, pero es posterior a la era de los pulps. Carl Jacobi tuvo que trabajar en el turno de noche de una planta industrial cuando el mercado de los pulps se hundió y se dejó allí la salud... Igual hubo alguna excepción, pero pocas.
Saludos,
Entro
Hola me gustó el artículo que deprimente es ❤
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