Pocas novedades. Esta semana se cierra la convocatoria para Calabazas en el Trastero: Especial Mitos de Cthulhu y me temo que la participación no va a ser tan alta como yo esperaba, pero eso ya lo comentaremos la semana que viene.
Estoy últimamente dándole vueltas al tema del contexto, de las espectativas que tenga el lector al leer una obra. Siempre son importantes, por supuesto, pero en el caso de la literatura de terror pueden ser fundamentales. No es lo mismo que te esperes leer una obra de fantasmas o que los aspectos sobrenaturales te pillen totalmente por sorpresa. No me atrevo a decir cuál de los dos casos es mejor para apreciar el relato, porque dependerá de cada uno, pero sin duda ese simple factor puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Y es algo que, por desgracia, suele quedar fuera del control del autor. Tú decides lo que cuentas, pero dónde aparece...
Por poner un ejemplo práctico, estaba pensando específicamente en Falling Angel, la novela de William Hjortsberg que luego fue película con Mickey Rourke, etc. Voy a intentar no hacer spoilers, pero básicamente digamos que la experiencia de la lectura varía un mundo si te esperas elementos sobrenaturales o si crees que se trata de una novela de detectives al uso. En efecto, los relatos que jueguen a la mezcla poco habitual de géneros son los que más van a sufrir en función del contexto en que se los encuentre el lector. Por irnos a tiempos más recientes, eso se veía claramente en la última antología de los Mitos que sacó Edge, Las mil caras de Nyarlathotep. Relatos que por sí mismos podían quedar muy bien perdían fuelle porque claro, al estar en esa antología, el lector sabía que por narices iba a salir Nyarlathotep y esa revelación no suponía una gran sorpresa. Extraigo de ello la conclusión de que, cuanto menos específica sea la temática de una antología, mejor.
¿Se puede, no obstante, aprovechar esas espectativas para jugar al despiste? Vamos con un ejemplo facilón: Scooby-Doo. En estos dibujos animados todo el mundo espera que, al final, se descubra que el monstruo es un tipo disfrazado. Cuando en ocasiones resulta que detrás de todo sí que hay un elemento sobrenatural (como en Scooby Doo y el fantasma de la bruja), la reacción del público suele ser positiva. Ahora bien, ¿y si el espectador contase con que hay elementos sobrenaturales, porque así se lo ha hecho creer tanto el contexto como la primera parte de la obra, y luego todo tuviera una explicación racional? ¿Sería una sorpresa agradable o un completo anticlímax? Me da que, hoy por hoy, es muy arriesgado tomar ese camino. Me viene a la cabeza Pandora en el congo, la novela de Sánchez Piñol que sucedió a La piel fría. Aquí sí que me va a costar no spoilear a nadie, y os podéis imaginar cómo es la cosa por lo que estoy comentando, pero dejémoslo en que jugarse la sorpresa narrativa a una sola carta e intentar ser original conllevó, para bastantes lectores, un resultado insatisfactorio.
Tantas dudas y tan pocas respuestas...
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