Bienvenidos a un capítulo más de mis divagaciones narrativas. Hoy pretendo hablar de una película que seguramente conozcáis: La tienda de los horrores, una curiosa mezcla de musical, comedia y film de terror que en 1986 alcanzó un éxito limitado en los cines.
Su personaje protagonista es Seymour Krelborn (interpretado por Rick Moranis), un hombre joven, huérfano, tímido y torpe. Un antihéroe de manual, vaya. Seymour trabaja en una floristería que está al borde de la quiebra. Para evitar su despido, revela que ha estado cuidando una misteriosa planta que encontró de un modo no menos enigmático, a la que ha bautizado como Audrey II en honor de su compañera Audrey (de la que está secretamente enamorado).
Aunque la plantita no es precisamente hermosa, al exponerla en el escaparate atrae una gran afluencia de público, así como dinero y fama para la floristería y su descubridor. Pero lo que nadie más que Seymour sabe es que la planta es carnívora y se alimenta, primero, de sangre y luego de carne humana, que Seymour debe conseguir muy a su pesar para no tener que abandonar su sueño de huir de aquel miserable barrio y casarse con su amada Audrey.
Una trama curiosa, ¿verdad? La película en sí cuenta con su propia historia: The Little Shop of Horrors fue primero una película de serie B dirigida en 1960 por Roger Corman, a partir de un guión de Charles B. Griffith. No había canciones y el origen del vegetal era más mundano (mezcla de variedades de plantas carnívoras). Luego fue un musical teatral en 1982 y, finalmente, la película de 1986 que nos ocupa aquí.
Desde un punto de vista narrativo, se trata de una versión del clásico argumento "pacto con el diablo". El protagonista hace cosas que sabe malas a cambio de poder cumplir sus sueños, y en este caso con la variante de que él no ha buscado de forma voluntaria ese pacto mefistofélico, sino que ha encontrado por casualidad la llave de sus deseos. Es una trama especialmente interesante, muy utilizada a lo largo de la historia, porque juega con la escala de grises: nuestro personaje no es completamente bueno (o no haría esas cosas) pero tampoco verdaderamente malo, sino que siente remordimientos y trata de limitar la gravedad de sus acciones, aunque no lo consigue y se ve empujado a acrecentarlas por culpa de unas necesidades cada vez mayores. Es una trama con la que el lector puede identificarse fácilmente. Además, está el factor bastante original de la planta en si: los vegetales pocas veces ocupan el papel de antagonistas centrales de una historia (sí, está El día de los trífidos y aquella novela llamada Más verde de lo que creéis, de Ward Moore, pero poca cosa más).
The End
El aspecto en el que me quiero centrar de esta historia es el final, del cual hay unas cuantas versiones. La película original era más macabra; en ella Seymour mataba a varias personas y la planta no tenía maldad propia sino que sólo buscaba sobrevivir, por lo que el hecho de que al final Seymour, perseguido por la policía, se arroje a las fauces de su criatura resulta bastante adecuado y cierra el hilo de la culpabilidad.
Sin embargo, tanto en el musical como en la segunda película, Audrey II es en realidad un invasor vegetal del espacio exterior, y sus planes pasan por ocupar la Tierra entera. A partir de ahí hay algunas diferencias: en la obra de teatro Seymour y Audrey acaban en el buche vegetal, y la planta procede a reproducirse e invadir el planeta. Este final se rodó también para la segunda pelicula, pero los pases previos a su comercialización indicaron que el público no reaccionaba nada bien (normal, es pésimo) y se procedió a preparar a la carrera una nueva conclusión, que es la que seguramente vierais en su momento: Seymour salva a la chica, se carga a la planta in extremis electrocutándola, y puede cumplirse su sueño de vivir juntos en una hermosa casita, con un pequeño guiño postrero. En la edición de Blu-ray podéis comparar ambos finales.
Ninguno de los dos me convence, independientemente de la calidad técnica de cada uno. En el "bestia", Seymour no expía su culpa, aun pereciendo junto a su amada, porque el peligro que ha ayudado a traer al mundo sigue vigente y, de hecho, más fuerte que nunca. Sí, también un clímax puede ser un fracaso, pero este no resulta emocionalmente satisfactorio: ¿se mueren y qué, ya está? En el segundo, Seymour no llega a pagar por sus crímenes, y pagar es una parte inherente del pacto mefistofélico, aun cuando queramos huir de moralejas: quien acepta el trato con el diablo acaba sufriendo las consecuencias, de lo contrario se pierde el dilema moral, porque se transforma en una situación de win-win.
¿Qué haría yo? Sin duda, un griego. Un final de tragedia griega, digo. Seymour está marcado por la culpa y debe redimirse. ¿Cómo? Matando a Audrey II y dando su vida en el proceso. De este modo, todo el ciclo se cierra. Dramáticamente, cualquier otro resultado resulta poco satisfactorio, como si Darth Vader no hubiese logrado salvar a Luke o, peor aún, como si lo salvara fácilmente y luego se fueran los dos de farra como si tal cosa.
En cuanto a la Audrey humana, puede sobrevivir o no, a gusto del guionista. Podría quedarse para recordar toda su vida a Seymour, a modo de testigo de su sacrificio redentor, o morir antes si queremos que éste comprenda por fin en toda su magnitud el error que ha cometido. Por supuesto, además el modo de hacerlo debe resultar medianamente creíble y emocionante; ¿qué tal si Seymour lucha contra la planta, pensamos que puede vencer pero finalmente la planta se lo zampa. Y cuando el bicho se las promete felices, descubre que Seymour se ha envenenado para acabar con ella de una u otra forma...
Warner Bros., 2013. 94 mins, 28$.
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