viernes, 2 de enero de 2015

Los derechos de Lovecraft II: La venganza

A partir de los años 40, August Derleth se sintió el auténtico poseedor de los derechos sobre la obra de Lovecraft y sus creaciones. Aunque al principio declaraba actuar en consonancia con la voluntad de Wandrei, Barlow y el "patrimonio de Lovecraft" (esto es, sus herederos), pronto tomó él mismo las decisiones sobre qué obras derivadas se publicaban y cuáles no. Y la respuesta solía ser que no, acompañada además de amenazas de pleito que solían bastar para disuadir al incauto (aunque cabe señalar que Arkham House nunca fue a juicio por este motivo). Así, Derleth aprovechó su posición para escribir «colaboraciones póstumas» en las que, a partir de un fragmento o anotación de Lovecraft, creaba un relato entero que publicaba bajo el nombre de ambos autores. Aprovechó esta misma autoridad para publicar (e incluir en el canon de los Mitos) a autores ahora tan conocidos como Ramsey Campbell y Brian Lumley. Las creaciones de éstos, por supuesto, les pertenecen a ellos.

La situación empezó a cambiar a partir de los años 70, en parte porque la creciente popularización de la figura de Lovecraft hacía difícil controlar todas sus manifestaciones, pero también por la progresiva revelación de lo frágil que era la postura de Arkham House. Derleth murió en 1971 tras una larga enfermedad y la editorial pasó a manos de su abogado, un curioso personaje llamado Forrest Hartmann. Wandrei y Hartmann entablaron entonces un largo y penoso proceso judicial por el dominio de Arkham House y de los derechos de HPL, a lo largo del cual fueron haciéndose públicos los susodichos documentos. El propio Hartmann argumentó ante el tribunal que las obras de Lovecraft no habían sido renovadas y se encontraban ahora en el dominio público, cosa que nadie discutió. Esta lucha por el control de la editorial, que luego entablaría Hartmann contra los propios hijos de Derleth, es una fea historia que tampoco compete a este artículo.

Que en 1981 Chaosium aún creyera necesario contar con el permiso de Arkham House para usar las creaciones de Lovecraft en su juego de rol Call of Cthulhu es un aspecto interesante, pero puede guardar mayor relación con su interés de añadir al juego criaturas de Campbell y otros, publicadas originalmente por esa editorial. En cualquier caso este reconocimiento de derechos sobre HPL fue desapareciendo en sucesivas ediciones.

En otras jurisdicciones legales, por supuesto, se aplicaban normativas distintas que normalmente no requieren la renovación explícita de los derechos y, por tanto, la obra de Lovecraft seguía estando protegida en esas regiones. Finalmente, en 2007 la obra de Lovecraft pasó al dominio público en la Unión Europea. En Australia, Japón y otros países llevaba ya veinte años en esa situación. Este fue el pistoletazo que acabó de dar rienda suelta a la oleada de reediciones, versiones y nuevas obras inspiradas en las creaciones de HPL. La propia Chaosium, comprendiendo lo difícil que iba a ser defender ante un tribunal sus derechos, empezó a ceder licencias a terceros en condiciones muy razonables.

Algo tan bueno no puede ser gratuito

La historia debería terminar ahí, pero por supuesto nunca es tan fácil. Las creaciones de Lovecraft, que murió en la miseria más absoluta, generan hoy día pingües beneficios, y el pastel es muy tentador.

Así llegan las marcas registradas, cuya legislación es aún más liosa que la de los derechos intelectuales. Básicamente cualquiera puede registrar cualquier cosa, y ya se verá en los tribunales quién tiene razón. El caso más sangrante es el de Fantasy Flight Games, que ha asegurado recientemente poseer los derechos para juegos de mesa de los términos Arkham y Elder Sign (enlace), y aunque probablemente lo tendría muy complicado para lograr un veredicto favorable, su capacidad económica hace que para una pequeña empresa sea imposible pleitear en condiciones de igualdad.

Aún más interesante es el caso de Lovecraft Holdings LLC, conocida anteriormente como Lovecraft Properties. Esta ¿empresa? fue constituida en Providence en 1998 por Robert C. Harrall (al parecer nieto de Ethel Phillips Morrish, la prima segunda de Annie Gamwell) tras recibir el legado de un tal Albert A. Baker. Albert Baker era el abogado de la familia Lovecraft a comienzos del siglo XX, pero sería asombroso que aún siguiera vivo en fechas tan recientes; tal vez se trate de su hijo.

Lovecraft Holdings mantuvo un perfil bajo hasta que en 2014 llamó la atención de los aficionados, cuando un estudio argentino, Senscape, trató de financiar un videojuego "oficial" sobre El caso de Charles Dexter Ward. La condición de oficial, sorprendentemente, la concedía Lovecraft Holdings a cambio del pago de una licencia. Lo asombroso del caso era que el propio S.T. Joshi les avalaba frente a sus propias conclusiones previas (os dije que os quedarais con eso), en un cambio de opinión que alguno podría encontrar harto sospechoso. Es perfectamente posible que los herederos de Lovecraft posean aún cartas, escritos inéditos, fotografías etc., que pudieran pertenecerles en justicia y fuesen de utilidad para un investigador como Joshi, pero su autoridad, ya sea legal o moral, sobre obras como The Case of Charles Dexter Ward resulta muy dudosa, por decirlo con suavidad.

Si la popularidad de Lovecraft se mantiene, seguramente veamos nuevos intentos de devolver a la esfera privada sus obras o, con mayor probabilidad, elementos puntuales de éstas, como nombres de ciudades o seres, para usos específicos como juegos de mesa, de rol o videojuegos, simplemente porque la legislación favorece a las grandes empresas frente a creadores independientes.

Trataré de mantener estos artículos actualizados con la información adicional que pueda surgir.

Primera parte

Este artículo es la segunda parte de Los derechos de Lovecraft I: El culebrón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy interesante artículo.
Albert A. Baker seguramente sea un brujo resucitado que suplanta la identidad de falsos descendientes.
Un saludo.

Entropía dijo...

Ya te digo, el tal Baker da para un relato muy lovecraftiano :-D

Saludos,
Entro