Por si a alguien no le suena, Castle es una serie norteamericana de la ABC que también se emite en España. Se centra en las andanzas de Richard Castle, un exitoso escritor de novelas de misterio que colabora con la policía, en particular con la inspectora Beckett (de quien acaba enamorándose, como no podía ser de otro modo). Personalmente la serie me gusta mucho, precisamente por lo poco realista que es, un poco al estilo de las viejas series de los años 80. En particular, la lujosa vida de millonario playboy que se da Castle gracias a las ingentes ganancias que le proporcionan sus libros me hace reír por lo poco que se parece a la existencia de un verdadero escritor, aunque sea de bestsellers.
Hasta ahí, bien. Pero dado el éxito que tenía la serie, alguien debió de pensar: «oye, ¿por qué no publicamos los libros de Castle que se mencionan en algunos capítulos?». Y dicho y hecho, la máquina editorial se puso en marcha con su habitual eficiencia. En Estados Unidos llevan publicados al menos ocho novelas (y varias adaptaciones a cómic), y aquí en España cinco que yo sepa. Y se venden muy bien, mejor que muchas otras novelas del género.
Cuando los vi por primera vez en una librería, me pregunté de inmediato quién sería el autor, y no me creo que sea yo el único. Todos sus lectores (y no son pocos) saben perfectamenbte que los libros no los ha escrito Richard Castle, puesto que no existe, y desde luego tampoco el actor que lo interpreta, Nathan Fillion. Pero ni en la portada ni en el interior de las novelas aparece por lado alguno el nombre del autor o autores (porque parece ser que han sido diferentes de unas novelas a otras, a conveniencia de los administradores de la marca).
Lo siento, pero a mí esto me parece una vergüenza. Sí, cierto, negros literarios ha habido siempre (el propio Lovecraft fue ghostwriter), los libros por encargo no tienen nada de raro (ahí está tanta biografía de famoso), pero por lo general siempre se ha intentado disimular. El lector medio creía, o quería creer, que el autor era el tipo cuyo nombre que aparecía en la portada. Aquí no, no se engaña al lector, se deja bien a las claras que el escritor no tiene la menor importancia. Y el público compra y lee, fiel.
¿Qué hubiera costado poner el nombre del autor real en alguna parte, aunque fuera en pequeño en mitad del texto legal, como se hace a veces con el traductor? O al menos admitir su labor públicamente, que reciba justo reconocimiento si ha hecho un buen trabajo. Pues no, todo es márketing y el autor es lo de menos. «Si no te gusta, nos buscamos a otro juntaletras». Y no les falta razón: estos mismos libros, publicados sin el paraguas de la serie y bajo el nombre real del autor, habrían vendido muchísimo menos. ¿Somos una masa aborregada a merced del mercado? Y tanto que sí. A este paso no habrá autores, habrá marcas.
Ahora bien, estuve ayer comentando este tema por las redes sociales y me encontré con varias personas que no veían problema en todo esto: es un trabajo como otro cualquiera: el autor escribe, cobra y adiós muy buenas. Es una opinión respetable. Seguramente sea yo el ingenuo por pensar que las cosas pueden ser de otro modo, y desde luego cada vez es más difícil que libros, películas o cómics triunfen sin el respaldo de un nombre conocido o una saga famosa. Simplemente mirad la cartelera y lo comprobaréis. Es lo que hay.
Pero no tiene por qué gustarme.
Actualización 19/10/17
De pura casualidad he podido leer uno de los libros «de Castle». Resulta que los tienen todos en la biblioteca municipal (ni harto de vino pago un euro por esto) y he sacado el primero, Ola de calor.
Qué puedo decir, es bastante mediocre. Los personajes y situaciones están sacados de la serie, pero no son ellos mismos, como si Richard Castle se hubiese limitado a volcar en papel lo que ha visto en comisaría, cambiando lo mínimo: Jameson Rook, igual que Castle, se ha pegado a la inspectora Heat porque el alcalde le debe un favor, pero en lugar de escritor es periodista. Ah, y su madre es actriz de televisión y no de teatro como en la serie. Heat se metió en la policía porque su madre fue asesinada, pero en su casa en vez de en un callejón. Los demás personajes igual: la forense amiga de Heat, los dos policías, uno latino… Para eso hubiese sido mucho menos confuso y más interesante escribir las aventuras de Castle y Beckett como un capítulo más, la verdad.
A propósito, se rumorea que al final el autor de estos libros, o por lo menos de los primeros, es Tom Straw. No le auguro mucho futuro. Y ya que hablamos de autorías, ¿queréis leer algo curioso? ¡Tampoco viene el nombre del traductor!
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