El anterior micro que subí al blog (aquí) tuvo una acogida bastante buena, así que he decidido poner este otro que escribí el año pasado. En su momento lo mandé a un concurso de microrrelatos de terror, debo reconocer que con ciertas esperanzas (y por supuesto en vano, no fue ni finalista).
Con Bajo mi cama pretendía darle una vuelta de tuerca a una típica situación de las historias de terror. Vosotros juzgaréis si lo logré. Son 433 palabras, título incluido.
Bajo mi cama
—Cariño, vamos a salir ya, ¿te estás vistiendo?
No respondí, no pensaba ir con ellos se pusieran como se pusieran. Estaba harto de tener que acompañarles siempre a esas aburridas visitas familiares. ¿Por qué no me podía quedar en casa? No era cierto que fuera todavía demasiado pequeño, y se lo iba a demostrar.
Sí, estaba decidido. Esta vez ni mamá ni papá me harían cambiar de opinión. Me habían dejado la ropa encima de la cama para que tardara lo menos posible, pero no iba a vestirme, seguía en pijama en actitud desafiante.
Mamá volvió a llamarme al pie de la escalera. No podía verme desde allí porque la puerta de mi cuarto estaba entornada, pero por si acaso venía decidí buscar ya un escondite. Seguro que debajo de la cama no me encontraría. Me metí rápidamente, encantado de mi ingenio.
Ya se la oía subir la escalera hacia mi cuarto, así que me quedé inmóvil para que no me descubriera.
—Cielo, te he llamado ya varias veces. ¿Estás listo o no?
Ahogué una risita para no delatarme. Esta vez sí que no me encontrarían, tendrían que irse sin mí.
De pronto oí una voz. Mi voz.
—Sí, mamá, enseguida voy.
Me tapé la boca instintivamente, pero comprendí que yo no había dicho nada. ¿Entonces quién había hablado?
En eso noté que el somier que tenía encima se hundía en varios lugares. ¿Había algo encima del colchón? ¡Pero si mi mamá no había llegado a entrar en el cuarto!
Me quedé aún más inmóvil y silencioso. Entonces, dos pies con calcetines descendieron delante de mis ojos, abiertos como platos, y unas manos de niño les pusieron mis zapatos con parsimonia. Luego las manos volvieron a desaparecer y el colchón crujió una vez más. Los pies se fueron convirtiendo en unas piernas que se pararon delante de la puerta, la abrieron y salieron.
—Estupendo, cariño —oí que decía mi madre al otro lado—, vámonos ya.
¿Es que no notaban nada? ¿No se daban cuenta de que ese no era yo? Estaba seguro de que volverían enseguida a buscarme, salí de debajo de la cama y bajé a esperarles delante de la puerta, pero pasaron horas y nada. Volví a mi cuarto a llorar. Al rato se abrió la puerta: era mi familia que regresaba, pero estaban charlando alegremente como si no hubiera pasado nada, y oí que alguien venía directo a mi habitación. Me asusté, y volví a esconderme antes de que eso me descubriera.
Desde entonces vivo aquí abajo, aterrado del monstruo que hay encima de mi cama.
Actualización 21/07/17
Mariano Mabaro me ha puesto sobre la pista de Tuck Me In, un corto dirigido por Ignacio F. Rodo en 2014 que parte de una idea de base muy similar a la de mi micro y, además, está muy bien hecho. Ya veis que ninguna idea es totalmente original, siempre puedes encontrar historias anteriores parecidas. Como decían los antiguos: «nihil novum sub sole» (y esto daría para otro artículo).
Pero es interesante comparar cómo medios distintos (cine y literatura) conllevan por necesidad aproximaciones diferentes. El corto se centra en la sorpresa del padre al descubrir lo que ocurre, y mi relato en el asombro del crío por todo el proceso, tanto la sustitución como que su familia no se dé cuenta (o no quiera darse cuenta porque el nuevo se porta mejor). Y es lógico que sea así, el cine es un medio que depende más del impacto visual, mientras que el fuerte de la literatura es meterse en la cabeza de los personajes y sus pensamientos. Y muchas veces se nos olvida, la enorme influencia de lo audiovisual en nuestra sociedad nos ofusca e intentamos escribir cosas demasiado «visuales», y resulta que no funcionan como esperábamos.
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