Sí, eso he dicho, homeopatía literaria. Vaya por delante que no soy partidario de la homeopatía, es una patraña sin base científica que abusa del efecto placebo y de la ingenuidad de los pacientes. Pero cuando hablamos de la literatura la cosa cambia y puede dar buenos resultados. Tampoco poseo ninguna prueba concluyente de que mi teoría realmente tenga un efecto real, pero oiga, «a mí me funciona» .
Vale, vamos al meollo. ¿A qué me refiero con esto que me he inventado de «homeopatía literaria»? Imagino que todos sabéis en que se fundamenta la homeopatía: se coge un supuesto principio activo y se diluye cada vez más hasta que no queda ni una sola molécula del mismo, con la peregrina noción de que, de algún modo, el agua «recuerda» ese componente y actúa en consecuencia. Bien, pues aquí la idea es similar. Se trata de escribir algo y luego quitarlo de la versión final, con la convicción de que incluso sin estar presente afectará al resto del texto. Tiene sentido, porque cuando escribes no sólo estás pensando en la frase que redactas en este mismo momento, sino también lo que ya has escrito y lo que piensas poner a continuación.
Un ejemplo ilustrativo. Supongamos que tu personaje se aproxima a una situación de peligro mortal de la que se librará por los pelos en el último momento. Pues se trata de escribir una escena en la que realmente muera, para luego quitarla y sustituirla por su salvación. ¿Por qué? Pues porque redactarás el resto del texto en consecuencia, de forma que todo apuntará a que de verdad la va a palmar. Así, cuando finalmente se salve, resultará más emocionante. Sencillo, ¿no?
Hay más aplicaciones de esta terapia. Por ejemplo, puede que desees no ser demasiado explícito en las escenas de violencia o sexo. Esto es muy comprensible, pero se corre el riesgo de que toda la narración quede floja. Para evitarlo, puedes escribir realmente esas escenas con toda su crudeza y luego «taparlas» con un fundido en negro o algunas elipsis oportunas. Aunque el lector no encuentre los detalles en la versión final, notará que los personajes sí saben lo que pasó y lo han vivido, lo que da fuerza al conjunto.
Otra posibilidad más ortodoxa: a menudo los acontecimientos del presente emanan de algo que sucedió en el pasado y que sólo deseas referir indirectamente. Pues aun así, conviene escribirlo para que los detalles y connotaciones resulten coherentes y, sobre todo, factibles. Quién estuvo allí, por qué y qué hizo. Cuán a menudo se mete la pata por dejar de forma nebulosa un aspecto sobre el que debe pivotar la trama, sin tener algo sólido a lo que agarrarnos.
Creo que la idea está clara. Después ya depende del perfeccionismo de cada uno, pero como ese texto luego lo vamos a borrar o guardar en el cajón, en principio no merece la pena detenerse en cuidar el estilo o que las descripciones fluyan, es más importante su intensidad: sucesos impactantes, diálogos cortantes, hechos cuyas «ondas» alcancen al resto del texto. Pero como siempre digo, que cada uno pruebe y se quede con lo que le funciona.
Espero que esta breve entrada os haya sido útil. En el blog encontraréis otros consejos literarios, por ejemplo en este otro artículo. Hasta la vista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario