martes, 8 de enero de 2019

La frialdad de su culo (microrrelato)

Normalmente hacia enero suelo preparar en el blog una especie de recensión del año que cierra y los objetivos para el nuevo, pero paso ya tanto del tema que ni eso voy a hacer (ooh).

Lo que sí os voy a mostrar es un microrrelato, a ver qué os parece. Tenía la idea rondándome desde hacía tiempo (por lo general surgía cuando iba en metro, como comprenderéis), pero no fue hasta el otro día que por fin me decidí a verterla en negro sobre blanco. Esta vez comprende 429 palabras, título inclusive.

La frialdad de su culo

Volver del curro era lo peor. Salir cansado de la oficina, ya de noche, y tener que coger el metro lleno hasta los topes. Aguantar de pie hasta que quedaba un asiento libre, apresurarse a ocuparlo antes de que se te adelantara alguien, y encima notarlo caliente de las posaderas del individuo anterior. Pocas sensaciones tan incómodas.

En una de esas ocasiones una mujer se levantó justo delante de mí y fui a sentarme en el hueco que dejaba. Y sorpresa, lo noté frío, como si nadie hubiese estado ahí en un buen rato. Ni idea de por qué, pero resultó muy agradable.

A partir de entonces, siempre que la veía en mi vagón trataba de repetir la jugada. Como sabía qué metro solía coger y en qué estación se bajaba, era fácil llegar hasta ella y ponerme al lado a la espera del momento justo. Constituía un curioso placer sentarme en fresco, y me parece que ella era consciente de ello. Creo que se estableció una especie de juego entre los dos: yo la buscaba y ella no se movía hasta que estaba preparado. Y si había más personas cerca, se levantaba de forma que dejara accesible mi flanco y que yo ocupara el asiento sin oposición.

Esta dinámica duró hasta que me cambiaron el turno de trabajo. A partir de entonces tomaba el transporte en otro horario y dejé de verla, imaginé que para siempre.

Pero llegó cierto día en que, muy temprano, tuve que desplazarme a la otra punta de la ciudad por esa misma línea. El metro estaba casi desierto a esas horas de la madrugada, cuando no había amanecido siquiera e íbamos todos con las legañas pegadas. Yo desde luego estaba adormilado, y pasó un rato hasta que me fijé en que la tenía sentada enfrente, lanzándome una mirada divertida. A diferencia de mí, se la veía fresca como una rosa. Iba vestida con la misma elegancia que cuando la encontraba al anochecer; debía de haber trasnochado y ahora regresaba a casa.

No le dije nada, por supuesto, pero cuando se levantó me cambié de asiento para ocupar el suyo. No era necesario, pero lo hice en honor de nuestra vieja costumbre. Y por una vez lo hallé marcadamente cálido, más incluso de lo normal con otras personas. Qué raro.

Extrañado, la miré de espaldas mientras el tren se detenía. Justo antes de salir del vagón y desaparecer por los pasillos, se giró a sonreírme, y con la lengua se limpió los últimos restos de sangre de los colmillos.

Si os ha gustado, otros microrrelatos que podéis encontrar en este blog son:

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