Para este segundo artículo mi intención es repasar otros modos de enfocar los distintos tipos de narrador. Buena parte de las clasificaciones de narradores que encontraréis por ahí se basan en palabros como «omniscente», «heterodiegético», «autodiegético», etc. No digo que esté mal, pero en mi modesta opinión todos estos términos sobreespecializados se pueden resumir determinando las siguientes cualidades de la voz narradora, y siendo coherente con ellas a lo largo de la historia:
Conocimiento. ¿Qué grado de conocimiento posee el narrador sobre lo que ocurre? Por ejemplo, ¿puede meterse en la mente de los personajes y saber sus intenciones y sentimientos verdaderos, como si fuera un diosecillo, o posee limitaciones humanas? Esto también se debe tener en cuenta a la hora de relatar sucesos de los que no hay testigos, aunque en estos casos el grado de intromisión sea menor. Y si el narrador es una persona concreta, ¿conoce la historia de primera mano, o sólo una parte, o ni siquiera eso y es como si alguien se lo hubiera contado y ahora él lo relata? A veces un narrador testigo, pero no protagonista, ayuda mucho: pensad por ejemplo en cómo Conan Doyle usaba al doctor Watson para narrar los sucesos de un modo emocionante y comprensible para el lector, porque si lo viéramos desde el punto de vista de Holmes la cosa no tendría la menor gracia.
Fiabilidad. El lector tiende a confiar en el narrador, cree que lo que le va a contar será la verdad objetiva y como tal debe aceptarla. Sin embargo, esto no tiene por qué ser cierto. Puede que el narrador no sea neutral y sólo nos transmita su punto de vista subjetivo, bien de modo deliberado porque esté implicado en los acontecimientos (como hizo Agatha Christie en El asesinato de Roger Ackroyd), porque podría estar engañándose a sí mismo (siendo un caso paradigmático el de Henry James en Otra vuelta de tuerca) o directamente porque su estado mental es inestable (como en El papel amarillo de Charlotte Perkins). En caso de que el narrador no sea fiable, debemos pensar si vamos a hacerlo obvio o a dejar que el lector lo vaya sospechando, y en cualquiera de los casos, si vamos a contraponerlo con otro punto de vista en un segmento posterior de la obra (como hizo William Faulkner en El ruido y la furia) o dejaremos que, por poco digna de confianza que resulte, sea la única fuente de información de la dispondrá el lector (como Bret Easton Ellis en American Psycho).
Intromisión. La narración puede ser neutra, e ir contando los hechos sin entrar a valorarlos, o por el contrario meterse a saco con una voz propia y manipular «guiar» nuestra opinión sobre los personajes y lo que les sucede. El primer caso es más clásico, el segundo más moderno (algunos de los máximos exponentes de la literatura de género actual se distinguen por su voz narrativa particular). No obstante, no seamos tan ingenuos de pensar que, sólo porque no se note a primera vista, la narración sea verdaderamente neutral: siempre carga con las opiniones y la ideología del autor, tanto si es de forma consciente como si no. Conviene asumirlo y tratar de hacerlo con sutileza, en lugar de emplear «moralejas» facilonas que pueden molestar al lector.
Personalmente soy un tanto simplón y prefiero los narradores que se circunscriben a uno de los protagonistas, ya sea en primera persona desde su punto de vista subjetivo, o en tercera como una cámara que le va siguiendo a todas partes. Me parecen historias más sencillas y honestas, pero sin duda hay muchas obras maestras que adoptan enfoques diferentes. Repito que lo importante es ser fiel a las decisiones tomadas al principio: si durante toda la historia os habéis ceñido a la información que dispone un personaje, no paséis de pronto a un narrador omniscente. Y viceversa, si habéis estado narrando cual diosecillos, no ocultéis al final información al lector sólo para mantener la intriga.
Más cosas
En el artículo anterior se me olvidó comentar una consecuencia fundamental de elegir una forma personal u otra (sí, vaya mierda de articulista estoy hecho), como es el registro lingüístico. Si decidís plantear el relato en primera persona, el modo de expresarse del narrador debe resultar creíble para ese personaje. Es algo de pura lógica, pero como por lo general la gente se expresa de un modo más sencillo que el estilo literario tradicional, muchos recursos de la prosa pueden quedarse fuera de juego. Por ejemplo, si estáis escribiendo una novela gótica y pretendéis usar la primera persona, podéis iros olvidando de muchas de las descripciones floridas que caracterizan ese género, a riesgo de que quede muy forzado. Y aunque eso no resultara un problema en vuestro caso, conviene siempre plantearse: ¿podrá este narrador en primera persona usar el estilo que quiero darle al texto? Si el narrador es un niño o una persona sin estudios, evidentemente habrá de expresarse como tal, ¿lo soporta bien la historia o será un estorbo? ¿Dispone mi narrador de los conocimientos especializados que necesito para explicar bien lo que está ocurriendo, o por el contrario sabe demasiado de un tema en particular (porque es médico, científico, etc.), y un lector lego se va a perder con tanto término inusual? Si veis que puede dar problemas, mejor optar por la tercera persona.
Otro aspecto importante de la narración (y lo comento así en plan cajón de sastre, ya vale todo) es la anticipación. Podemos usar el conocimiento que tiene el narrador de lo que va a pasar en el futuro para darle más emoción al comienzo: «quién nos iba a decir que aquel sería el último día feliz de nuestras vidas...» Cuidado con abusar, es muy sencillo caer en la trampa del charlatán: anunciar cosas terribles o magníficas, creando unas expectativas en el lector que luego la prosa y la narración no refrendan. Mejor sorprender por lo alto que por lo bajo.
Primera parte
Este artículo es la segunda parte de El narrador (I). Que lo disfrutéis.
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