Hay quien escribe relatos muy sencillos, en los que desde el primer momento es evidente dónde van a ir a parar. Pero si se hace bien y sin perder el paso, más que suficiente.
Con el tiempo, se aprende a hacer las cosas con más elegancia, más sinuosas y estilizadas. La trama fluye como un río hasta su inevitable final.
Y hay quien logra hacer que la historia parezca que va por otros derroteros pero, sutilmente, la devuelve a su curso, rizando el rizo sin que cante. Bravo.
Claro que esto es complicado, y muchos acaban recurriendo a la técnica del martillo: "¿que lo que he escrito hasta ahora no encaja con lo que quería decir? ¡trae el martillo!". Y pasa lo que pasa.
Algunos maestros logran el relato en bucle perfecto, una metáfora sobre el eterno retorno y el ciclo de la vida.
Pero demasiado a menudo, parece que el autor escriba porque sí, divagando sin saber adónde va, perdiendo el tiempo de sus lectores con la vana promesa de llegar a algún sitio.
Qué pasa, se me ha ocurrido esta bobada y me aburría, ¿vale?
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