Un apunte rápido para relatos y películas de ambientación medieval, donde vemos a gente viajar raudos a caballo de aquí para allá. Engañoso. En esta época viajar no sólo es un lujo (que también), sobre todo es leeento.
¿Cuánto? Pues es algo muy variable, como ya supondréis. Para empezar depende de la vía. Las carreteras bien conservadas eran escasas pero permiten mantener un ritmo sostenido y por tanto suelen establecerse entre ciudades importantes o con fines militares de un lugar a otro de la frontera, y cuentan con fondas y paradas de postas a intervalos aproximadamente regulares de 10-15 km, con otras mayores cada 50-80 km. Por caminos rurales, embarrados o cubiertos por la nieve, por no hablar de terreno accidentado, la perspectiva de llegar rápidamente a cualquier parte es simplemente irreal.
Suponiendo condiciones ideales, por un camino llano en buen estado una persona entrenada puede caminar unos 30 km al día con carga (que no sea excesiva), son las típicas marchas militares. Esto puede hacerse durante varios días seguidos, pero cada semana hará falta como mínimo un día de descanso y con gran probabilidad dos. Puntualmente y sin carga, se podrían alcanzar los 50 km en una jornada. Si en cambio la ruta es dificultosa, hacer 10 o 15 km al día sería ya un éxito.
Lo curioso es que estas velocidades por tierra son bastante constantes. Los carros van apenas ligeramente más rápido que una persona a pie (pero cargan mucho más peso, por supuesto) y requieren periodos de descanso para los animales a lo largo de la jornada, para cubrir unos 25-30 km/día, y los caminos en malas condiciones pronto resultan intransitables para ellos.
¿Y a caballo? Pues esas escenas en las que vemos a los viajeros galopando constantemente en sus monturas son simplemente falsas. Uno sólo se sube al a caballo para ir al paso (velocidad similar a una persona) o en situaciones de combate o caza, y siempre durante periodos de tiempo limitados (porque el animal se cansa y porque el jinete también acaba molido), por supuesto sin carga adicional. Un caballo entrenado puede mantener el paso a su ritmo durante varias horas (pero no va mas rápido que una persona a pie), al trote de 30 minutos a 1 hora con el jinete a lomos (o 2-3 horas tirando de un carro ligero), y el galope les agota en cuestión de minutos. La verdadera ventaja de un caballo es poder liberar al caminante del peso de su bagaje sin notarlo apenas sobre sí, y permitir ocasionales galopadas en caso de peligro.
A los caballos se les aplica la misma filosofía que a los caminantes experimentados: un jinete con poco peso y una montura bien entrenada puede cubrir 50-80km en un día, pero sería complicado mantenerlo de forma sostenida. Por ello se establecían paradas de postas con caballos frescos y ya listos, de modo que los mensajeros medievales podían llegar mucho más rápido a su destino. Para el cursus publicus romano se calculaba una velocidad habitual de 100 km/día, y en caso de emergencia y extenuando a los caballos, incluso 150-180 km/día.
El transporte fluvial por un río navegable es más cómodo (río abajo, claro, subir de nuevo la barcaza puede llevar semanas) pero no mucho más rápido. La ventaja es la distancia que se acorta respecto a otras rutas, y que no es necesario realizar descansos pues es el agua la que hace el esfuerzo. Con todo, la mayoría de los ríos tienen zonas complicadas donde hay que detenerse para manejar la barca con cuidado.
Por supuesto, se viajaba sólo del amanecer al ocaso, por el temor a asaltantes y el peligro que supone la falta de luz (baches, puentes arrastrados por una riada, etc.). A menudo merece la pena hacer alto en un lugar seguro y bien provisionado, aunque queden todavía horas de luz, que arriesgarse a tener que hacer noche a la intemperie. No obstante existen constataciones medievales de incursiones nocturnas; un grupo ligero bien equipado (pensemos en un noble con su escolta) podría arriesgarse y avanzar de noche si se conoce bien el terreno, pero siempre a menor velocidad que durante el día.
Esto en cuanto al transporte terrestre. Por mar depende muchísimo del clima, pero una media de 250 km/día en aguas tranquilas y bien conocidas (del Mediterráneo, por ejemplo) resulta razonable. Evidentemente costear (navegar sin perder de vista la costa por temor a mar abierto) retrasa mucho, lo mismo que el mal tiempo o la calma chicha.
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