Un momento, por favor. Sí, aquí, gracias. Ejem. Soy consciente de que este artículo es muy esquemático y puede contener errores; he encontrado unas anotaciones que hice en su momento para una cosilla y me he dicho «antes de que se pierdan, vamos a organizarlas un poco y subirlas por si le son útiles a alguien». Me reservo el derecho a ampliarlo / corregirlo cuando se tercie.
Antes de la invención de la luz eléctrica, la iluminación artificial fue un auténtico problema, aún más en una fase de recursos limitados como el medievo. Esto influye en el ritmo de la vida, ya que aprovechar las horas de luz natural es imperioso (aquello de levantarse cuando canta el gallo) y deja la noche como tiempo de recogimiento y descanso (y peligro, por supuesto).
La iluminación básica son las velas, y las hay de sebo y de cera de abeja. Las de sebo (de cordero o buey) son accesibles, pero arden mal (sueltan humo, chisporrotean ocasionalmente); en cambio las de cera arden con una llama constante, echan poco humo y huelen bien, pero son artículos de lujo que pocos pueden permitirse. En ambos tipos, para que la vela arda bien hay que ir recortando la mecha (o pábilo) ya consumida, que se fabrica de carrizo, esparto o algodón.
Las velas se hacen a mano mediante un largo proceso (ser velero es una profesión), y nunca tienen una forma cilíndrica lisa. Pueden llegar a ser bastante grandes, como las hachas (generalmente cuadrangulares), los cirios o los blandones.
Para sostener las velas existe una amplia variedad de utensilios, algunos de los cuales también permiten trasladarlas con relativa comodidad de una sala a otra. Son conocidos en general como candeleros; si tienen varios brazos pueden llamarse candelabros, y cuando están pensados para un tipo específico de vela tenemos el hachero, el blandón, etc. La típica palmatoria es la versión sencilla para una sola vela pequeña que solía usarse en el dormitorio.
Otra fuente de iluminación usada desde la antigüedad son las lámparas de aceite o candiles. La mecha (vegetal como en las velas o de pelo animal) se enrolla y se empapa en el aceite guardado en un recipiente interior (candileja), atraviesa un tubo y asoma por el otro extremo, que es el que se prende. También hay que ir tirando de tanto en tanto de la mecha y recortar la parte ya consumida.
Como combustible se solía usar aceite de oliva, pero también de pescado, de frutos secos, grasa animal e incluso petróleo sin refinar. El contenedor suele estar hecho de metal o arcilla. Obviamente el peligro de incendio es mayor que con las velas, aunque algunos grandes candiles colgados mediante cadenas iluminaban amplios espacios públicos, y el tiempo de preparación de un candil siempre es menor (basta rellenar la candileja).
Para proteger velas y candiles a la intemperie existen los faroles, generalmente con un entramado de metal o madera que guarda la llama del viento pero que (idealmente) proporciona suficiente oxígeno como para que siga ardiendo, a menudo con una parte móvil para sacar y meter la luminaria. No es que den mucha luz. El vidrio es tosco y grueso en esta época, y encima se cubre del hollín de la llama, así que rara vez se emplea en un farol y en ese caso oculta bastante su luz.
La forma más primitiva de iluminación son las antorchas, un palo de madera o un hatillo cuyo extremo está impregnado de resina o brea (a veces es un paño o tira de estopa el que se empapa y luego se rodea con él la madera). Opción espectacular: cuando el material es azufre y cal, el fuego no se extingue al sumergirlo en agua, algo ya conocido en tiempo de los romanos.
Y aunque también iluminaban un poco, el principal cometido de las chimeneas era calentar (además el hogar solía estar bajo y la luz que arrojaba era muy poco útil para trabajar o cocinar). Dicho sea de paso, las chimeneas caldean mucho a corta distancia pero muy poco en cuanto te alejas. En los castillos eran muchos los hogares prendidos simultáneamente, y en casas más humildes solían hacerse en el centro de la estancia para aprovecharla mejor.
En cuanto al alumbrado público, hasta ya bien entrado el siglo XV es prácticamente inexistente salvo en lugares y periodos de especial riqueza. Cuando hay, a menudo son los inquilinos de cada casa o cada calle los responsables de mantenerla iluminada, cosa que rara vez se cumple salvo locales que busquen atraer clientes. Los pajes de hacha eran muchachos que a cambio de una moneda iluminaban el camino a los viandantes, si bien a menudo se aliaban con criminales para conducir a sus clientes a una emboscada.
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