lunes, 24 de junio de 2013

El contexto en el relato de terror

Pocas novedades. Esta semana se cierra la convocatoria para Calabazas en el Trastero: Especial Mitos de Cthulhu y me temo que la participación no va a ser tan alta como yo esperaba, pero eso ya lo comentaremos la semana que viene.

Estoy últimamente dándole vueltas al tema del contexto, de las espectativas que tenga el lector al leer una obra. Siempre son importantes, por supuesto, pero en el caso de la literatura de terror pueden ser fundamentales. No es lo mismo que te esperes leer una obra de fantasmas o que los aspectos sobrenaturales te pillen totalmente por sorpresa. No me atrevo a decir cuál de los dos casos es mejor para apreciar el relato, porque dependerá de cada uno, pero sin duda ese simple factor puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Y es algo que, por desgracia, suele quedar fuera del control del autor. Tú decides lo que cuentas, pero dónde aparece...

Por poner un ejemplo práctico, estaba pensando específicamente en Falling Angel, la novela de William Hjortsberg que luego fue película con Mickey Rourke, etc. Voy a intentar no hacer spoilers, pero básicamente digamos que la experiencia de la lectura varía un mundo si te esperas elementos sobrenaturales o si crees que se trata de una novela de detectives al uso. En efecto, los relatos que jueguen a la mezcla poco habitual de géneros son los que más van a sufrir en función del contexto en que se los encuentre el lector. Por irnos a tiempos más recientes, eso se veía claramente en la última antología de los Mitos que sacó Edge, Las mil caras de Nyarlathotep. Relatos que por sí mismos podían quedar muy bien perdían fuelle porque claro, al estar en esa antología, el lector sabía que por narices iba a salir Nyarlathotep y esa revelación no suponía una gran sorpresa. Extraigo de ello la conclusión de que, cuanto menos específica sea la temática de una antología, mejor.

¿Se puede, no obstante, aprovechar esas espectativas para jugar al despiste? Vamos con un ejemplo facilón: Scooby-Doo. En estos dibujos animados todo el mundo espera que, al final, se descubra que el monstruo es un tipo disfrazado. Cuando en ocasiones resulta que detrás de todo sí que hay un elemento sobrenatural (como en Scooby Doo y el fantasma de la bruja), la reacción del público suele ser positiva. Ahora bien, ¿y si el espectador contase con que hay elementos sobrenaturales, porque así se lo ha hecho creer tanto el contexto como la primera parte de la obra, y luego todo tuviera una explicación racional? ¿Sería una sorpresa agradable o un completo anticlímax? Me da que, hoy por hoy, es muy arriesgado tomar ese camino. Me viene a la cabeza Pandora en el congo, la novela de Sánchez Piñol que sucedió a La piel fría. Aquí sí que me va a costar no spoilear a nadie, y os podéis imaginar cómo es la cosa por lo que estoy comentando, pero dejémoslo en que jugarse la sorpresa narrativa a una sola carta e intentar ser original conllevó, para bastantes lectores, un resultado insatisfactorio.

Tantas dudas y tan pocas respuestas...

lunes, 3 de junio de 2013

El extraño sex-appeal de Lovecraft

Lovecraft está de moda, es un hecho. Me limitaré a señalar la convocatoria de Calabazas en el Trastero: Especial Mitos de Cthulhu, pero no es el único ejemplo. Llevo contadas cuatro o cinco antologías en mayor o menor medida lovecraftianas publicadas este año, y las que quedarán.

No son pocos los que, al descubrir la obra de Howard Phillips Lovecraft, se sorprenden de la fama que goza en determinados círculos. Seamos sinceros, si HPL tiene tanto éxito en la actualidad no es por su discutible calidad literaria (aunque pergeñara unos cuantos relatos excelentes). La fertilidad de su imaginación guarda más relación con esa fama post mortem, pero no lo es todo. Lo que atrae de Lovecraft es lo raro que era el hombre, y el fracaso que supuso su vida.

Lovecraft publicó poco y mal, con un éxito muy limitado, y se dejó los cuernos trabajando de negro para auténticos inútiles que ni siquiera le reconocieron su esfuerzo. De su frustrante matrimonio con Sonia Greene mejor no hablemos. Su situación económica fue siempre mala y murió relativamente joven de una dolorosa enfermedad. Para los que no estamos muy contentos con la vida que llevamos, es un ejemplo de que nunca hay que perder la esperanza. ¡Igual empezamos a ser famosos cuando hayamos muerto, si nuestra vida es lo suficientemente patética!

Sí, vale, tampoco Edgar Allan Poe gozó del éxito en vida, pero estuvo en el ejército, era alcohólico y se casó con su prima adolescente. Sabía disfrutar de la vida. En cambio, Lovecraft era un bicho raro (incluso más raro que yo, que ya es decir). Un puritano tímido y apocado, reaccionario en muchos aspectos, racista y misógino, apegado a un pasado idealizado que nunca existió. Nunca fue un hombre de su tiempo. Era culto, educado, amable e inteligente, pero no supo sacar provecho de esas virtudes. ¿Cómo podríamos no sentirnos atraídos por él?

Por eso hay tantísimas biografías y entrevistas a quienes le conocieron, aunque fuera de pasada. Por eso aparece como personaje en tantas novelas y se reeditan incluso sus historias más infumables. Nos fascina que un hombre cuyo paso por este mundo se puede considerar un fracaso haya alcanzado con el tiempo tales cotas de fama. Y claro, cuanto más famoso es a más gente fascina y se hace más famoso aún. Es una espiral viciosa.

¿Durará por siempre este fenómeno, o llegado cierto punto considerará la mente colmena colectiva que Lovecraft ya es lo bastante famoso, y que por lo tanto deja de tener sentido tomarlo como paradigma del fracaso? Quién sabe. Mientras tanto, no faltarán quiénes gracias a su nombre ganen más dinero del que él vio en toda su vida.

Por cierto, si a alguien le interesa el corsé de Lovecraft que abre esta entrada (hay gente pa tó) puede encontrar más imágenes en The Lovecraftsman. Me parece que la prenda en sí ya no está a la venta.