lunes, 30 de octubre de 2017

El tamaño sí importa

Cuando uno escribe para sí mismo es libre de hacerlo como más le plazca (o le pluga, me encanta esa conjugación arcaica), pero conforme empieza a albergar esperanzas de que sus proyectos vean la luz pública se plantea qué extensión le conviene más. ¿Libro tocho, relato breve, un término medio…?

Cuando surge este tema siempre hay quien dice que uno no debería preocuparse de la extensión, sino escribir libremente según le pida su historia. Por supuesto en parte tienen razón, pero igualmente conviene tener una idea más o menos aproximada de lo que tenemos por delante, por dos motivos. El primero es que el estilo y las técnicas que usemos varían completamente entre un tipo y otro (prueba a escribir una novela al ritmo narrativo de un relato corto, no hay quien lo aguante), y el segundo es que de la longitud del texto pueden depender mucho sus posibilidades de ser publicado. Esto es aún más válido en concursos y certámenes, que suelen imponer un límite estricto a la extensión de las obras aceptadas.

La medición más habitual de un texto es en función del número de palabras (hay quien se complica más la vida, con folios, caracteres y demás, pero esos individuos deberían ser expulsados de entre las gentes de bien). En el mercado literario en general, y en especial dentro de la literatura de género, se han ido imponiendo las normas de los premios Nebula, que son tal que así:

Categoría NebulaTraducción aprox.Extensión
Short StoryRelato corto<7.500 palabras
NoveletteRelato largo7500–17.500 palabras
NovellaNovela corta17500–40.000 palabras
NovelNovela≥40.000 palabras

Es un baremo útil pero un tanto confuso. Primero por los nombres de las categorías, ya que en castellano no tenemos ni novelette ni novella, sólo novela a secas, y por eso he añadido el término equivalente más común por estas tierras. Y segundo porque son divisiones que no acaban de encajar con el mercado actual. Voy a desgranar cada una y lo que cabe esperarse.

El relato corto es lo más fácil de publicar, normalmente en antologías colectivas (aunque ya no están tan de moda). La mayor parte de las convocatorias piden alrededor de las 5.000 palabras, por lo que es una extensión muy versátil, aunque la cosa puede variar de 3.000 a 7.500 palabras, según (estoy dejando fuera a propósito el microrrelato, que tiene su propio universo). El relato corto permite mucha experimentación y calidad literaria, por lo que me parece un excelente punto de partida e incluso de llegada. Debo decir no obstante que hay cierta trampa aquí porque, de igual modo que es relativamente sencillo publicarlos, es muy difícil tener éxito y mucho menos publicar una antología de relatos en solitario (un editor siempre preferirá una novela), por lo que existe el riesgo nada desdeñable de quedarse anclado en esa zona y acomodarse demasiado a lo que sabes que va a tener salida. Aquí cada uno debe valorar cómo prefiere ir avanzando, e incluso si quiere avanzar o ya es feliz así.

Al relato largo, en cambio, es complicado darle salida. Incluso los concursos que admiten hasta 10.000 – 12.000 palabras no suelen publicar luego a los ganadores porque no caben demasiados relatos por libro y, como las ventas de antologías colectivas suelen ser entre conocidos (triste pero cierto), no sale rentable. Curiosamente, si un editor accede a publicarte una antología en solitario (por ejemplo haciéndole chantaje) preferirá sin duda relatos largos y no cortos, porque cuando el lector ve que hay muchos textos breves tiende a creer que la mayoría serán morralla. Prejuicios, pero ahí están, así que aprovéchalos y planteáte una antología de relatos largos relacionados entre sí, como hice yo con La Fuente de las Tinieblas.

Como ya he comentado por aquí muchas veces, me encanta la novela corta. Grandes obras de la literatura universal tienen esta extensión que, por desgracia, ha ido perdiendo el favor del público y en consecuencia del mercado editorial. ¿Los motivos? Bueno, la reducción de las tiradas obliga a encarecer el ejemplar individual, lo que perjudica a las obras menos largas porque parecen demasiado caras (como si la literatura se valorara al peso). La parte buena es que en el mercado digital encaja bien la novela corta: se puede vender barata y proporciona una lectura intensa y rápida. Y como no requiere tanto tiempo de elaboración como una novela, al autor le puede salir rentable. También hay actualmente editores tradicionales que intentan apostar por esta categoría, y yo diría que 25.000 – 30.000 palabras (unas 100 páginas) es una extensión interesante.

La novela es la señora indiscutible del mercado editorial desde hace décadas, aunque no sin sus vaivenes. Teóricamente el concepto de novela implica, además de la extensión, ciertas consideraciones narrativas (experiencia intimista, tramas secundarias, etc.), pero actualmente se ignoran alegremente y lo mismo voy a hacer yo. Lo importante aquí es que los editores siempre prefieren novelas a cualquier otra cosa, pero la extensión ideal dependerá del género en cuestión y de la salud del mercado. Por ejemplo, en fantasía venimos de una época donde regía claramente el «cuanto más largo mejor», pero el público ha ido cansándose de tanta paja en el texto y ahora mismo publicar tochos de 500 o más páginas a un autor novel es muy poco viable.

Atendiendo a la clasificación de los Nebula, una novela de 40.000 a 60.000 palabras se va a quedar con casi total seguridad en tierra de nadie; demasiado corta para sacarla en una tirada estándar, demasiado larga para venderla muy barata en tapa blanda, como podría hacerse con una novela corta. Actualmente una buena horquilla serían 80.000 – 120.000 palabras, que se pueden meter fácilmente en unas 300 – 400 páginas, una cantidad por la que el público está dispuesto a pagar un precio razonable, pero como digo depende del género y lo que esté de moda. Mirad lo que vende en cada momento y sabréis lo que buscan las editoriales.

Podríamos considerar que las polilogías (por llamarlas de algún modo: trilogías, pentalogías…) son el escalón siguiente a la novela individual. Sé que hoy día hay muchas sagas conocidísimas y que no hay novela de éxito que no tenga sus continuaciones, pero yo no me lo plantearía de buenas a primeras. Salvo que seáis superfamosos (y entonces no sé qué hacéis leyendo este humilde blog) no deberíais hacerle una propuesta así a un editor, porque la perspectiva de tener que sacar varios tomos incluso si el primero no vende bien puede hacer que le dé el jamacuco. Ahora, si queréis dejaros la puerta abierta a posibles segundas partes, bien.

Buena suerte 😉.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Rebaño (microcuento)

Hoy el día ha amanecido lluvioso en Madrid y, mientras esperaba a que un semáforo se pusiera verde para cruzar, me he acordado de este microcuento que escribí el año pasado durante una mañana similar y que nunca había visto la luz.

Esta vez sí que es «micro», 91 palabras nada más. Espero que os guste.

Rebaño

Aún no ha amanecido y encima llueve. Promete ser un día de perros. La adormilada masa humana que ha vomitado la boca de metro se agolpa delante del semáforo, en rojo para los peatones. Pasan coches. Ahora no. En ese instante uno de los de delante echa a andar con decisión y todos vamos detrás sin pensarlo, atravesando el húmedo asfalto, seguros de que hay un hueco en el tráfico. Hasta que llegan los cláxones y el chirrido de las ruedas al patinar, y comprendemos que el primero estaba suicidándose.

Si os apetece leer otro microrrelato con la lluvia como tema principal, pero enfocado de un modo más alegre, también subí al blog Paraguas .

Nota: La imagen, ideal para este micro, se titula Noche de lluvia y es obra de Toni Rodríguez Pérez.

domingo, 15 de octubre de 2017

Tipología paraliteraria

Durante el breve e insatisfactorio periodo en que me esforcé por frecuentar el mundillo de la literatura de género, descubrí para mi asombro que a la mayoría de la gente que estaba allí la literatura en sí le interesaba entre poco y nada, lo que ellos buscaban eran… otras cosas. Pronto acabé por dividirlos con facilidad en estos tres grupos:

El intelectual («hintelektual» para los amigos). A este individuo la literatura le importa un bledo, pero ha descubierto que escribir algo y publicarlo es el modo más barato y sencillo de que te entreguen el carné de intelectual. Da igual lo que haya escrito, de hecho no hace falta ni que lo haya leído nadie (ni siquiera él mismo). Lo que importa es que ha publicado, ergo es escritor, ergo es un intelectual. Fácil, ¿no? De pronto se le permite opinar público de política, terrorismo internacional, crisis energéticas, educación, neurocirugía, ¡de todo! Y siempre lo hace con una seguridad aplastante. Coño, que para eso es un intelectual. Lo malo es que cada equis años tiene que renovar el carné, así que escribe otra chorrada, la publica de cualquier manera y se reincorpora así a la intelligentsia.

El socialite. Para el escritor o escritora de sociedad, como ocurría en el caso anterior, la literatura no es más que una excusa. A él lo que le gusta es todo lo que la rodea: jornadas, charlas, convenciones y sobre todo las presentaciones de libros (si son suyos y puede ser el centro de atención, muchísimo mejor). En el fondo tanto da; clubes de escritura, asociaciones de escritores, redes sociales para matar el gusanillo entre un evento literario y el siguiente… Cualquier situación donde se pueda beber y hacerse las fotillos de rigor le encontrarán de protagonista. Su aprecio por tal o cual corriente literaria es siempre superficial, al fin y al cabo lo último que desea es discutir, ¡él sólo piensa en pasárselo bien!

El metaescritor. Hay que reconocer que a este sí le importa la literatura. Demasiado. Su vida gira en torno a escribir, pero no a escribir tal cual (¡eso sería demasiado fácil!), lo que él hace es escribir sobre cómo escribir. Cada semana sube artículos con consejos para escribir mejor y análisis de las novelas de moda señalando las claves de su éxito, mantiene interesados a sus miles de seguidores con ingeniosas observaciones y, por supuesto, da charlas y conferencias sobre la literatura presente, pasada y hasta futura. Uno podría preguntarse por qué, si tan claro lo tiene, no alcanza la gloria por sí mismo, no sé… escribiendo algo interesante, quizá. Pero él está demasiado ocupado enseñándonos a escribir como para ocuparse de esas minucias.

En fin, ahora comprenderéis por qué dejé de ir a esas cosas (y por qué nunca me invitan ).