Uno de los principios clásicos de la ecología es la relación depredador-presa. Sólidamente establecida desde comienzos del siglo XX, plantea una relación directa entre la abundancia de la presa y el número de depredadores que se alimentan de ella. De forma simplificada, digamos que si hay demasiadas liebres los linces lo tendrán chupado para cazarlas y lograrán sacar adelante a mayores camadas, hasta restablecer el equilibrio. Por el contrario, si los linces llegan a ser demasiado hábiles y el número de liebres desciende en exceso, habrá carestía de alimento y sólo los linces más hábiles sobrevivirán. En la práctica, lo que se forma son ciclos de crecimiento y descenso relacionados entre ambas poblaciones.
Por eso es tan sorprendente lo que sucede en nuestra tierra dentro de la literatura de género, donde la relación entre escritores y lectores está absolutamente desequilibrada en favor de los primeros. Aquí escribe todo el mundo y no lee casi nadie. De hecho, hasta diría que hay más escritores que lectores, porque conozco a unos cuantos escritores que apenas leen, y no lo contrario. No os extrañará que diga esto si conocéis de cuánto son las tiradas habituales, y el porcentaje de ejemplares que acaba en manos de los autores, colegas y gente interesada en publicar con esa editorial.
Ecológicamente esto no se sostiene, y la literatura no deja de ser un ecosistema como cualquier otro. Entonces, ¿dónde está la trampa? Evidentemente, en que los supuestos depredadores no se alimentan de la presa. Es decir, que los escritores no viven de esto. Por estirar nuestra analogía, se las dan de linces por el monte en su tiempo libre, pero no cazan apenas liebres, sino que por las noches en su madriguera se alimentan, me imagino, de conservas y ahumados, y unos guisantitos salteados muy sanos. Lo cual no tiene nada de malo, porque de lo contrario la población de escritores-linces ya se habría extinguido hace tiempo, pero envenena la dinámica del ecosistema. A veces me da que hay más linces que se disfrazan de liebres para ver qué tal cazan los demás, que lepóridos propiamente dichos.
Por eso, cuando hablo con algún escritor, cada vez me da más reparo decirles que yo también escribo de vez en cuando. Porque sé la cara que pondrán, esa que significa: "vaya, tú tampoco eres un lector puro". O peor, la de: "vaya, otro competidor por tan magro sustento", y realmente no es el caso. Así que prefiero callar, y sentirme una feliz liebre lectora. Eso sí, demasiado veloz para tanto lince torpón.