lunes, 21 de diciembre de 2015

El aspecto de Innsmouth

"There certainly is a strange kind of streak in the Innsmouth folks today - I don't know how to explain it but it sort of makes you crawl. Some of 'em have queer narrow heads with flat noses and bulgy, starry eyes that never seem to shut, and their skin ain't quite right. Rough and scabby, and the sides of the necks are all shriveled or creased up. Get bald, too, very young."

The Shadow over Innsmouth, H.P. Lovecraft, 1931

Hace unos meses estaba escribiendo un relato de los Mitos de Cthulhu y me topé con cierto obstáculo. Se daba a entender que uno de los personajes (una mujer, por ser más preciso) estaba emparentada con los profundos, pero sin embargo resultaba enigmáticamente atractiva. Tradicionalmente, aquellos que tienen lo que Lovecraft llamó «the Innsmouth look» distan de poder considerarse hermosos. No fue algo que me detuviera; la trama lo exigía y punto, pero reconozco que me incomodó un poco romper con el canon sin una buena justificación.

Y he aquí que meses después me topo por casualidad con una foto que me llama la atención, de una chica con las características que yo tenía en mente. Esos ojos ligeramente protuberantes y fríos, el pelo lacio, labios que recuerdan a los de un pez, incluso la piel de la mejilla da sensación de rugosidad. Y a la vez posee una innegable belleza. Existe.

Me he puesto a buscar y se trata de la modelo estadounidense Jennifer Sullins, conocida también como Ryonen. No en todas las fotos parece una profundilla pero oye, algo tiene. Así que me siento reivindicado en mi reinterpretación de los Mitos de Cthulhu .

Para no dejar a nadie con la miel en los labios enlazo a continuación un par de galerías con fotos suyas, pero advierto que no son demasiado «worksafe», luego no os lamentéis: una y dos. Y a mestizarse con los profundos…

martes, 15 de diciembre de 2015

Castle y los negros

Por si a alguien no le suena, Castle es una serie norteamericana de la ABC que también se emite en España. Se centra en las andanzas de Richard Castle, un exitoso escritor de novelas de misterio que colabora con la policía, en particular con la inspectora Beckett (de quien acaba enamorándose, como no podía ser de otro modo). Personalmente la serie me gusta mucho, precisamente por lo poco realista que es, un poco al estilo de las viejas series de los años 80. En particular, la lujosa vida de millonario playboy que se da Castle gracias a las ingentes ganancias que le proporcionan sus libros me hace reír por lo poco que se parece a la existencia de un verdadero escritor, aunque sea de bestsellers.

Hasta ahí, bien. Pero dado el éxito que tenía la serie, alguien debió de pensar: «oye, ¿por qué no publicamos los libros de Castle que se mencionan en algunos capítulos?». Y dicho y hecho, la máquina editorial se puso en marcha con su habitual eficiencia. En Estados Unidos llevan publicados al menos ocho novelas (y varias adaptaciones a cómic), y aquí en España cinco que yo sepa. Y se venden muy bien, mejor que muchas otras novelas del género.

Cuando los vi por primera vez en una librería, me pregunté de inmediato quién sería el autor, y no me creo que sea yo el único. Todos sus lectores (y no son pocos) saben perfectamenbte que los libros no los ha escrito Richard Castle, puesto que no existe, y desde luego tampoco el actor que lo interpreta, Nathan Fillion. Pero ni en la portada ni en el interior de las novelas aparece por lado alguno el nombre del autor o autores (porque parece ser que han sido diferentes de unas novelas a otras, a conveniencia de los administradores de la marca).

Lo siento, pero a mí esto me parece una vergüenza. Sí, cierto, negros literarios ha habido siempre (el propio Lovecraft fue ghostwriter), los libros por encargo no tienen nada de raro (ahí está tanta biografía de famoso), pero por lo general siempre se ha intentado disimular. El lector medio creía, o quería creer, que el autor era el tipo cuyo nombre que aparecía en la portada. Aquí no, no se engaña al lector, se deja bien a las claras que el escritor no tiene la menor importancia. Y el público compra y lee, fiel.

¿Qué hubiera costado poner el nombre del autor real en alguna parte, aunque fuera en pequeño en mitad del texto legal, como se hace a veces con el traductor? O al menos admitir su labor públicamente, que reciba justo reconocimiento si ha hecho un buen trabajo. Pues no, todo es márketing y el autor es lo de menos. «Si no te gusta, nos buscamos a otro juntaletras». Y no les falta razón: estos mismos libros, publicados sin el paraguas de la serie y bajo el nombre real del autor, habrían vendido muchísimo menos. ¿Somos una masa aborregada a merced del mercado? Y tanto que sí. A este paso no habrá autores, habrá marcas.

Ahora bien, estuve ayer comentando este tema por las redes sociales y me encontré con varias personas que no veían problema en todo esto: es un trabajo como otro cualquiera: el autor escribe, cobra y adiós muy buenas. Es una opinión respetable. Seguramente sea yo el ingenuo por pensar que las cosas pueden ser de otro modo, y desde luego cada vez es más difícil que libros, películas o cómics triunfen sin el respaldo de un nombre conocido o una saga famosa. Simplemente mirad la cartelera y lo comprobaréis. Es lo que hay.

Pero no tiene por qué gustarme.

Actualización 19/10/17

De pura casualidad he podido leer uno de los libros «de Castle». Resulta que los tienen todos en la biblioteca municipal (ni harto de vino pago un euro por esto) y he sacado el primero, Ola de calor.

Qué puedo decir, es bastante mediocre. Los personajes y situaciones están sacados de la serie, pero no son ellos mismos, como si Richard Castle se hubiese limitado a volcar en papel lo que ha visto en comisaría, cambiando lo mínimo: Jameson Rook, igual que Castle, se ha pegado a la inspectora Heat porque el alcalde le debe un favor, pero en lugar de escritor es periodista. Ah, y su madre es actriz de televisión y no de teatro como en la serie. Heat se metió en la policía porque su madre fue asesinada, pero en su casa en vez de en un callejón. Los demás personajes igual: la forense amiga de Heat, los dos policías, uno latino… Para eso hubiese sido mucho menos confuso y más interesante escribir las aventuras de Castle y Beckett como un capítulo más, la verdad.

A propósito, se rumorea que al final el autor de estos libros, o por lo menos de los primeros, es Tom Straw. No le auguro mucho futuro. Y ya que hablamos de autorías, ¿queréis leer algo curioso? ¡Tampoco viene el nombre del traductor!

jueves, 10 de diciembre de 2015

Pero, mas, empero

Cualquiera que se haya dedicado a escribir y se tome mínimanente en serio su tarea, se habrá enfrentado al problema de evitar en la medida de lo posible las palabras duplicadas próximas. Uno de los casos más habituales es el de «pero», una conjunción frecuente que en la lengua hablada no choca pero que escrita una y otra vez puede sobrecargar el texto.

El primer apaño es recurrir a las locuciones «no obstante» y «sin embargo», pero no siempre sirven porque, evidentemente, su significado no es exactamente el mismo. A veces, un pero es un pero, y nos pilla demasiado cerca de otro. Es entonces cuando uno tiende a echar mano del poeta juvenil que aún vive en su interior y recuerda esas dos bonitas palabras, «mas» (ojo, sin tilde) y «empero». Qué lirismo aportan, que sonoridad. Pero casi nunca funcionan. Por más que nos empeñemos, hoy por hoy son arcaísmos y salvo en textos que busquen precisamente parecer anticuados o se ambienten en siglos pretéritos, van a quedar mal (sobre todo «empero»; «mas» tiene la ventaja de que al ser un monosílabo no llama tanto la atención durante la lectura).

Recuerdo con claridad una novela de un escritor español que leí hace años (permitidme que no cite el título). El estilo literario era más bien justito, chabacano a menudo, y cada dos o tres páginas soltaba un «empero» que destacaba como un grano en la frente. Daba la impresión de que el autor había pensado: «ey, he aprendido esta palabra culta, voy a soltarla donde pille aunque no encaje». No tiene sentido caer en un fallo tan obvio.

¿Soluciones? Se puede probar con «aunque» o «sino» (y por favor, no confundir esta última con «si no», que ya vale). Si se trata de un diálogo, revisemos por si esos «peros» son sólo de énfasis («—¡Pero qué dices!») y podemos librarnos de alguno. Y a malas, reestructurar la frase. Si hay varios «peros» cercanos suele ser porque estamos intercalando ideas afirmativas y negativas, igual se puede juntar todo lo positivo a un lado y todo lo negativo a otro, separados por un único «pero».

martes, 10 de noviembre de 2015

Atractor extraño

En una entrada anterior prometí hablar del relato que envié a la convocatoria Visiones 2015, que fue seleccionado y posteriormente presentado junto a los demás que componen la antología durante el Celsius 232 (aquí el vídeo). Su título: Atractor extraño. Ahora que el volumen está por fin en librerías parece un momento adecuado para cumplir mi promesa.

Por lo general intento no destripar demasiado mis cuentos cuando hablo por aquí de ellos, por si no los habéis leído y os apetece disfrutarlos. Pero para mí resulta frustrante porque tengo que dejarme muchas cosas en el tintero, y encima en este caso no podría contar prácticamente nada. Así que vamos a asumir que habéis leído el Visiones y sabéis de qué va la historia, y voy al grano. A partir de aquí acechan los spoilers, avisados estáis.


Imagino que a todo el mundo le suena el concepto de atractor, regiones de los sistemas dinámicos que «atraen» trayectorias cercanas, y tampoco quiero meterme mucho en vereda matemática porque el relato hace un uso creativo de ese concepto geométrico y lo extrapola a la vida cotidiana. Reconozco que como planteamiento es muy poco usual en una obra de ficción. Parte de la inspiración proviene de Nuestra Señora de las Tinieblas, una novela de Fritz Leiber a la que hago un par de referencias disimuladas en el relato a través de su concepto de megapolisomancia (la «magia de las grandes ciudades»). Pero sobre todo la idea de partida surge de un entretenimiento al que yo mismo me dedicaba en ocasiones cuando era un chaval, y que consistía en dejarme llevar por los designios de los semáforos de mi barrio. Como tantas otras historias, esta nace de preguntarse qué pasaría si lleváramos al extremo nuestras «peculiaridades».

Lo que sí tenía claro desde el primer momento era que, si en algún lugar podía aparecer un cuento como este, era en Visiones. Es un relato que incorpora elementos topológicos/matemáticos, otros de ficción «weird», terror también… En la mayoría de convocatorias me lo hubieran tirado a la primera, y sólo en una donde estuvieran verdaderamente abiertos a la mezcla de géneros tenía posibilidades. De hecho, durante la charla del Celsius los seleccionadores prefirieron no entrar a explicar la trama, y lo entiendo. Sería complicado clasificarlo en una categoría específica, y aunque me comentaron que ellos lo englobarían dentro de la fantasía, no lo comparto del todo, ya que estrictamente no hay ningún elemento sobrenatural (aunque sí sumamente improbable). Tampoco es un tema que me preocupe, mis relatos cada vez se ajustan menos a un género determinado.

El proceso de escritura en sí no estuvo exento de complicaciones. Soy muy clásico a la hora de escribir, y siempre divido mis historias en planteamiento, nudo y desenlace (si era un sistema lo bastante bueno para Aristóteles, ha de serlo para nosotros ). En este caso tenía muy claro el planteamiento (intriga que nace de llevar un juego infantil a sus últimas consecuencias) y el nudo (la curiosa explicación «científica» de lo que está pasando), y me convencían ambos. En cambio, no sabía bien hacia dónde llevar el desenlace, mi típico talón de Aquiles. Podía hacer que el atractor simplemente estuviera ahí y ya, como mera curiosidad matemática, y hubiese una especie de grupo de expertos que lo estudiaban y velaban por su conservación (una imagen inspirada seguramente por los personajes de Énguivuck y Urgl de La historia interminable). Era algo flojo, pero podía funcionar. Y entonces, un poco como le ocurre al protagonista del relato, empecé a darme cuenta de las aterradoras implicaciones que tendría un nodo como el que había definido tan a la ligera.

Eso me llevó a reescribir el segundo acto (dosificando con mucho cuidado la irrupción de lo imposible y la incredulidad del protagonista), incluyendo ese viraje al terror ya latente, y a explotarlo en un nuevo tercer acto, con un clímax anticipado y luego una explicación lo más sencilla (y lo menos truculenta) posible de lo que ha estado ocurriendo allí. ¿Quedó bien? No soy yo el que debe juzgar eso, pero al menos a los seleccionadores les gustó, que ya es algo.

Visiones 2015
Varios autores. AEFCFT, 2015. 242págs, 10€.

Menciones (diciembre 2016)

Un año después amplío el artículo para recoger que en el blog El mundo de Yarhel han tenido a bien hablar este mes de Atractor extraño, estas son sus palabras:

«La idea contenida en el cuento "Atractor extraño", de Aitor Solar (Visiones 2015) es muy curiosa y explota un cierto tipo de estructura topológica denominada con el título: atractor extraño. En la narración, el deambuleo aleatorio por una ciudad acaba atrayendo a los caminantes siempre hacia un cierto punto singular: el atractor extraño, que no deja de ser un concepto actualmente bastante habitual en topología y, concretamente, en la teoría del caos. El autor ha querido situar en dicho atractor un local regentado por un individuo especial y ha dejado que interactúe con el protagonista. Ni que decir tiene que la idea me ha parecido enormemente original y es una aplicación muy curiosa de la teoría del caos a la ciencia ficción».

Contento me hallo .

lunes, 2 de noviembre de 2015

De charla bajo el hombre de mimbre

El pasado sábado día 31, justo antes de la noche de Halloween, estuve en Alcobendas invitado por la organización de La Mano Fest para charlar sobre la mítica película británica de 1973 The Wicker Man, que iba a ser proyectada a continuación. Básicamente me correspondía hablar de la vertiente pagana de la sociedad insular que se muestra en el film, incluyendo la base histórica o mitológica de ciertos elementos de esta, y mi intención era detenerme en particular sobre los ritos más «macabros» que aparecen y su posible historicidad.

Claro, ya habréis intuido el problema de hablar precisamente de The Wicker Man antes de pasarla, y es que no podíamos hacer spoilers, con lo que muchos de estos aspectos (en mi opinión fascinantes), tuvieron que quedarse en el tintero para no fastidiar la experiencia al público, que en su mayoría no la había visto aún y por tanto no sabía nada de su impactante final. Manuel Arija, de La Mano Fest, fue el moderador y se encargó de atarnos corto para que no nos pasáramos de la raya, bajo amenaza de hacernos lo mismo que al protagonista de la película .

Así que mi compañero de disertación, Diego Vázquez, se centró en las anécdotas del rodaje y la dificultosa producción que sufrió después hasta ver la luz tal como la conocemos, más que sobre el guión en sí, y yo aporté unas cuantas pinceladas sobre el sustrato de neopaganismo celta sobre el que se construye la trama (veis en la foto detrás de nosotros la rueda del año wiccan), la naturaleza cíclica que tenían la vida y la naturaleza para los celtas, su estructura de clases y las responsabilidades de cada una, que explican en parte los sucesos de la película, y de paso también hablé un poco sobre Ritual, la novela de 1967 en la que está inspirada (que no basada) este film, y que publicó en castellano el año pasado la editorial Alpha Decay.

¿Podría aprovechar esta entrada del blog para elaborar todo lo que me quedé con ganas de contar? Podría, pero son tantos temas y con tantas ramificaciones, que sólo de pensarlo me entra una pereza terrible. Así que voy a dejarlo aquí, y si a alguien le interesan estas cosas que me invite un día a un café y charlamos lo que haga falta .

Por mi parte, fue un placer volver a participar en el festival de La Mano y aportar mi granito de arena para que se asiente como referente del cine y la literatura de terror en nuestro país. A ver si los dioses oscuros nos son propicios y para el próximo Día de Lovecraft (allá por marzo) también podemos colaborar y seguir sembrando los horrores tentaculares en las incautas mentes matritenses.

Ritual, David Pinner.
Alpha Decay, 2014. 266 págs, 21.90€.

martes, 27 de octubre de 2015

Penumbra 2015

El sábado pasado, durante la celebración de las jornadas de Penumbra, recogí el premio Nosferatu de las manos (frías y muertas) de Juan Ángel Laguna Edroso, capo di tutti capi de Saco de Huesos. Se suponía que tenía que haber una ceremonia propiamente dicha, un discurso y demás, pero eran ya las tantas de la noche porque la cena se retrasó mucho, yo estaba molido y soy un asocial de toda la vida, así que nos hicimos la foto de rigor y arreando (soy un impresentable, qué le vamos a hacer). Poco después me arrojaba en brazos del acogedor colchón del hotel. Lo que no he encontrado todavía es el jugoso cheque que acompaña siempre al premio y que me permitirá vivir de rentas de aquí en adelante.

De Penumbra en sí poco puedo decir, porque sólo estuvimos un rato durante la tarde del sábado. Encima, como el ruido elevado me cansa físicamente (sí, soy así de raro), preferí ausentarme un rato de la sala Utopía y pasear por las calles de Zaragoza, una ciudad que no visitaba desde hacía unos cuantos años y que me trae buenos recuerdos. Dicho sea de paso, mientras caminaba sin rumbo por los bulevares de la avenida, rodeado de silenciosos tranvías, me crucé con un grupo de chavales adolescentes. Uno de ellos comentaba en ese preciso momento: «Al lado del ascensor hay un hueco pequeño donde cabe una mujer, igual la dejó ahí». Lo dijo con una naturalidad que me resultó escalofriante. La frase se me quedó en la memoria y me dije que ese es el terror real, el cotidiano, casi anodino, indiferente al sufrimiento, y no las historias góticas recargadas a las que tanto recurren los escritores. Reflexiones de un solitario, vaya .

Por lo que me ha comentado todo el mundo, las jornadas fueron un éxito y los participantes se lo pasaron genial, así que os animo a asistir en las futuras ediciones que sin duda se organizarán. Por cierto, gracias a Cristina Arias me llevé por la jeta un ejemplar de El jardín crepuscular, de John Clute, un glosario de elementos comunes a la literatura de terror que tiene una pinta estupenda, por más que algunas afirmaciones sean discutibles. A mí es que el análisis literario me encanta.

viernes, 16 de octubre de 2015

Auge y caída de la antología colectiva

Suelo pasarme con asiduidad por la página de una librería online sobre literatura de género, para estar atento a las novedades y reediciones de libros que me interesan. Hoy es viernes. Pues bien, desde el lunes se han puesto a la venta cinco nuevas antologías colectivas de autores españoles, y en la sección de avances han aparecido otras cuatro. No ha sido una semana especial, últimamente esos son números normales, volumen arriba o abajo. ¿Saturación? Sin duda.

¿Qué público real tienen esas antologías? Muy escaso. A ver, alguien las lee, seguro. Los amigos de los autores, para empezar, y si estos se mueven bien por redes sociales, puede que caigan algunos lectores más. También se suelen vender mejor si versan sobre un tema muy específico (yo, por ejemplo, me leo casi todas las de Mitos de Cthulhu). Pero poco más. Si habéis aparecido como yo en unas cuantas antologías, ya habréis comprobado que la bolsa de lectores se limita por lo general a los compañeros que también están incluidos en el libro (y a veces ni eso) y algunos aficionados muy fieles. Fuera de ese círculo, raro es que te llegue algún comentario sobre tu relato.

¿Y cómo es que salen tantas? Bueno, este es un tema que levanta ampollas, pero se ve que para algunas editoriales pequeñas la publicación de antologías colectivas es rentable y casi un valor seguro. Sí, venden poco, pero más que el libro (o peor aún, la antología) de un único autor desconocido. Con que cada uno de los seleccionados consiga que tres o cuatro personas adquieran el libro (o compre él mismo varios ejemplares para regalar), los gastos están cubiertos y quizá hasta quede algo de beneficio. Pero claro, para esto es esencial que los autores se impliquen en la promoción de la antología y para eso lo ideal es que sean novatos. ¿Cómo, mejor que experimentados? Sí, es mejor tener autores neófitos, que van a divulgar con entusiasmo la antología porque les hace mucha ilusión y aún no tienen quemados a sus contactos. Porque a un colega le puedes convencer de que se compre el primer libro en el que sales, pero al noveno te va a mandar al carajo.

Ojo, que ya sé que no todas las editoriales hacen esto, que las hay que miman sus antologías y buscan los mejores relatos, y encima pierden dinero con cada una, pero el resultado es el mismo: saturación de antologías colectivas. Si las hay buenas, que no lo dudo, como lector me es imposible descubrirlo porque aparecen como champiñones tras la lluvia y desaparecen del candelero con la misma rapidez (antologías que salieron hace un mes, y no exagero, ya no están disponibles). Y no me digáis que puedo fiarme de las críticas, por favor…

Hubo una época en que las antologías colectivas parecían una buena idea, en particular en un campo tan poco atrayente para el gran público como ha sido tradicionalmente en España la literatura de género. Reunir a diez o doce escritores de género (no había muchos más) y preparar una antología variada y de calidad permitía superar barreras, darse a conocer y demostrar que aquí también se escribían relatos de calidad. Una buena carta de presentación. Pero ese tiempo pasó, la antología colectiva ha muerto de éxito. O de fecundidad más bien. Es muy fácil preparar una antología (sobre todo si no hace falta que sea muy buena). Pones el anuncio de la convocatoria en cualquier parte y hala, a recibir originales a patadas. Juntas unos cuantos según el criterio que más te convenga y ya está. Faltaría maquetar, imprimir y distribuir, sí, pero es que eso es igual que con otro tipo de libro, y aquí la fase previa ha sido mucho más sencilla y rápida, con lo que además se puede reaccionar con mayor agilidad a lo que demanda el mercado. ¿Que algo se pone de moda? Antología colectiva al canto. Se puede preparar una en un par de semanas, si ya conoces a la gente adecuada y la temática buscada no es demasiado rígida. ¿Bromeo? No apostéis.

Así que como lector estoy saturado, vale. ¿Y como autor que ocasionalmente aparece en esas mismas antologías colectivas? Pues ahí me siento dividido. De hecho, esta es una de las ocasiones en las que me alegro de que poca gente lea este blog y me pueda acusar de hipocresía, porque faltaría a la verdad si dijera que esas antologías no me han sido muy útiles, y lo siguen siendo. No tanto por salir publicado, que aunque hace ilusión cada vez me dice menos, sino porque así me impongo plasmar sobre el papel y para una fecha determinada esas ideas que revolotean por mi cabeza y que de otro modo nunca escribiría, dada mi natural vagancia. Por eso me daría pena que el mercado implosionara y dejaran de hacerse este tipo de antologías, o que se preparasen cada vez con menor profesionalidad. Ahora bien, ¿es lo que va a ocurrir? Me temo que sí. Lo iremos viendo.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Pelmas en las conferencias

Esta es una entrada un tanto atípica que no tenía prevista, pero me he fijado en un fenómeno creciente y para mí bastante molesto, y es la gente que va a charlas y conferencias a exponer su punto de vista. Y no, no me refiero a los ponentes. Son miembros del público que aprovechan las rondas de preguntas para soltar su perorata y tratar de demostrar lo mucho que saben sobre el tema (y a lo sumo dejan caer una pregunta banal cuando terminan para justificar su intervención).

Para el resto del público es muy incómodo porque para empezar nos priva de escuchar a los oradores, que para eso hemos venido, pero es que además esta gente suele ser muy prepotente y plantea sus opiniones como hechos incontrovertibles. ¿Y qué debe hacer uno si no está de acuerdo con lo que dicen? Porque si nos ponemos a discutir allí con ellos, adiós a la conferencia. Y si callamos parece que les estemos dando la razón en todo, que evidentemente es lo que buscan.

Esto es más habitual de lo que parece. También me ha pasado como ponente, y creedme que te ves en una situación absurda en la que tú has ido allí a exponer un tema que te has preparado a fondo, y tienes que callarte para ver cómo la gente suelta sus idas de olla. Y encima tienes que hacer como que te parece muy bien porque "eres plural".

De verdad, si sabéis mucho sobre el tema en cuestión (que no lo dudo) pues lo habláis con los organizadores y que os dejen una sala para dar vuestra charla, pero dejadnos en paz a los que vamos a escuchar a las personas programadas, por favor.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Premio Nosferatu por «Hasta que no ocurre una desgracia»

Me llega la noticia de que he sido galardonado con el premio Nosferatu de Calabazas en el Trastero. Este premio se entrega al relato más votado por los lectores en cada antología, en este caso Calabazas en el Trastero: Conspiraciones, donde participé con mi historia titulada Hasta que no ocurre una desgracia. El premio consiste en la honra de la victoria y un póster del apolíneo vampiro que quedará precioso en el salón de mi casa cuando vengan visitas. Ya me imagino las caras.

Por desgracia (y es algo que ya hemos comentado en ocasiones), son pocas las personas que se deciden a mandar sus votos para el Nosferatu, así que no sé yo cómo de representativa es mi ajustada victoria sobre otros relatos de calidad como Tablas vaticanas, de Víctor Villanueva, o Prerrogativa vital, de David Jasso. Pero el póster ya es mío y no me lo quitaréis, mi tessoro.

Mi gratitud en cualquier caso a todos los que os leísteis mi historia (votaseis o no, que es lo de menos) .

Calabazas en el Trastero 17: Conspiraciones, varios autores.
Saco de Huesos, 2014. 210 págs, 7€.

jueves, 10 de septiembre de 2015

¿La dama o el tigre?

«¿La dama o el tigre?» es un conocido relato de Frank Stockton que, con lo breve que es, resulta interesante por varios motivos. Supongo que la historia os sonará, y en caso contrario podéis leerla de forma gratuita en inglés o en español.

Básicamente, un joven que ha cometido el delito de amar a la hija del rey es condenado a elegir entre dos puertas. Tras una de ellas hay un salvaje tigre, tras la otra una hermosa dama. Él, lógicamente, no sabe cuál es cuál; si abre la del tigre será despedazado, y si abre la otra se casará con la dama. Su amada, la princesa, ha descubierto lo que hay en cada puerta y le hace un leve gesto en dirección a una de ellas, con lo que parece salvado. El problema es, ¿y si los celos la han llevado a indicarle mal, para que no se case con su rival? ¿Y si por esa puerta sale el tigre?

Stockton escribió «¿La dama o el tigre?» en 1882 y pronto se convirtió en su obra más famosa, hasta tal punto que hoy apenas es recordado por otra cosa (lo cual es un poco triste de por sí). Más interesantes aún son las reacciones que provocó en su tiempo, porque donde digo que fue un relato famoso debería poner infame. El cuento no ofrece una respuesta al dilema que plantea, sino que lo deja en manos de los lectores. Este final abierto, algo tan típico hoy día, causó oleadas de indignación entre los lectores de finales del s.XIX, que durante años escribieron airadas cartas al autor exigiéndole que les revelase la conclusión de la historia. Evidentemente, no existe un final correcto, todo depende de nuestra perspectiva sobre la naturaleza humana, pero me resulta simpático ver lo poco acostumbrado que estaba entonces el público a estos artificios.

Otro aspecto digno de estudio en este cuento es su título. Cuando Stockton lo escribió, lo llamó simplemente «En la plaza del rey». El título definitivo lo surigirió el editor de The Century, la revista donde finalmente apareció, y estaréis conmigo en que resulta mucho más atrayente, despierta de inmediato la intriga del lector (como ya comenté hace tiempo, ahí está la importancia del título). ¿Habría alcanzado el mismo éxito de haber conservado su título original? Imposible saberlo con seguridad, pero me atrevería a decir que no.

La literatura, por cierto, no es el único campo donde ha despertado interés este relato. El conocido divulgador matemático Raymond Smullyan se basó en él para varios de sus problemas de lógica, sobre todo en el libro precisamente titulado ¿La dama o el tigre? Sin embargo, en sus problemas Smullyan convierte la elección de la puerta correcta en acertijos respecto a la veracidad o falsedad de ciertas afirmaciones, de forma muy similar al dilema lógico que comenté en otro artículo de este blog, Preguntas en el laberinto.


El final

Pero sin lugar a dudas, la cuestión fundamental de «¿La dama o el tigre?» es ese final inconcluso e inquietante. ¿Qué destino aguarda al chico, la muerte o el matrimonio? Son muchos los que han pretendido completar el relato de Stockton y yo, que no voy a ser menos, os ofrezco aquí mi final, breve pero intenso. Espero que os guste.

Todas las miradas estaban puestas sobre el joven y la terrible decisión que había de tomar. Todas menos la suya, que buscaba, como despidiéndose, a la princesa con la que había compartido un amor prohibido. Y entonces, en ese instante postrero, la princesa hizo un leve gesto que nadie más advirtió, señalando hacia una de las puertas. Ahora el joven lo sabía. Suspiró y con paso firme se dirigió hacia la puerta de la derecha, la abrió... y una mancha naranja y negra saltó sobre él.

La plaza chilló al unísono cuando el enorme felino lo desgarró con sus zarpas, cuando las terribles fauces se clavaron en su garganta. Muchos eran los que lloraban al ver cómo se apagaba una vida tan joven. La princesa estaba estupefacta, no alcanzaba a comprender lo que había ocurrido ante sus atónitos ojos. Se volvió hacia su padre el rey.

—No... no puede ser —acertó a decir—. El tigre no estaba...

El rey sonreía ladino.

—Ah, hija mía, sé cuán astuta eres y que cuando te propones algo lo consigues. Eres mi digna sucesora y un día este reino será tuyo, pero hasta entonces no puedo consentir que contraríes mi voluntad. No me cupo duda de que averiguarías en qué puerta estaba la doncella y te las arreglarías para indicárselo a tu amado. Por eso hice que mi fiel virrey, en el último momento, intercambiara los puestos que se habían asignado a tigre y dama. ¿Comprendes ahora, mi retoño?

Sí, ahora lo comprendía todo. Su padre la conocía bien. Pero no tan bien como aquel que había compartido su lecho. Él sí sabía lo celosa que era, y que llegado el caso prefería ver morir a su amado antes de verlo en brazos de otra mujer. Por eso el joven cuyo cadáver aún manchaba la tierra de la plaza había elegido la puerta contraria a la que ella le había señalado.

Fin


Eso es todo. Espero que os haya gustado y, tanto si es así como si no, que disfrutéis del relato original, que con la friolera de 133 años a la espalda sigue despertando pasiones. A todo esto, ¿vosotros qué creéis que salió de la puerta, la dama o el tigre? .

¿La dama o el tigre? y otros cuentos, Frank R. Stockton.
The Lady or the Tiger? (1882)
Ed. Sirio, 2009. 155 págs, 5€.

viernes, 4 de septiembre de 2015

El autor y las críticas

Últimamente he estado preguntándome si las críticas literarias sirven realmente de algo. Sí, ya sé que para el lector una buena crítica (que no una crítica buena) puede ser muy útil antes de gastarse el dinero, pero hablo aquí del autor. Como creador de la obra, ¿te sirven de algo las opiniones que puedas recibir?

Por explicarme mejor, vamos a analizar a grandes rasgos los tipos de críticas que existen, y qué puedes sacar de ellas.

Primero están los halagos, que francamente son lo peor. No sólo no aportan ninguna información útil, sino que (de forma deliberada o inconsciente) tratan de impedir que el autor siga evolucionando. No existe la obra perfecta, todas son mejorables y por lo tanto siempre queda camino por recorrer, pero eso no es posible si prestamos oídos a alabanzas exageradas. Es más, este tipo de adulaciones casi siempre son interesadas y buscan que en el futuro tú hagas lo mismo por ellos.

Por su parte, las críticas destructivas no son mucho mejores. No sólo rezuman hiel sino que la mayoría podrían resumirse en «no encaja con mis gustos», cosa que para el autor es irrelevante porque, obviamente, no va a cambiar de ideas y estilo sólo para agradar a ese lector (por no mencionar que en ese caso dejaría de gustar a otros y se quedaría en las mismas). Y si el autor deja que esas palabras duras le afecten, puede acabar tirando la toalla.

Entonces las críticas constructivas, que expongan los puntos fuertes y débiles de la obra y los razonen, deberían ser las más útiles para el autor. Y lo son... hasta cierto punto. Porque a lo sumo sirven para confirmarle lo que él ya sospechaba desde el principio (es el padre de la criatura, la conoce mejor que nadie). Y de todos modos, ¿qué se supone que debe hacer, reescribir la obra para corregir los fallos? Eso es casi imposible. ¿Tenerlos en cuenta para la próxima? Bien, pero casi seguro que será muy distinta y no se le podrán aplicar los mismos consejos.

Así que cada vez soy más partidario de no prestar atención a las críticas o, como mucho, restringirse a las de ciertas personas que, por calidad propia y similitud de gustos, nos puedan resultar verdaderamente orientativas. Cierto, cuesta mucho privarse de leer algo que habla de nosotros, y las opiniones positivas nos alegran y las negativas nos deprimen, es humano. Pero en el fondo da igual. ¿Cuántas grandes obras de la literatura recibieron críticas horribles en su tiempo? ¿Cuántas obras consideradas magistrales han acabado más que olvidadas? Por ejemplo, suelo acordarme de esta carta aparecida en la revista Astounding Stories en junio de 1936:

¿Por qué, en nombre de la ciencia-ficción, se les ha ocurrido publicar un relato como «En las montañas de la locura», de Lovecraft? ¿Tan apurados están que necesitan publicar esas chocheces? Si son relatos de ese género (…) los que van a marcar la futura línea de Astounding Stories, entonces que el cielo se apieade de la ciencia-ficción.

¿Qué habría pensado su autor de saber que hoy Lovecraft es considerado uno de los grandes maestros de la literatura de terror? Pues eso, que lo mejor es seguir haciendo lo que nos pidan nuestras musas y pasar de los críticos, que tampoco saben más que nosotros.

Y si a pesar de todo decidís prestar atención a las opiniones de los demás, conviene echar un vistazo a este artículo del blog "Historias que no contaría a mi madre", 8 consejos para gestionar las críticas negativas, para ver las cosas en perspectiva antes de sulfurarse.

miércoles, 26 de agosto de 2015

El caso del personaje demasiado inteligente

Uno de los arquetipos de la literatura contemporánea es el personaje extremadamente inteligente, con un cerebro muy por encima del común de los mortales. No hablamos de alguien meramente listo o astuto, sino de un genio. Ya esté entregado a hacer el bien o siga la senda del mal, sus planes y deducciones dejan con la boca abierta al más pintado y pillan siempre por sorpresa a sus oponentes. El problema es, claro está, que hay que ser muy inteligente para caracterizar bien a un personaje muy inteligente. Y no suele ser el caso.

En mis lecturas llego a sentir miedo cada vez que se describe a un personaje como especialmente inteligente, porque suele ser un desastre. Todos estaréis pensando en Sherlock Holmes, y es verdad que en muchos de los modernos pastiches sus capacidades de deducción despiertan más vergüenza que admiración, pero no es ni de lejos el único ejemplo, ni siquiera el más sangrante. Cuántos genios del mal cuyos planes maestros son un bluf, cuántas astutas estrategias que no soportan el menor análisis crítico, por no hablar de esos seres cuasi divinos que luego hacen unas tonterías sin pies ni cabeza.

Y es que resulta complicado presentar honestamente los datos al lector y luego sorprenderle con un movimiento que sea a la vez lógico y que no haya intuido ya. Al final, casi todos nos encontramos en la misma banda intelectual y provenimos de un entorno cultural similar: nos guste o no, pensamos (más o menos) en las mismas cosas. Por eso, para colar este tipo de personaje sin dedicarle el esfuerzo necesario, demasiados escritores caen en unas cuantas soluciones facilonas que enumeraré a continuación, sin otro objeto que poner en orden mis ideas.

Ocultar datos. Sencillamente, el personaje sabe cosas que el lector no. Esto está muy mal visto en las novelas de misterio, pero por lo demás funciona perfectamente, en especial para los oponentes (que no te van a contar de buenas a primeras todo lo que saben) y para los seres sobrenaturales tipo Primigenios y demás. Si os digo la verdad, casi que prefiero esto a explicaciones complicadísimas que al final se caen por su propio peso. Cuanto menos digas, menos puedes meter la pata.

Genio por comparación. La inteligencia es una medida relativa: se es listo o tonto siempre respecto a la media de la población. Por tanto, para que un personaje normalito pase por inteligente, hay que convertir en bobos a los que le rodean (aquello de «en el país de los ciegos, el tuerto es el rey»). Odio esto. Cuando el personaje dice una perogrullada y todos los demás se quedan patidifusos, me dan ganas de tirar el libro. A la cabeza del autor.

Tirar hacia delante. Esto es la charlatanería de toda la vida: sueltas una explicación rápida y a medias, y confías en que la acción trepidante impida al lector pensar demasiado en ella. Oye, a veces funciona. Por ejemplo, la Estrella de la Muerte es un arma cara, incómoda e inútil, pero impresiona y no le das muchas vueltas . Lo único que no soporto es luego a los fanboys intentando defender estas cosas como pura genialidad.

Decir y no mostrar. Uno de los principios literarios más básicos reza que no hay que decirle las cosas al lector, hay que mostrárselas. Aquí se actúa al revés: el texto nos dice que el tipo es listísimo, pero luego esa inteligencia no se ve por ninguna parte en sus acciones. Este tipo de «promesas incumplidas», como otra clásica en que el malo es supuestamente peligrosísimo y luego es un mindundi, suelen dejar mal sabor de boca aunque el relato en sí funcione de forma adecuada.

Si queréis mi opinión, manteneos lejos de este tipo de personajes y, de no ser posible, meditad con mucho cuidado lo que va a hacer y decir. Son más difíciles de manejar de lo que parece y muchas veces el entusiasmo nos ciega y no vemos puntos débiles que serán obvios para el lector (curiosamente, correctores y lectores cero no suelen atreverse a señalar esta clase de fallos).

Las imágenes que adornan este artículo pertenecen a la película Sin pistas (Without a Clue), una excelente comedia protagonizada por Michael Caine y Ben Kingsley que parodia precisamente este concepto de personaje supuestamente inteligentísimo cuyas deducciones a poco que se analicen dan pena, en la figura, cómo no, del insufrible Sherlock Holmes. Eso sí, la traducción al castellano es atroz y se pierden la mitad de las bromas, os recomiendo encarecidamente que la veáis en inglés.

Sin pistas, Thom Eberhardt (director).
Orion, 1988. 102 mins, 5€.

domingo, 9 de agosto de 2015

Arellano en Lucca

El otro día en Avilés, durante el festival Celsius 232, tuve la oportunidad de departir con el gran Francisco Arellano (entre otras cosas responsable de la editorial La Biblioteca del Laberinto), y me estuvo comentando lo bien que se lo había pasado en la ciudad toscana de Lucca durante la convención de cómics del año pasado. Paco acudió allí amablemente para presentar ante los aficionados italianos la labor de la AEFCFT y mi relato Artículo 45.1, ganador del premio Domingo Santos 2013 (que eligieron para publicar como representante español en la antología anual del trofeo RiLL, La Maledizione e altri racconti).

RiLL (Riflessi di Luce Lunare) es una asociación italiana nacida en 1992, dedicada a la promoción de la literatura fantástica en su sentido más amplio, incluyendo la ciencia ficción y el terror (vaya, análoga a la AEFCFT aquí), y como ya he comentado en alguna ocasión, mantiene un acuerdo con otras organizaciones semejantes europeas para intercambiar obras representativas, una iniciativa que no puedo sino aplaudir efusivamente.

En la página web de RiLL podéis encontrar un resumen de su intervención, donde explica la labor y los objetivos de la AEFCFT y el estado de la ciencia ficción y la fantasía en España (no muy esplendoroso, como ya sabemos). Al final añadió el pequeño texto de presentación que yo había preparado para la ocasión sobre mi relato. Creo que más o menos se entiende todo, pero si no, podéis pasarlo por un traductor automático que os lo aclare (o lo empeore, nunca se sabe ). En cualquier caso, le agradezco desde aquí a Paco su labor por promover la literatura de género en España y, ahora, también en el extranjero.

Por cierto, también tengo entendido que en marzo de este año se presentó esa antología en una librería de Roma y que Francesco Trocolli, el traductor, estuvo hablando de mi relato, pero no sé qué tal fue la cosa.

La Maledizione e altri racconti, varios autores. Wild Boar Edizioni, 2014. 176 págs, 9.5€.

viernes, 31 de julio de 2015

Presentación de Visiones 2015 en el Celsius 232

Ayer por la tarde pudimos desviarnos a Avilés (Asturias) para asistir a la presentación de Visiones 2015, dentro de las actividades del festival Celsius 232 de este año. Ha sido la primera vez que acudía a un Celsius, aunque lamentablemente pudimos permanecer tan poco tiempo antes de seguir viaje que no puedo hacerme una idea de lo que supone todo el festival. Eso sí, el marco del casco antiguo de Avilés es formidable.

Como ya sabréis, los "Visiones" son antologías anuales que organiza la AEFCFT (Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror), donde se escogen los mejores relatos presentados a concurso, a juicio de un plantel de seleccionadores que varía de año en año. En esta ocasión los sufridos antologistas, que han tenido que leer más de un millón de palabras entre los 268 relatos enviados, han sido Ricardo G. Yayo, José Manuel Cárdenas y Francisco Javier Vidiella, de la prestigiosa web Tercera Fundación, una base de datos de referencia fundamental sobre la literatura de género en castellano.

Los tres subieron a la palestra del auditorio de la Casa de Cultura, delante de esa chillona cortina roja que veis en la foto, y estuvieron desgranando para la audiencia (conté unas cuarenta personas, muy destacable para lo habitual en antologías de este tipo) los detalles de cómo ha sido el proceso. Aplaudo la decisión que tomaron de leer cada uno de ellos todos los relatos (en lugar de repartírselos) y elegir los mejores por unanimidad; seguro que ha supuesto un esfuerzo mucho mayor pero es lo más justo. Estuvieron comentando también lo rápido que había sido todo hasta tenerlo ya impreso, solventando los retrasos que hubo con el Visiones 2014, los géneros donde más había incidido la gente que se presentaba, y también dando sus impresiones de cada uno de los relatos seleccionados, para abrir el apetito a los presentes.

Media hora que se nos hizo muy corta, aunque luego pasé un rato agradable charlando por los pasillos con ellos y otros pesos pesados de la literatura de género en castellano como Francisco Arellano. Lástima poder quedarme tan poco tiempo, otra vez será. Y fue un detalle que me entregaran in situ los dos ejemplares de autor que me correspondían, a pesar de no haber avisado con antelación. Eso es anticiparse a los acontecimientos.

Por cierto, si os acordáis, en Visiones 2014 se incluía un relato de un autor italiano por un acuerdo de la AEFCFT con su homóloga italiana, y en contraprestación mi Artículo 45.1 apareció en una antología italiana. El pacto se mantiene y este Visiones 2015 incluye una obra del autor italiano Massimiliano Malerba, y a su vez uno de los seleccionados, Eduardo Delgado con su Mendoza se atusó el flequillo, se incluirá en una antología de la asociación italiana RiLL. ¡Felicidades!

Bueno, voy abreviando que me enrollo. Al principio he mencionado que cada año los seleccionadores son distintos. Para mí eso es importante porque ya he sido elegido tres veces (2012, 2014 y 2015), pero por personas totalmente diferentes, cosa que me enorgullece y, creo yo, indica que mis obras pueden interesar a un público variado. Me gustaría contaros algo sobre mi relato Atractor extraño, que aparece en este tomo, pero creo que voy a dejarlo para un futuro artículo del blog. Mientras tanto, qué mejor perspectiva que llevaros vuestro ejemplar de Visiones 2015 a la playa y disfrutar de lo mejor de la cifi, la fantasía y el terror.

Visiones 2015, varios autores.
AEFCFT, 2015. 242págs, 9.5€.

miércoles, 15 de julio de 2015

Obras primerizas de Raymond Chandler

Leer a un gran escritor suele constituir una agradable experiencia, pero adentrarse en sus primeras obras resulta además enormemente instructivo. De un modo similar a lo que hice con la primera colección de relatos de Philip K. Dick, he abordado estas dos recopilaciones de Raymond Chandler, uno de los padres de la novela negra, con tantas ganas de disfrutar como de aprender.

Lo primero que he descubierto, prueba de lo poco que sabía sobre la figura de Chandler, es lo tarde que empezó a escribir. Hasta los cuarenta y cinco años no comenzó a enviar sus relatos a las revistas pulp, acuciado por problemas económicos derivados de la Gran Depresión y sus propias costumbres disolutas con el alcohol y las mujeres. Anima constatar que se puede alcanzar la gloria literaria con unos comienzos tan tardíos. Pero claro, es que Chandler era mucho Chandler (y todo hay que decirlo, el género literario que escogió dejaba aún margen para genialidades).

Cada uno de los volúmenes comienza con un ensayo. En el primero, titulado precisamente El simple arte de matar, el autor estadounidense repasa la separación, por entonces aún no completada, entre el relato tradicional de detectives (las clásicas novelas de misterio a lo Conan Doyle o Agatha Christie) y lo que él llama "hard boiled" y que ahora consideramos simplemente novela negra, y cómo esta última ganó entidad propia tras la irrupción de Dashiell Hammett. Es un ensayo interesante, cínico, del que se podrían sacar un montón de citas muy apropiadas para el mundo literario actual. Aun así, me pregunto qué pensaría Chandler de ver cómo, medio siglo después, ambas corrientes han vuelto a confluir hasta cierto punto.

En cuanto a los relatos, tienen de media unas cincuenta páginas (pongamos 15.000 palabras), aunque varía bastante. Si algo me ha llamado la atención de ellos, es precisamente que Chandler fue aproximándose al tópico. Es decir, que con sus primeros personajes busca variedad dentro del género, y son policías, policías infiltrados, detectives de hotel, exdetectives, incluso diletantes y aficionados, y es hacia el final cuando vira hacia el detective privado de toda la vida, con su despacho cutre y sus facturas sin pagar, y es ahí donde se encuentra a gusto y empieza a levantar el vuelo. Curioso. Igual esta manía de buscar siempre personajes originales es un error, y en los arquetipos está la esencia de la literatura.

La violencia es lo mío se inaugura con otro ensayo, más breve, donde Chandler relata lo que suponía escribir historias de detectives para los pulps, y cuenta cómo las propias revistas rechazaban la prosa de calidad y buscaban la repetición de fórmulas ya usadas mil veces, que sabían esperadas por el lector habitual, lo que hizo que la mayor parte de publicaciones del género fueran basura, con unas pocas salvedades.

Y lo cierto es que en los propios relatos de estas dos antologías Chandler recicla escenas y personajes de unos a otros, no sólo en la proverbial resistencia del detective a las palizas que se lleva y los litros de alcohol que trasiega día y noche sin que le reviente el hígado (matan a un amigo: lingotazo; intima con la chica: lingotazo; tiene resaca: lingotazo), sino incluso en las propias escenas cumbre. Cuando todo parece perdido, el detective se saca una pistola oculta o encuentra una tirada, o de pronto suelta la frase que demuestra a los malos que uno de ellos les está traicionando y se vuelven las tornas. Supongo que pensaría: «¿para qué voy a reinventar la rueda, si esto ya funciona?». Luego con Marlowe ya fue dándole a todo esto una formulación coherente que aquí a veces sigue chirriando.

Este segundo volumen es mucho más breve, sólo contiene cuatro relatos, con lo que parece un tanto descompensado respecto al primero, aunque en eso Debolsillo es fiel a las ediciones originales de The Simple Art of Murder (1950) y Trouble is My Business (1951). Son por otro lado obras más maduras, que recuerdan mucho al Chandler de sus novelas más conocidas a pesar de que el detective aún no se llame Marlowe. De hecho, en algunas ediciones inglesas han cambiado el nombre de éste por el de Marlowe, cosa que me parece bastante tramposa aun cuando pudiera argumentarse que el personaje viene a ser el mismo.

No todo va a ser análisis literario, por supuesto. Los relatos son razonablemente buenos, algunos incluso bastante, aunque no demasiado originales. Sin meditarlo demasiado, diría que mi favorito es Peces de colores, del segundo volumen, por la dimensión humana que tiene: esos crímenes del pasado que de pronto regresan para amargarle la vida a la gente aun cuando uno ya no sea la misma persona que antes, y lo pronto que todo el mundo deja de lado sus lealtades cuando hay dinero de por medio. Como detalle curioso, señalo que uno de los relatos del primer libro se titula El rey de amarillo, término que sonará a los aficionados de los Mitos, aunque en él sólo hay una referencia de pasada a la creación de Chambers (Chandler, Chambers, todo se parece ).

En definitiva, que si os gusta la novela negra clásica y la obra de Chandler en particular, mi recomendación es que le deis una oportunidad a estas dos antologías. No obstante, si no le habéis leído todavía, creo que sería mejor empezar por El sueño eterno, por ejemplo. Estos relatos son demasiado primerizos y os podríais llevar una mala impresión.

El simple arte de matar, Raymond Chandler.
The Simple Art of Murder (1950)
Debolsillo, 2014. 446 págs, 13€.
La violencia es lo mío, Raymond Chandler.
Trouble is My Business (1951)
Debolsillo, 2015. 302 págs, 10€.

lunes, 6 de julio de 2015

De cómo eligieron a Saruman Jefe del Concilio Blanco

El reciente fallecimiento de Christopher Lee, además de entristecerme, me ha recordado a un asunto al que me enfrenté hace muchos años, relacionado en cierto modo con una de sus interpretaciones más conocidas en los últimos tiempos, la del mago Saruman. Permitid que os cuente la historia, y que ello sirva de homenaje a este gran actor.


Todo comienza con un problema de lógica con el que me encontré en 2002, y que se planteó en un grupo de noticias de Usenet dedicado a los juegos de rol (ERJR) en el que yo participaba con asiduidad. En la actualidad ese grupo aún existe en Google Groups, pero la mayor parte de los mensajes antiguos han desaparecido. Podéis encontrar los restos del hilo en cuestión aquí, aunque sólo quedan los últimos comentarios.

En ese momento yo atravesaba una mala época (todas lo son en cierto modo, pero esa más de lo habitual) y necesitaba demostrarme que no había perdido mi agudeza mental. En cuanto leí el rompecabezas y vi que nadie había dado aún la respuesta, me lancé de cabeza a resolverlo, sin tener nada claro cómo enfocarlo. Armado de papel y boli, en un par de horas di con la solución y, lo más importante, con un razonamiento sólido, y lo publiqué en el grupo. Puede que no impresionara a casi nadie (de hecho hubo quien no se creyó que fuera la respuesta correcta, siempre hay gente con pocas neuronas), pero para mí fue muy importante volver a sentirme «en primera línea de combate mental», por así decirlo.

Como colofón, años después quise plantearle ese mismo problema a unos amigos y busqué el enunciado exacto por Internet. ¿Sabéis lo que descubrí? Que poco después de publicar yo mi solución, otro participante del grupo la había copiado palabra por palabra en la web de su facultad, por supuesto como si fuese suya. Y no era una persona de la que me imaginara que podía hacer algo así. ¿Qué pudo llevarle a hacerlo? ¿Inseguridad, ganas de hacerse el listo, necesidad de quedar bien entre sus pares universitarios? Lo ignoro. No es que me ofenda, porque seguro que mucha gente antes había llegado a una respuesta similar, pero ciertamente me defraudó.

Bien, manos a la obra. El problema es el siguiente:

Compañeros, me complace comunicaros que, revisando la biblioteca de Minas Tirith, he encontrado un manuscrito en el que queda constancia de cómo se eligió al jefe del Concilio Blanco. Desgraciadamente este manuscrito esta incompleto y es nuestra labor rescatar sus ultimas líneas. Este es el escrito:

Teníamos claro que aquellos que poseían más cualidades para optar al puesto eran Saruman el Blanco y Gandalf el Gris, pero no pudiendo decidirnos por ninguno de los dos, optamos por proponerles un acertijo. El resto de miembros del concilio elegimos dos números diferentes entre sí, comprendidos entre el 1 y el 25, ambos inclusive, hallamos su suma y se la dijimos a Saruman, hallamos su producto y se lo dijimos a Gandalf. La misión de éstos era hallar los dos números originales sin hablar entre ellos ni comunicarse sus cifras. Al cabo de varias semanas ambos se rindieron y establecieron este dialogo:

Saruman: ¡No sé la solución, pero estoy seguro que tu tampoco la sabes!

Gandalf: Es cierto, no sabía la solución, ¡pero ahora ya la sé!

Saruman: ¡Pues ahora yo también la sé!

Tras este diálogo, Saruman y Gandalf se reunieron de nuevo con el consejo, comunicándonos la solución. Efectivamente los números elegidos fueron..." (A partir de aquí el manuscrito es incomprensible, y se anima a todos los presentes a colaborar para encontrar la solución).

Aquí es donde debéis parar de leer si queréis resolverlo por vosotros mismos. Si ya lo habéis conseguido o directamente pasáis del tema, seguid, seguid. Esta es la respuesta que yo di aquel día (es correcta, aunque hay otros modos de enfocarlo):

El principio fue fácil:

—La suma debía ir de 3 a 49, puesto que son números del 1 al 25 sin repetirse. Mínimo 1+2, máximo 25+24.

—De esa suma quitamos las posibilidades 3, 4, 48 y 49, puesto que sólo admiten una combinación para la suma [2+1, 3+1, 23+25 y 24+25] y Saruman la hubiera acertado de entrada.

Ahora viene lo difícil.

—Quitamos las posibilidades de resultado de suma 3, 4, 6, 8 y 12. ¿Por? Porque podría ser sumar 1 a un número primo. Y entonces Saruman no hubiera podido garantizar que Gandalf no pudiera saber la solución al acertijo antes de hablar con él, puesto que en el caso de ser primo el producto, Gandalf sí hubiera sabido la solución.

—Quitamos 5 y 10 como resultado de suma porque podría ser sumar 1 a un cuadrado perfecto [1+4, 1+9]. Y en ese caso, Gandalf lo sacaría de inmediato con el producto.

—Quitamos TODOS los que puedan ser suma de un primo mayor que 11 y otro número cualquiera. En esos casos, de cara a la multiplicación, sólo hay una descomposición posible en dos números tal que ambos sean menores o iguales que 25 (el siguiente primo mayor que 11 ya es 13) y entonces Gandalf sólo tendría una posibilidad con ese producto y sabría de antemano la solución.

Por último:

—Quitamos el 46 como resultado de la suma. Porque sólo podría ser la suma de 21+25 y 22+24 y Saruman sabría que Gandalf habría resuelto el acertijo... porque el producto de cualquiera de estas dos combinaciones sólo admite una descomposición que cumpla con los requisitos de números menores o iguales que 25.

Entonces:

Tras esto sólo quedan como resultados posibles de la suma 7, 9, 11 y 13.

Hacemos las posibles combinaciones de cada una y sus productos:

De 7 pueden ser 1+6, 2+5 y 3+4, y sus respectivos productos, 6, 10 y 12.

De 9 pueden ser 1+8, 2+7, 3+6 y 4+5, y sus respectivos productos, 8, 14, 18 y 20.

De 11 pueden ser 1+10, 2+9, 3+8, 4+7 y 5+6, y sus respectivos productos, 10, 18, 24, 28 y 30.

De 13 pueden ser 1+12, 2+11, 3+10, 4+9, 5+8 y 6+7, y sus respectivos productos, 12, 22, 30, 36, 40 y 42.

—Vemos que varios de estos productos se repiten. Como Gandalf adivinó el resultado al saber que con esa suma no se podía descifrar el acertijo, eliminamos los productos repetidos. Todavía podrían ser:

Para suma 7, producto 6

Para suma 9, productos 8, 14, 20

Para suma 11, productos 24 y 28

Para suma 13, productos 22, 36, 40 y 42

—Pero como en ese momento Saruman también descubre el resultado, tiene que ser una suma que sólo tenga un producto posible no repetido. Entonces el resultado es suma 7, producto 6

Con lo cual, se trata de los números 1 y 6. Y no hay más soluciones válidas posibles.

Y hasta aquí llega la historia de hoy. Sí, ya sé lo que estáis pensando: ¿por qué leches escogieron a Saruman a raíz de esta prueba, si los dos deducen cuáles son los números? Tendría enchufe, supongo.

martes, 30 de junio de 2015

No llame a la policía

A menudo se llega a una situación en la trama de un relato (o un guión, o lo que sea) en que lo lógico sería que alguien avisara a la policía. Sin embargo es algo que prefiero que no suceda, y si no queda más remedio, que su intervención sea fugaz e inútil.

¿Por qué? Bueno, en la vida real, cuando uno tiene un problema serio de ese tipo debe acudir a la policía, eso lo tengo claro. Tratar de resolverlo por cuenta propia suele acabar mal. Pero las narraciones no son la vida real, por más realistas que intenten parecer, y considero que hacer que la policía o la justicia le saque al protagonista las castañas del fuego anularía la carga dramática de la historia. Por extenderme en esta idea, desde mi punto de vista los desafíos a los que se enfrenta el personaje lo son en realidad a sus cualidades intrínsecas, al estilo clásico, y debe triunfar o fracasar en base a ellas (por eso mismo el azar tampoco debería dirimir el resultado).

Ahora la otra cara de la moneda: admito que hay historias estupendas donde en el momento cumbre intervienen las autoridades, el 7º de Caballería o las águilas para salvar a los inocentes, pero siempre me pregunto si no habría quedado mejor de otro modo. Hay que tener mucho cuidado para que no parezca un deus ex machina, y cuando eso no pasa, suele ser porque el verdadero clímax personal ya se ha superado y lo que queda es morralla. Por ejemplo, un duelo personal entre el protagonista y el jefe de los malos: cuando el «bueno» vence, ya pueden llegar refuerzos para encargarse del resto de la banda, porque su desafío personal ya se ha dirimido.

Aceptando mi punto de vista (que para eso es mi blog), pero suponiendo que no queda más remedio que meter a la poli en el fregado, ¿qué puede ocurrir para que no se diluya esa carga dramática? Algunas sugerencias comunes:

  • La autoridad no cree la narración de los hechos que se le hace. Esto es tipiquísimo de las historias de terror, en especial aquellas con elementos sobrenaturales, y permite incluir algo de humor si vemos que encaja.
  • La policía actúa de forma torpe o ineficaz, pues no está verdaderamente preparada para enfrentarse a ese tipo de problemas (o como mucho sólo a sus aspectos superficiales y no al verdadero origen). Por ejempo, puede que detenga a un sectario violento, pero no entiende que forma parte de un complot mundial.
  • Las autoridades o parte de ellas forman parte de la conspiración. Esto a mí no me acaba de convencer porque complica la trama y yo soy un vago por naturaleza, pero si lo tienes bien pensado desde el principio puede resultar. Recuerda dejar siempre una salida al personaje, o resultará demasiado frustrante tenerlo todo en contra.
  • Las tornas se vuelven contra el protagonista, que pasa a ser sospechoso de lo que él mismo ha denunciado. Esta opción me encanta porque subvierte las expectativas del personaje (y del lector) y le deja en peor posición de la que estaba.

Como siempre, todo esto es mi opinión. Luego siempre hay gente que logra escribir cosas estupendas saltándose todas las normas, pero yo tiraría por estos caminos o, mejor aún, dejaría a la autoridad directamente al margen de la trama porque el personaje comprende desde el primer momento lo inútil que sería recurrir a ella.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Visiones 3 - Calabazas 6

Cómo son las cosas. Te puedes pasar meses atravesando el desierto (metafóricamente), sin recibir la menor señal de que el universo se apercibe de tu existencia, y de pronto todo se apelotona. Encima el fin de semana pasado, que tenía un día de más y afrontaba con la decidida intención de disfrutar a tope, me lo pasé a final sumido en una faringitis que me tomó por sorpresa.

Y ahí de pronto, rodeado de fiebre y antibióticos, llega el viernes la noticia de que he sido seleccionado para la antología Visiones 2015 (por tercera vez, tras las de 2012 y 2014), y el lunes, como quien no quiere la cosa, me entero de que me he colado igualmente en Calabazas en el Trastero: Máscaras (es mi sexta calabaza ya, paso de poner enlaces o no acabo nunca).

En suma, un par de alegrías muy bienvenidas. Tenía fe en esos dos relatos, me convencían, pero hoy por hoy eso no significa nada; seguro que los demás participantes también estaban contentos con sus creaciones, y hay mucha competencia de nivel. Al final suelen ser pequeños detalles, a menudo fuera de tu mano, los que determinan el éxito o el fracaso. Tengo ganas de que más gente pueda leerlos, pero sin prisas: ya he aprendido que en esto de publicar conviene respetar los tiempos. Cuando sepa algo más (fechas, portadas...), ya lo comentaré por el blog.

lunes, 18 de mayo de 2015

La irrupción de lo imposible

Uno de los criterios más habituales para analizar la literatura que incorpora elementos ajenos a las leyes naturales (que llamaré a partir de ahora «mágicos» para entendernos), es la clasificación de maravilloso / fantástico. Ojo, que aquí «maravilloso» y «fantástico» no tienen mucho que ver con el significado que se le suele dar a esas palabras en el habla cotidiana.

Los relatos maravillosos son aquellos en los que los sucesos mágicos forman parte natural del mundo de ficción. Tanto los cuentos de hadas como la fantasía medieval estilo Tolkien o Dragonlace entrarían en este grupo: las cosas que para nosotros serían «imposibles» existen y punto. Pueden ser peligrosas, bondadosas o malignas, pero sin duda están ahí y ningún personaje se asombra de ello. Como lectores, debemos hacer lo mismo y aceptarlas para poder disfrutar de la obra.

Por el contrario, en el relato fantástico la realidad es más o menos como la conocemos (ya advertí que estos términos son un tanto equívocos), salvo por un elemento puntual, o unos pocos, que subvierten lo que consideramos «natural» y que por lo general también resultan asombrosos para los personajes. Es el realismo con una gota de fantasía que va tiñendo la historia, como en El retrato de Dorian Gray o El país de las risas.

Hay quien añade que, si ese elemento «mágico» tiene finalmente una explicación racional (a lo Sooby-Doo o como en El sabueso de los Baskerville), en realidad se debe clasificar como insólito. Pero esas disquisiciones se escapan de lo que quiero plantear hoy, que va sobre el relato de tipo fantástico, de lejos mi favorito.

¡Esto no puede ser cierto!

A nadie se le escapa que el punto crítico del relato que hemos definido como fantástico está, precisamente, en la aparición de ese elemento contrario a la realidad comúnmente aceptada. Narrativamente deseamos sacarle todo el partido posible pero nos topamos con un escollo. Si los personajes lo aceptan con demasiada naturalidad, la historia pierde ese halo de asombro y de singularidad («oh, sí, tenemos un dragón en el jardín, ¿me pasas la sal, querida?»). Pero si los personajes reaccionan todo el tiempo con escepticismo y dudan demasiado, aburrimos al lector, que desea creérselo y seguir adelante para descubrir qué sucede. ¿Dónde está el justo término?

Para empezar, ¿existe de forma objetiva ese término medio? Porque si analizamos históricamente este aspecto, vemos cómo ha variado a lo largo del tiempo, desde la fascinación victoriana por el espiritismo al rechazo de principios del siglo XX hacia los fenómenos sobrenaturales y la preferencia de explicaciones cientifistas. Es un camino de ida y vuelta: por ejemplo, al leer algunas novelas de los años 60, suelo sonreír al ver la facilidad con la que los personajes asumen que existen los poderes paranormales y hasta están «demostrados científicamente»; era la época.

La facilidad para aceptar lo imposible depende también del entorno cultural del autor. Incluso en la actualidad hay regiones del mundo donde el concepto de lo mágico sigue en contacto con el inconsciente colectivo en mayor grado que en otras, lo que lleva a que sus personajes enfoquen de manera diferente la irrupción de lo imposible. ¿Nunca os ha pasado que, al leer una novela que no sea europea ni anglosajona en general, os sorprende un tanto la capacidad de los personajes para aceptar sucesos contrarios a la lógica? Ahí está el aspecto cultural.

Así a bote pronto, podemos establecer cinco fases de la reacción del personaje a la aparición del elemento contrario a la realidad convencional (sí, la idea la he copiado sin pudor de las típicas etapas de aceptación de una pérdida). Por supuesto, la extensión de cada una depende mucho de las circunstancias y los personajes en particular, y en absoluto tienen por qué aparecer todas en una historia dada:

Negación: Esto no puede estar pasando, por lo tanto no está pasando. Es un efecto óptico, o provocado por una intoxicación o, peor aún, un intento deliberado de engañarme por parte de alguien, y me puedo enfadar mucho. — El personaje se limita a ignorar o rechazar el elemento imposible. No abusar de esta fase.

Duda: Vale, puede que esté pasando, pero no tiene sentido. ¿Me estoy volviendo loco, existe una explicación racional alternativa, alguien me está tomando el pelo? — El personaje actúa con cautela: algo hay, pero no se la va a jugar apostando a que sea real; prefiere nadar y guardar la ropa, hasta que la situación se decante de uno u otro lado. Sólo aplicable a tramas tranquilas.

Exploración: Pues si está pasando, tendrá que regirse por algunas normas, aunque no sean las habituales. ¿Qué pasa si intento tal cosa? — El ser humano es adaptable y curioso por naturaleza incluso en las circunstancias más sorprendentes, y poner a prueba los límites de «lo extraño» es una fase lógica que puede permitir que la trama siga adelante.

Aceptación: Da igual que sea imposible, está ahí y no tiene sentido ignorarlo. — La historia tiene que avanzar, eso es lo fundamental, por lo que tarde o temprano (y por lo general mucho antes de lo que sucedería en la realidad) los personajes deben dejar de preguntarse si «eso» existe y pasar a interactuar con ello. Lo único esencial es que afecte a sus vidas de forma sensible, pues de lo contrario sería irrelevante.

Explotación: Puede que esto tan especial me haga rico, me permita descubrir el futuro o acabar con mis enemigos. — Una vez aceptado, lo lógico es aprovecharse de este elemento en la medida de lo posible. Claro, también puede ser muy peligroso, pero la codicia humana no conoce límites. Muy útil para relatos retorcidos.

It's horror time

En los relatos de terror, todo este esquema se simplifica mucho gracias al instinto de supervivencia: cuando se percibe una amenaza, por contraria que sea al sentido común, la reacción natural es atacar o huir (bueno, en mi caso sólo huir), con lo que la irrupción de lo imposible se simplifica mucho: uno no se pone a discutir la credibilidad de una manada de velocirraptores rugiendo en su jardín, escapa y luego ya si sobrevive se lo piensa.

No obstante, surge entonces el riesgo de la desconexión entre lector y protagonista. Parte del interés de las fases anteriores es que permiten establecer una complicidad con el lector, que sienta que el personaje actúa de forma racional y que, si éste acepta finalmente el elemento mágico, es porque le resulta creíble. Si prescindimos de toda explicación y el relato (o novela o película) no logra mantener al lector continuamente angustiado por la supervivencia inmediata de los personajes, empezará a preguntarse qué sentido tiene que esa amenaza imposible se presente así de pronto y sin la menor justificación, y puede que el destino final de los personajes acabe por no preocuparle lo más mínimo. Es la típica queja sobre las películas de terror de bajo presupuesto y, nuevamente, es algo muy subjetivo: hay a quien le arruina la experiencia y a quien le da exactamente igual.

viernes, 1 de mayo de 2015

Visiones 2014

Como ya expliqué, el pasado mes de noviembre fui elegido para esta antología de la AEFCFT, seleccionada por Joaquín Revuelta y con portada del propio antologista (imagino que el premio de ilustración quedó desierto). En la pasada Hispacon (MiRCon 2014) hubo una presentación anticipada a cargo de Antonio Guisado.

Pues bien, ya está aquí el libro, y aunque parecía que iba a presentarse prematuramente, al final la cosa se ha retrasado un poco. No pienso quejarme, bastante es que existan estas oportunidades para desconocidos como yo. Lo podéis conseguir en Cybedark por 9 euros. Ahora que nos lean, que es más difícil.

Finalmente la maquetación del libro también la ha preparado Revuelta, y es muy elegante y minimalista. Eso sí, aviso que la letra es muy pequeña, y si intentáis leer la contraportada ganaréis una dioptría por lo menos. Un detalle que me gusta mucho es que los veinte relatos seleccionados aparecen en orden alfabético de títulos. Es una ordenación imparcial con la que se acaban los favoritismos de quién va el primero, quién cierra la antología y demás (y eso que me toca casi al final, porque el mío se titula Sabemos lo que te gusta).

Precisamente el último relato del libro se salta ese orden alfabético y está traducido del italiano. Se trata del ganador del Trofeo RiLL de 2014, una colaboración de la AEFCFT con su asociación homóloga italiana que me parece muy positiva, y gracias a la cual ya se publicó allí mi relato ganador del Domingo Santos. Que dure la sintonía.

Visiones 2014, varios autores.
AEFCFT, 2015. 240 págs, 9.50€.

jueves, 30 de abril de 2015

El narrador (II)

Para este segundo artículo mi intención es repasar otros modos de enfocar los distintos tipos de narrador. Buena parte de las clasificaciones de narradores que encontraréis por ahí se basan en palabros como «omniscente», «heterodiegético», «autodiegético», etc. No digo que esté mal, pero en mi modesta opinión todos estos términos sobreespecializados se pueden resumir determinando las siguientes cualidades de la voz narradora, y siendo coherente con ellas a lo largo de la historia:

Conocimiento. ¿Qué grado de conocimiento posee el narrador sobre lo que ocurre? Por ejemplo, ¿puede meterse en la mente de los personajes y saber sus intenciones y sentimientos verdaderos, como si fuera un diosecillo, o posee limitaciones humanas? Esto también se debe tener en cuenta a la hora de relatar sucesos de los que no hay testigos, aunque en estos casos el grado de intromisión sea menor. Y si el narrador es una persona concreta, ¿conoce la historia de primera mano, o sólo una parte, o ni siquiera eso y es como si alguien se lo hubiera contado y ahora él lo relata? A veces un narrador testigo, pero no protagonista, ayuda mucho: pensad por ejemplo en cómo Conan Doyle usaba al doctor Watson para narrar los sucesos de un modo emocionante y comprensible para el lector, porque si lo viéramos desde el punto de vista de Holmes la cosa no tendría la menor gracia.

Fiabilidad. El lector tiende a confiar en el narrador, cree que lo que le va a contar será la verdad objetiva y como tal debe aceptarla. Sin embargo, esto no tiene por qué ser cierto. Puede que el narrador no sea neutral y sólo nos transmita su punto de vista subjetivo, bien de modo deliberado porque esté implicado en los acontecimientos (como hizo Agatha Christie en El asesinato de Roger Ackroyd), porque podría estar engañándose a sí mismo (siendo un caso paradigmático el de Henry James en Otra vuelta de tuerca) o directamente porque su estado mental es inestable (como en El papel amarillo de Charlotte Perkins). En caso de que el narrador no sea fiable, debemos pensar si vamos a hacerlo obvio o a dejar que el lector lo vaya sospechando, y en cualquiera de los casos, si vamos a contraponerlo con otro punto de vista en un segmento posterior de la obra (como hizo William Faulkner en El ruido y la furia) o dejaremos que, por poco digna de confianza que resulte, sea la única fuente de información de la dispondrá el lector (como Bret Easton Ellis en American Psycho).

Intromisión. La narración puede ser neutra, e ir contando los hechos sin entrar a valorarlos, o por el contrario meterse a saco con una voz propia y manipular «guiar» nuestra opinión sobre los personajes y lo que les sucede. El primer caso es más clásico, el segundo más moderno (algunos de los máximos exponentes de la literatura de género actual se distinguen por su voz narrativa particular). No obstante, no seamos tan ingenuos de pensar que, sólo porque no se note a primera vista, la narración sea verdaderamente neutral: siempre carga con las opiniones y la ideología del autor, tanto si es de forma consciente como si no. Conviene asumirlo y tratar de hacerlo con sutileza, en lugar de emplear «moralejas» facilonas que pueden molestar al lector.

Personalmente soy un tanto simplón y prefiero los narradores que se circunscriben a uno de los protagonistas, ya sea en primera persona desde su punto de vista subjetivo, o en tercera como una cámara que le va siguiendo a todas partes. Me parecen historias más sencillas y honestas, pero sin duda hay muchas obras maestras que adoptan enfoques diferentes. Repito que lo importante es ser fiel a las decisiones tomadas al principio: si durante toda la historia os habéis ceñido a la información que dispone un personaje, no paséis de pronto a un narrador omniscente. Y viceversa, si habéis estado narrando cual diosecillos, no ocultéis al final información al lector sólo para mantener la intriga.

Más cosas

En el artículo anterior se me olvidó comentar una consecuencia fundamental de elegir una forma personal u otra (sí, vaya mierda de articulista estoy hecho), como es el registro lingüístico. Si decidís plantear el relato en primera persona, el modo de expresarse del narrador debe resultar creíble para ese personaje. Es algo de pura lógica, pero como por lo general la gente se expresa de un modo más sencillo que el estilo literario tradicional, muchos recursos de la prosa pueden quedarse fuera de juego. Por ejemplo, si estáis escribiendo una novela gótica y pretendéis usar la primera persona, podéis iros olvidando de muchas de las descripciones floridas que caracterizan ese género, a riesgo de que quede muy forzado. Y aunque eso no resultara un problema en vuestro caso, conviene siempre plantearse: ¿podrá este narrador en primera persona usar el estilo que quiero darle al texto? Si el narrador es un niño o una persona sin estudios, evidentemente habrá de expresarse como tal, ¿lo soporta bien la historia o será un estorbo? ¿Dispone mi narrador de los conocimientos especializados que necesito para explicar bien lo que está ocurriendo, o por el contrario sabe demasiado de un tema en particular (porque es médico, científico, etc.), y un lector lego se va a perder con tanto término inusual? Si veis que puede dar problemas, mejor optar por la tercera persona.

Otro aspecto importante de la narración (y lo comento así en plan cajón de sastre, ya vale todo) es la anticipación. Podemos usar el conocimiento que tiene el narrador de lo que va a pasar en el futuro para darle más emoción al comienzo: «quién nos iba a decir que aquel sería el último día feliz de nuestras vidas...» Cuidado con abusar, es muy sencillo caer en la trampa del charlatán: anunciar cosas terribles o magníficas, creando unas expectativas en el lector que luego la prosa y la narración no refrendan. Mejor sorprender por lo alto que por lo bajo.

Primera parte

Este artículo es la segunda parte de El narrador (I). Que lo disfrutéis.