jueves, 24 de mayo de 2018

Lecturas 2018 (I)

Pues resulta que este año también he ido haciendo registro de mis lecturas (las del año pasado están divididas en los siguientes artículos: [1], [2] y [3]). Siguiendo la tradición, aquí recojo las diez primeras de 2018.

Por diversas circunstancias personales, este año el ritmo de lectura se ha visto reducido respecto al periodo anterior. Es una lástima pero seguramente sea una constante de aquí en adelante, es lo que hay. En cuanto a los libros en sí, por ahora ha habido un poco de todo, incluyendo varias decepciones en lo que consideraba de antemano caballos ganadores. Y como siempre ocurre, se me han colado unos cuantos que no tenía previstos y he tenido que dejar otros para más adelante. Vamos con todos ellos:

El corazón es un cazador solitario [📚]
Carson McCullers (1940)
Seix Barral, 2001. 380 págs.

Es una lástima, pero la primera y más famosa novela de McCullers, escrita con apenas 23 años, es lo que menos me ha convencido de lo que llevo leído de esta autora. Se trata de una novela coral que recuerda a Manhattan Transfer, con un estilo demasiado similar al resto de su obra. De hecho uno de los personajes principales, Mick, es tal cual el mismo de la protagonista de Frankie y la boda. Que entiendo que uno siempre escribe sobre sus experiencias, pero variar un poco no mata.

Quizá al haberme aproximado a la obra de McCullers en sentido cronológicamente inverso he degustado primero lo mejor de su creación. Decididamente mejoró con la edad.

Los relojes [📚 🎥]
Agatha Christie (1963)
Ed. Molino, 1979. 272 págs.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que leí a Christie; el caso es que vi un fragmento de la adaptación al cine de esta novela y me picó la curiosidad. Pertenece a la etapa tardía de la autora inglesa y también queda muy lejos en calidad de su mejor época. Aun así es entretenida, porque Christie es incapaz de aburrir, pero se debería haber exigido mucho más. Abunda la paja, los personajes de diálogos inverosímiles y al final hay una triple casualidad de esas que no se cree uno ni borracho.

La jungla de asfalto [🎥]
W.R. Burnett (1949)
RBA, 2012. 286 págs.

Regreso un tanto decepcionante a la novela negra clásica. Los personajes son demasiado blandos, poco creíbles para un entorno de los bajos fondos supuestamente despiadado. Cierto que a partir del «golpe» en sí la cosa se anima, y hacia el final hay varios capítulos rotundos, pero ya es demasiado tarde para arreglar el conjunto. Por una vez la película es mejor que el libro, pero es que con John Huston de director raro hubiese sido lo contrario.

El Señor de la Noche []
Tanith Lee (1978)
Martínez Roca, 1986. 211 págs.

Tengo pensado hablar de este libro en un futuro artículo dedicado a los Cuentos de la Tierra Plana, y lo único que puedo criticarle aquí es resultar un tanto repetitivo en determinados momentos. Aun así es una lectura magnífica incluso después de todos estos años, y una estupenda puerta de entrada a esta autora y su particular estilo dentro de la literatura fantástica.

Naomi
Junichirō Tanizaki (1924)
DeBolsillo, 2012. 264 págs.

Curiosa novela que narra de forma directa y sencilla la relación entre un joven ingeniero y una muchacha de extracción humilde, entre los que se establece una inesperada relación de erotismo y dominación.

Publicada originalmente por entregas, en su momento supuso un escándalo en Japón por su ruptura con las buenas costumbres. De hecho influyó en la aparición de las mogas (como flappers japonesas de los años 20), término del que esta misma novela fue fundadora. Os pongo el enlace a una portada muy curiosa.

Death's Master [🇬🇧]
Tanith Lee (1979)
DAW, 2016. 408 págs.

Más Tanith Lee, segundo libro de su saga de la Tierra Plana. Esta vez los cuentos hilados dejan paso a una estructura más formal, como una novela, lo que en mi opinión le perjudica; ofrece pasajes muy buenos pero no mantiene un interés sostenido en el tiempo. Los personajes parecen vagabundear sin un objetivo definido y eso, que en un relato es un problema menor, aquí se deja notar demasiado. Con todo, merece la pena llegar hasta el final y disfrutar de la riqueza de su imaginación.

Experimental Film
Gemma Files (2015)
Biblioteca de Carfax, 2017. 352 págs.

Novela difícil de valorar, una estructura de terror clásico con un envoltorio de literatura posmoderna, un híbrido que en algunas fases funciona y en otras chirría. La lectura ha sido amena pero es una historia demasiado consciente de sí misma, difícil de tomar en serio, y sus protagonistas resultan ciertamente insoportables. Yo hubiese disfrutado más sin la capa contemporánea, leyendo directamente la narración de la señora Whitcomb. Por cierto, a la traducción le hubiese venido bien un repaso a fondo.

Retorno a Brideshead [🎥]
Evelyn Waugh (1945)
Círculo de Lectores, 1983. 270 págs.

La novela que hizo surgir la moda por las mansiones de campo inglesas, y que fue llevada a la televisión con gran éxito a comienzos de los años 80. Gira alrededor de la fe y el catolicismo, pero con un marcado homoerotismo sibarita que me recuerda a Oscar Wilde. Lectura confusa al principio, va ganando fuerza hasta conformar un relato muy curioso de la época.

Agentes de Dreamland [🐙]
Caitlín R. Kiernan (2017)
Alianza Runas, 2018. 128 págs.

Me gustan las novelas cortas, siempre que tengan un desarrollo propiamente dicho, y ya sabemos que Kiernan deja la trama de lado para concentrarse en la ambientación y las «sensaciones». La idea de fondo, puramente lovecraftiana, es muy buena pero el envoltorio en sí decididamente no es para mí. Quizá si la edición hubiese sido más honesta (menos lujosa y no tan cara) me hubiese convencido más.

Trayecto final
Manuel de Pedrolo (1974)
Hogar del Libro, 1984. 179 págs.

Traducción de la antrología original en catalán, siete relatos de ciencia ficción pero en su mayoría no futurista. Son historias interesantes pero muy deudoras de su época, tanto en planteamiento como sobre todo en el estilo, que me parece excesivamente frío e intelectual (a los personajes les suceden cosas terribles y ni se inmutan). Diría que los primeros relatos, más cortos, son los mejores.

martes, 8 de mayo de 2018

Juzgar el pasado

Se ha puesto de moda juzgar a los escritores por su vida en lugar de por su obra, e incluso proyectando en el pasado nuestra escala de valores y sometiéndolos a un escrutinio moral del que nada escapa. Francamente, no me veo capaz de expresar con palabras lo ridículo que me parece todo este movimiento.

El concepto de autor como dechado de morales y virtudes es una tontería. Primero porque no existe relación entre la calidad ética y la artística, como se ha demostrado en tantas ocasiones. Segundo porque nos apresuramos a juzgar con brocha gorda situaciones que en su contexto podían tener unas implicaciones muy diferentes. Y tercero y para mí más importante, porque son precisamente esas regiones oscuras de la personalidad lo que dan a sus creaciones su valor impactante y duradero. Como decía André Gide, con buenos sentimientos no se hace buena literatura.

He escogido a tres autores del siglo XIX (una de mis etapas literarias favoritas) cuya obra admiro y que serían severamente criticados por esta sociedad que estamos degenerando entre todos. Aún más, observaréis que en su época se les culpó de ciertas actividades pero que en la actualidad serían censurados por otras bien distintas, que entonces no chocaban especialmente. Si eso no deja claro lo absurdo de este revisionismo moral, no sé qué más puede hacerlo.

Edgar Allan Poe (1809-1849)

Poe, padre del terror moderno (curiosamente valorado en su época como poeta antes que como escritor, cuando ahora se le recuerda sobre todo por sus relatos cortos) fue duramente criticado y perdió diversas oportunidades lucrativas a lo largo de su vida laboral por su alcoholismo, que seguramente también tuvo parte en su muerte en circunstancias nunca por completo esclarecidas.

Sin embargo, a ojos modernos resulta mucho más censurable por haberse casado a los veintisiete años con su prima hermana Virginia Eliza Clemm, que a la sazón contaba sólo con trece años (la licencia de matrimonio recogía falsamente que tenía veintiuno), a la que llevaba varios años cortejando. Hoy día esto no sería sólo ilegal, sino que hubiese bastado para condenarlo al más absoluto ostracismo cultural.

Se ha debatido mucho sobre cuál fue el carácter real de este matrimonio entre primos, pues con él Poe se comprometía a mantener a la madre y el hermano de su joven esposa, que atravesaban dificultades económicas, y si se llegó a consumar carnalmente y en ese caso cuándo (seguramente dos o tres años después de la boda). Eso sí, todos los testimonios coinciden en que ambos se adoraban mutuamente, si bien el carácter infantil y emocionalmente dependiente de Virginia tampoco admite mucha discusión.

Virginia murió muy joven, sin haber llegado a cumplir los veinticinco, de tuberculosis. Su enfermedad y temprano fallecimiento tuvieron un gran impacto sobre Poe, que nunca se recuperó del todo de la pérdida (y que recayó en el alcohol y las malas compañías). Se cree que muchas de sus narraciones sobre una hermosa mujer que muere joven y en las que su amado se obsesiona con su recuerdo (Eleonora, Ligeia, el poema Annabel Lee…), tan características dentro de su obra, están inspirados en la figura de Virginia.

Lewis Carroll (1832-1898)

Bajo ese pseudónimo nos encontramos al reverendo Charles Lutwidge Dodgson, todo un personaje. Escritor, matemático, diácono, pionero de la fotografía… y con casi toda seguridad pedófilo. Su obra más famosa, Alicia en el País de las Maravillas, surgió inicialmente como un cuento inventado durante una excursión para entretener a la pequeña Alice Liddell, que tenía en ese momento 10 años y con la que se sentía muy unido.

¿Pero unido hasta qué punto? Se ha especulado mucho sobre la brusca ruptura de Dodgson con la familia Liddell poco después de aquello, quizá porque empezaba a cortejar a la muchacha o tal vez por otros motivos relativamente menos escandalosos. De lo que no queda mucha duda es de la afición de Dodgson por fotografiar a niñas prácticamente desnudas o escasamente cubiertas (las propias hermanas Liddell entre ellas), aunque él mismo destruyó posteriormente buena parte de su colección por motivos no del todo aclarados. También es verdad que no se le conoce ninguna relación con sus modelos que pasara de platónica, y que décadas después todas guardaban un afectuoso recuerdo de él.

Lo verdaderamente irónico de todo esto es la inversión de valores que ha experimentado la sociedad. Si Carroll pudo seguir adelante con sus aficiones sin demasiados obstáculos fue porque en la época victoriana la figura desnuda de un infante era considerada como algo puro, inocente, y desde luego mucho menos censurable que la de un adulto, cosa que sí le habría acarreado serias acusaciones de inmoralidad (o tempora, o mores!).

Esta contextualización histórica no ha impedido que surjan voces críticas con la obra de Carroll. El novelista Will Self declaró hace un par de años, en un documental de la BBC sobre el tema: «It’s a problem, isn’t it, when somebody writes a great book but they’re not a great person». Y yo siempre pienso ¿y qué tendrá que ver?

Oscar Wilde (1854-1900)

De todos es conocida la caída en desgracia de Oscar Wilde, uno de los mejores y más elegantes dramaturgos y escritores en lengua inglesa, por culpa de su homosexualidad. Cómo un absurdo enfrentamiento en los tribunales acabó con su condena a la cárcel por sodomía e indecencia, donde su salud sufrió un quebranto del que ya no se recuperó, lo mismo que su economía, de forma que falleció pobre y casi olvidado en París tres años después.

Lo que resulta sorprendente es que su orientación sexual ahora no tendría demasiada importancia (iba a poner que ninguna, pero no creo que hayamos llegado todavía ahí), y sin embargo ciertos aspectos que fueron soslayados en su momento ahora supondrían una condena unánime. Lo que cambian las cosas.

En el juicio de 1895, se suavizaron o pasaron por alto varios testimonios bastante gráficos que daban cuenta de cómo Wilde y algunos amigos, principalmente Alfred Douglas, pagaban con dinero o regalos a muchachos adolescentes de clase baja para mantener relaciones sexuales con ellos. Y esto fue así principalmente porque en ese momento no había edad de consentimiento para las relaciones homosexuales; estaban prohibidas y punto, y por tanto la edad de los participantes era irrelevante para el tribunal. Pero hoy día las declaraciones de los implicados y de las doncellas de hotel que debían limpiar luego las habitaciones hubiesen sido demoledoras. Mucho me temo que el autor de una novela tan ambigua como El retrato de Dorian Grey no habría sufrido en la actualidad un destino muy diferente.