miércoles, 26 de diciembre de 2018

Lecturas 2018 (y III)

Sólo cinco lecturas en esta última tanda y, ya es casualidad, cinco decepciones (unas más, otras menos). Al final por tanto han sido sólo veinticinco libros leídos este año, y eso que para el final he escogido varios relativamente cortos. Qué le vamos a hacer, las cosas han venido dadas así.

Debería haber preparado una estadística de número de páginas total, géneros y demás, pero me da un palo enorme ponerme ahora con eso, así que me voy a limitar a enumerar los libros y más adelante, si acaso, haremos los cálculos y los añadiré aquí mismo. Recuerdo que por ahí andan la primera parte y la segunda de las lecturas de este año.

Los Goonies [🎥]
James Kahn (1985)
Duomo, 2018. 260 págs.

Novelización de la famosa película de aventuras juiveniles de los años 80. Qué puedo decir, es mala. Se limita a transponer todo lo que vemos en pantalla y encima adopta el estilo de un chaval de doce años, sin tener en cuenta que lo que puede funcionar en una peli (si es rápida y espectacular) no se sostiene en una trama escrita. Por si fuera poco, la traducción mantiene los cambios tontos del doblaje de la peli (como que Rossana sea italiana en lugar de mexicana).

La literatura fantástica y la fantasía [🎓]
Susana Camps Perarnau
Questio, 1989. 108 págs.

Hacía mucho que no leía ensayo, y ha caído este porque me gusta aprender de narrativa. Por desgracia es muy superficial y a menudo cae en una especie de romantización de la mitología frente a la ciencia, por no mencionar que casi habla más de arte que de literatura. Puede servir para consultar referencias sobre elementos de fantasía, pero en conjunto era mucho mejor El jardín crepuscular de John Clute.

La mosca, relatos del antimundo [🎥]
George Langelaan (1962)
Planeta, 2001. 155 págs.

No sabía que La mosca era un relato corto, pero así es, y esta antología recoge cuentos de ciencia ficción obra de Langelaan entre los años 50 y primeros 60. Son originales, pero muy intelectuales y demasiado fríos, un poco como ocurría con los de Pedrolo en Trayecto final. Para colmo el relato más largo no es de género y encima aburre bastante.

Chéri [🎥]
Sidone-Gabrielle Colette (1920)
DeBolsillo, 2010. 175 págs.

Es lo primero que leo de Colette, una autora a la que tenía ganas. Y no sé, es probable que me pierda muchas sutilezas de los diálogos, pero no ha acabado de atraparme. Me cuesta empatizar con cualquiera de los personajes, salvo quizá con Edmée, que no deja de ser una secundaria. Para todos los demás, la vida es demasiado fácil y superficial. Puede que quizá vaya de eso la novela, pero aun así echo de menos algo de intensidad.

Tu nombre envenena mis sueños [🎥]
Joaquín Leguina (1992)
Plaza y Janés, 1996. 245 págs.

Empieza bien, pero acaba resultando un tanto decepcionante. Literariamente no es gran cosa y como narración tampoco funciona, se dispersa mucho en aspectos que poco tienen que ver con la trama principal, la investigación de los crímenes, que apenas se explora durante la novela. La época en la que se desarrolla (posguerra inmediata al final de la guerra civil) es interesante, pero en ese mismo entorno creo que era mejor El embrujo de Shanghai de Marsé.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Antes de romper las reglas

No soy yo muy de frasecitas motivacionales. Y menos, como en este caso, cuando provienen de una campaña publicitaria (de un reloj de lujo, si no recuerdo mal). Pero es que por una vez es cierta, y a muchos se les olvida.

En la disciplina que sea, hay que gatear antes de andar. Y hay que dominar con soltura lo establecido antes de proponer innovaciones que quizá sean innecesarias o no lleven a ninguna parte.

Y en literatura también. ¿Quieres romper las reglas y quebrar la narrativa? Estupendo, pero que sea cuando ya hayas demostrado tu maestría siguiendo las guías establecidas durante siglos. Porque si no, lo más probable no es que seas un genio que no reconoce ataduras, como tú crees, sino un mindundi que no sabe manejar las herramientas de su oficio y se busca una excusa que suene bien para disimular.

Hale, ya lo he soltado y me he quedado tranquilo.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Finalista del Domingo Santos con «Que inventen ellos»

El sábado pasado se concedió en la Hispacon, como cada año, el premio Domingo Santos (precisamente apenas unas semanas después del fallecimiento del propio Domingo Santos, D.E.P), y resulta que mi relato Que inventen ellos ha quedado entre los cinco finalistas 😀.

Esta vez no ha podido ser como en 2013, cuando me llevé el premio, y la victoria ha sido para José Manuel Fernández Aguilera (¡felicidades!). Pero estoy igualmente orgulloso. Y como me apetece extenderme un poco más sobre el particular y de todos modos esto no lo lee casi nadie, os voy a contar lo que fue crear este relato de ciencia ficción «cercana».


Si el otro día comentaba que Partida inconclusa había surgido prácticamente a la primera, en el caso de Que inventen ellos la gestación fue, por el contrario, muy tortuosa. Para que os hagáis una idea, la primera vez que escribí esta historia me encontraba todavía en la universidad (buf). Era un relato extenso ambientado en una fiesta de adolescentes en un futuro indefinido donde pasaban muchas cosas y, aunque la idea de fondo era la misma, a la vez resultaba bastante confusa. Imagino que en ese momento tenía dentro demasiadas cosas que contar y me faltaba criterio para priorizar las importantes. Me parece que esa versión ya se ha perdido en la nada, por cierto; sólo quedaba una copia impresa que a saber ahora dónde para.

«La Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror -AEFCT- comunica que las obras que optan como finalistas al XXVII Premio de Relato 'Domingo Santos' 2018 son:

'La nota desafinada', presentado con el seudónimo Giuseppe Guarneri.

'La vieja mansión', presentado con el seudónimo Sergio Ñueto.

'Que inventen ellos', presentado con el seudónimo Loris.

'Somos empresa', presentado con el seudónimo Maquinista 7.

'Vacío', presentado con el seudónimo Natalia Smirnova».

Pasan los años (muchos, no preguntéis) y llegamos a principios de 2015, cuando releo la versión original y veo que no acaba de funcionar. Pero el caso es que como concepto me sigue gustando y creo que merece la pena volver a intentarlo. Así que reescribo el relato de cero, conservando a su protagonista pero trasladándolo a un instituto de educación secundaria (del futuro también, eso no cambia) para centrarme en la temática principal: el conocimiento científico y su rechazo por parte de la sociedad, y pongo como su contrapartida a una profesora. Es de esas historias que escribo a veces en las que la acción se basa en un intercambio de información entre dos personajes mediante diálogos, un poco como pasaba también en La voz de la razón y algunas otras más que no he publicado.

Este tipo de tramas resultan delicadas porque hay que reemplazar la acción y el movimiento con revelaciones y argumentaciones. Es complicado tanto para el autor como para los lectores, acostumbrados por lo general a narraciones más movidas y evidentes. Hay un punto en particular que suele presentarse, la revelación o anagnórisis, donde el protagonista comprende por fin la verdad que se ocultaba, y si eso no resulta creíble se derrumba toda la trama. Y a esta versión le pasaba eso: narrativamente podía valer, pero de repente y sin que se entendiera por qué en ese momento y no en otro, el chico hacía una deducción que explicaba todo el misterio. Es de esas cosas que en la vida real nos pasan de vez en cuando (que de pronto conectamos un par de hechos aparentemente aislados y todo cobra sentido) pero que en ficción no son admisibles por inverosímiles. De aquí viene eso de «la realidad siempre supera a la ficción», que se debe simplemente a que la realidad no necesita ser verosímil. Así que también aparqué esta segunda versión, no sin antes apuntar un par de ideas a vuelapluma de cómo se podría solventar el problema.

En este punto hacemos otro fast-forward y llegamos a finales de septiembre de 2018. Estaba aburrido una tarde y debí de pensar algo del tipo «pues este año estaría bien presentarse al Domingo Santos». No tenía ni idea de cuándo acababa el plazo, así que lo miré y, ups, faltaban como cuatro días. Imposible escribir un relato nuevo en ese plazo, así que eché un ojo a mi fondo de armario y me fijé en este por dos motivos: primero, la ambientación encajaba bien con la cifi clásica que suele valorarse en estos certámenes, y además esta vez la Hispacon se celebraba en Salamanca y el título del relato está tomado precisamente de una famosa cita de Unamuno, que fue rector de la Universidad de Salamanca. Era como una señal.

Repasé mis apuntes, lo vi claro y me puse a ello. Tuve que reescribir como un tercio del relato, quizá algo más, para meter sucesos que justificaran mucho mejor esa anagnórisis (¡la aparición de una tabla periódica es clave!) y la situación final de cada personaje. También lo corregí entero y depuré palabras repetidas, lo de siempre. Y el resultado me convenció, no era grandioso pero por fin aprovechaba bien la idea de partida y la explicaba adecuadamente. Mi lectora cero dio su visto bueno y la envié unos minutos antes de que concluyera el plazo.

Y ya veis, se coló entre los cinco finalistas. Es una pena que no haya ganado, aunque seguro que el vencedor lo merecía, no tanto por el premio en sí (que también) como porque difícilmente voy a poder publicar un relato así. Sólo le veo hueco en una antología de cifi tradicional, y eso actualmente está muy complicado. Pero bueno, se trata de ir sumando y quizá algún día tenga una propuesta sólida para buscar editor por mi cuenta.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Cecaelias

En la mitología son abundantes las razas medio humanas, con la otra mitad correspondiente a un animal diferente: centauros, minotauros, sátiros, nagas, etc. Y aunque no siempre, en varios casos notables la parte humana es principalmente femenina: sirenas, arpías, esfinges… De las criaturas que entrarían en esta última clasificación, una me parece muy curiosa por su relativa modernidad es la cecaelia o cecælia, según os guste juntar vocales. Se trata de una mujer con la parte inferior del cuerpo correspondiente a la de un pulpo o calamar (o a veces una masa de tentáculos sin estructura), y por lo general vive en un ambiente acuático por motivos obvios.

Sus orígenes no son fáciles de trazar (y, cosa extraña, casi todos los artículos que encontraréis en la red sobre este tema parten de un mismo texto sin identificar y explican más bien poco). Aunque evidentemente siempre hay antecesores, principalmente diversos grabados eróticos de Hokusai (Katsushika Hokusai, artista japonés de los siglos XVIII y XIX), su relativa popularidad moderna comienza a partir de Cilia, una breve historia gráfica aparecida en 1972 en la revista Vampus, con guión de Nicola Cuti y dibujo del español Félix Mas. En esta obra, que podéis leer en el enlace anterior, nuestra criatura (que se llama como el título) se presenta ella misma como «una cilofita», una clasificación que puede interpretarse como indicadora de que les crecen cilios, algo por lo demás evidente.

También existen referencias en antiguas leyendas de tribus indígenas de la zona costera de la Columbia Británica (Canadá) al «pueblo pulpo», gente solitaria y peligrosa, pero no violenta, que a veces apresa a los viajeros que se acercan demasiado al mar. Ahora bien, suele ser su pelo el que acaba en tentáculos, no sus piernas, y cabe señalar que en estas tradiciones también hay varones en esta misteriosa raza.

Evidentemente, el personaje de Úrsula de la versión cinematográfica que hizo Disney de La Sirenita (1989) puede encajar en este concepto y también ha contribuido a su popularidad. En la película Dagon, la secta del mar (2001) el personaje de Uxía Cambarro, interpretado por Macarena Gómez, era un profundo (¿o se dice profunda?) que en lugar de piernas tenía dos grandes tentáculos; hay quien dice que esto basta para considerarla cecaelia y conectar así a estas criaturas con los mitos lovecraftianos, tan tentaculares ellos, pero otros discrepan.

Dicho sea de paso, en principio no existe relación con el nombre de Cecilia, más allá de cierto homofonismo. Cecilia (lo mismo que Celia) proviene del latín caecus, que significa «ciego» (era el apellido de una importante familia patricia romana), mientras que cecaelia viene presumiblemenete de cilio, «orgánulo filiforme de algunas células que tiene función locomotora o excretora».

Empleo

Todo esto está muy bien (o no, según vuestros gustos), pero no aporta gran cosa de por sí. Narrativamente hay que plantearse qué ofrecen las cecaelias respecto a las sirenas, con las que comparten varios aspectos fundamentales (esencia femenina, seducción, amenaza acuática), que justifique su inclusión en una historia. Aunque las cecaelias son definidas a menudo como "brujas de mar" e invariablemente malvadas, la ficción existente no apoya ese planteamiento (en la propia historia seminal, Cilia era bondadosa), y si a eso vamos, las sirenas son casi siempre malignas o cuando menos peligrosas para quienes se dejan atrapar por sus encantos, por lo que en ese sentido poco ganamos.

Una opción simplista sería usarlos como otro monstruo cualesquiera, mismamente las cecaelias (machos y hembras) ya aparecen en los bestiarios de juegos de rol como Pathfinder, pero en mi opinión eso es terriblemente pobre. Creo que lo más interesante es aprovechar todos esos «fragmentos en blanco» de su mitología, debidos precisamente a su génesis moderna, para adaptar viejos mitos a conceptos actuales.

Esto es algo que ya se ve. Por ejemplo, en muchas obras de ficción (no profesionales la mayoría) las cecaelias se muestran más carnales, sexuales y directas que las sirenas (rayando a veces en el infame «tentacle-porn» del hentai). Que es, desde luego, un modo de acomodar leyendas previas a una mentalidad que ya no corresponde a la antigua.

Las cecaelias incluso podrían servir para dar una vuelta de tuerca a los propios Mitos de Cthulhu, como ya se ha mencionado antes, y sustituir a los profundos para hacerlos más humanos y darles un matiz erótico y seductor del que carecían en la literatura lovecraftiana original, como se ha hecho en otros subgéneros del terror con vampiros u hombres lobo (ojo con los puristas, que esto no les va a gustar).

A título personal nunca he usado una criatura así en mis relatos, como tampoco he usado una sirena. Creo que exigen una «suspensión de la incredulidad» superior a lo que me es habitual porque ¿cómo van a mezclarse un humano y un pulpo o un pez? Habría que buscar alguna justificación, aunque fuese peregrina. ¿Mutación, experimentos genéticos, o podría bastar con mantener el misterio de su naturaleza?

lunes, 22 de octubre de 2018

Partida inconclusa

Acaba de salir publicado Calabazas en el Trastero: Juegos, una antología de terror fosco de la editorial Saco de Huesos que incluye uno de mis relatos: Partida inconclusa.

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Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que participé en un Calabazas (concretamente unos dos años y medio, cuando Fiesta Pagana apareció en el número dedicado a las máscaras), y de hecho casi daba por cerrada esa etapa. Realmente no tenía demasiadas esperanzas depositadas en este relato, no porque me parezca malo (o no lo habría presentado), sino porque realmente no es de terror, ni siquiera considerando una definición tan amplia como suele ser la del terror fosco. Es una historia de misterio si se quiere, o de intriga más bien, y carece de elementos sobrenaturales.

Esto último no es tan raro, otros relatos que logré colar en los Calabazas, como Arúspice o Hasta que no ocurre una desgracia, también eran completamente mundanos (y este último hasta se llevó el Nosferatu). Pero es que Partida inconclusa va de ajedrez, y estoy convencido de que se presentaron a la convocatoria tropecientos relatos sobre ese tema. ¿Qué juego posee mayor simbolismo que el milenario enfrentamiento del monarca blanco contra el negro? Iba a ponerme a citar referencias, pero hay tantas que se me quedaría pequeño el blog.

Por tanto, si envié Partida inconclusa fue por probar suerte y porque el propio relato no existiría de no ser por esta convocatoria. Lo escribí en dos o tres tardes; por lo general me cuesta mucho parir un cuento, pero no en esta ocasión. Surgió cuando estaba charlando con una persona muy querida sobre este mismo Calabazas y lo supuestamente complicado que era crear una historia interesante sobre el ajedrez, y aseveré que no estaba de acuerdo.

Recordé que había leído hacía poco la historia de Mir Sultan Khan, uno de los jugadores más sorprendentes de comienzos del siglo XX, y a partir de ahí sólo había que añadir algunas invenciones sobre una partida por terminar, un duelo por una mujer, el entorno de los bombardeos nazis sobre Londres durante la Segunda Guerra Mundial (que ayuda a darle una dimensión trascendente), y añadir a la mezcla la teoría del análisis retrospectivo, que descubrí hace muchos años en un librito del gran Raymond Smullyan llamado Juegos y problemas de ajedrez para Sherlock Holmes. Et voilà, estaba hecho; en un par de minutos salió toda la trama.

Y una vez lo veía en mi cabeza, evidentemente debía escribirlo; de lo contrario la musa no me lo perdonaría. El premio ha sido que encima aparezca publicado.

Espero que os guste si lo leéis. E incluso aunque así no fuera, os recomiendo que le echéis un ojo tanto a la curiosa historia de Sultan Khan (en el enlace de arriba, por ejemplo), un auténtico genio innato del ajedrez empujado a un mundo que no era el suyo, como a los siempre interesantes problemas lógicos de Smullyan, del que ya he hablado aquí en alguna ocasión (por ejemplo en el artículo sobre la película Dentro del laberinto). Leer ficción está muy bien, por supuesto, pero estimular las facultades mentales siempre enriquece. Y quién sabe, puede que después la musa también os bendiga con su gracia .

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P.S.: Acabo de fijarme en que los Calabazas han sufrido algunos ajustes de precio, pasan de siete a nueve euros. Me parece que es porque la portada trae ahora solapilla, qué le vamos a hacer.

Calabazas en el Trastero XXVII: Juegos
Varios autores.
Saco de Huesos, 2018. 194 págs, 9€.

Trece relatos de terror fosco, esta vez con la temática común de los juegos en su sentido más amplio.

martes, 9 de octubre de 2018

Lecturas 2018 (II)

El año prosigue, atípico y triste como era de prever, y con él mis lecturas. Toca añadir diez libros más a la lista iniciada en mayo, y aunque al principio pretendía dar al conjunto cierta homogeneidad, al final ha sido el cajón de sastre de siempre y está todo mezclado: obras clásicas con chorradas de pasar el rato (o ni eso), y ya de paso avances en un par de sagas que tenía atascadas.

La parte positiva es que he logrado reducir un poco la pila de libros pendientes (a costa de no comprar casi ningún libro nuevo, claro), por lo que espero que de aquí en adelante pueda recuperar el control de mis propias lecturas y enderezar el rumbo hacia algún destino (ya veremos cuál).

Y sin más preámbulo van las diez de esta tanda:

1984 [🎥]
George Orwell (1948)
DeBolsillo, 2013. 350 págs.

Si hay que decir que es una puta obra maestra, se dice y ya está. Es una vergüenza que no lo haya leído hasta ahora. Lo curioso es que hasta hace relativamente poco pensaba que otras distopías como Un mundo feliz tenían mucha más vigencia en la actualidad, pero de un tiempo a esta parte parece que vayamos de cabeza a la sociedad del Gran Hermano, con su doblepiensa y su neolengua para ocultar la realidad evidente. Da miedo, la verdad.

El profesor Gárgola [🐙]
Charles Gilman (2012)
Bruño, 2013. 176 págs.

Pensaba que iba a ser pésimo, y es simplemente malillo. Mezcla literatura juvenil con detalles lovecraftianos, pero su mayor pega es que todo ocurre demasiado rápido, y uno no llega a relacionarse bien con los personajes ni los sucesos que viven (que son también simplones). Falta de ambición. Con decir que el efecto óptico de la portada es lo más interesante del libro…

The Ballad of Black Tom [💻🇬🇧🐙]
Victor Lavalle
Tor, 2016. 152 págs.

Ha sido una lectura un poco rara porque empecé con la edición física en castellano pero al final me puse con el e-book en inglés. Pero eso no es importante, el caso es que es una novela corta original, con un enfoque novedoso (es una especie de reinterpretación del relato de H.P. Lovecraft The Horror at Red Hook). Aunque está bien, a mí me ha sabido a poco, me hubiese gustado que fuese más extenso y explicara con más detalle todo lo que está pasando en la vida de Thomas Tester.

Las hermanas viperinas [🐙]
Charles Gilman (2013)
Bruño, 2014. 188 págs.

Pues es peor que el primero, que ya es decir… No le he puesto sólo una estrellita porque el final es ingenioso y reservo esa puntuación para auténticas aberraciones, pero es una novelita muy floja incluso considerándola juvenil, que ni siquiera mantiene la emoción y el relativo misterio de la que dio inicio a la saga. Yo me bajo aquí.

Delusion's Master [🇬🇧]
Tanith Lee (1981)
DAW, 2017. 258 págs.

Sigo con la saga de la Tierra Plana con este tercer volumen, más ligero que el segundo y argumentalmente mucho más sencillo. Aquí se centra en la locura, aunque es un elemento que ya estaba presente en tomos anteriores y al final tampoco tiene demasiada relevancia. Parece de transición hacia el cuarto libro.

Harry Potter y el misterio del príncipe [🎥]
J.K. Rowling (2005)
Salamandra, 2011. 602 págs.

Tenia muy aparcada la saga de Harry Potter, pero me dije que no podía quedarme en el quinto después de haber llegado tan lejos y, total, el verano es buena época para ponerse con ese tipo de libros.

¿Qué puedo decir de esta sexta parte? Pues que es flojita y en su mayor parte aburrida, salvo por capítulos puntuales y, como siempre, un final potente que por fin marca hechos irreversibles.

Lo raro es vivir
Carmen Martín Gaite (1996)
Círculo de Lectores, 1996. 253 págs.

Difícil, muy difícil de valorar. Es lo primero que leo de Martín Gaite y no sé cómo de representativo es, pero tiene un estilo muy peculiar, culto y profano a la vez, que a veces funciona y otras canta a irreal. Narrativamente es un desastre, eso está claro (se prometen misterios que nunca se desarrollan y podrías barajar los capítulos o quitar unos cuantos y no se notaría) pero hay muchos párrafos magníficos, muchas metáforas originales y certeras. Ya digo, una lectura ágil pero una digestión complicada.

Psicosis [🎥]
Robert Bloch (1959)
La Factoría de Ideas, 2010. 183 págs.

Aprovechando que acababa de revisionar la peli de Hitchcock y tenía el libro por ahí, decidí leerlo para comprobar qué diferencias había. La trama es esencialmente la misma, aunque el orden de las escenas y el punto de vista varía (aquí empezamos con el día a día de Bates y del robo de la chica nos enteramos más adelante, por ejemplo). Y el bueno de Norman es descrito todo el rato como gordo, nada similar a Anthony Perkins ☺️. Por lo demás, una novelilla amena, de pasar el rato.

Harry Potter y las reliquias de la muerte [🎥]
J.K. Rowling (2007)
Salamandra, 2011. 640 págs.

Ya que había llegado al sexto, no iba a dejar pendiente el último libro. Es más intenso que los anteriores y culmina la saga, cosas muy positivas. Por otro lado, es un poco de chiste en en la séptima parte siga sacándose cosas de la manga (¿«reliquias de la Muerte»?, venga ya). Pero bueno, al menos ha terminado, cosas que otros autores no saben hacer.

Ceremonias macabras [🐙]
T.E.D. Klein (1984)
Martínez Roca, 1987. 459 págs.

Novela de terror inspirada en un relato de Machen, pero mucho más explícita, sobre el mal (sobrenatural) que acecha en una comunidad religiosa aislada de Nueva Jersey. Se hace densa y avanza lentamente, pero en conjunto mi impresión es satisfactoria, sobre todo si te gusta el horror cósmico, pese a un final un tanto decepcionante. Que se desarrolle en los años 80 (cuando fue escrita) le añade un matiz simpático.

lunes, 13 de agosto de 2018

Iluminación medieval

Un momento, por favor. Sí, aquí, gracias. Ejem. Soy consciente de que este artículo es muy esquemático y puede contener errores; he encontrado unas anotaciones que hice en su momento para una cosilla y me he dicho «antes de que se pierdan, vamos a organizarlas un poco y subirlas por si le son útiles a alguien». Me reservo el derecho a ampliarlo / corregirlo cuando se tercie.


Antes de la invención de la luz eléctrica, la iluminación artificial fue un auténtico problema, aún más en una fase de recursos limitados como el medievo. Esto influye en el ritmo de la vida, ya que aprovechar las horas de luz natural es imperioso (aquello de levantarse cuando canta el gallo) y deja la noche como tiempo de recogimiento y descanso (y peligro, por supuesto).

La iluminación básica son las velas, y las hay de sebo y de cera de abeja. Las de sebo (de cordero o buey) son accesibles, pero arden mal (sueltan humo, chisporrotean ocasionalmente); en cambio las de cera arden con una llama constante, echan poco humo y huelen bien, pero son artículos de lujo que pocos pueden permitirse. En ambos tipos, para que la vela arda bien hay que ir recortando la mecha (o pábilo) ya consumida, que se fabrica de carrizo, esparto o algodón.

Las velas se hacen a mano mediante un largo proceso (ser velero es una profesión), y nunca tienen una forma cilíndrica lisa. Pueden llegar a ser bastante grandes, como las hachas (generalmente cuadrangulares), los cirios o los blandones.

Para sostener las velas existe una amplia variedad de utensilios, algunos de los cuales también permiten trasladarlas con relativa comodidad de una sala a otra. Son conocidos en general como candeleros; si tienen varios brazos pueden llamarse candelabros, y cuando están pensados para un tipo específico de vela tenemos el hachero, el blandón, etc. La típica palmatoria es la versión sencilla para una sola vela pequeña que solía usarse en el dormitorio.

Otra fuente de iluminación usada desde la antigüedad son las lámparas de aceite o candiles. La mecha (vegetal como en las velas o de pelo animal) se enrolla y se empapa en el aceite guardado en un recipiente interior (candileja), atraviesa un tubo y asoma por el otro extremo, que es el que se prende. También hay que ir tirando de tanto en tanto de la mecha y recortar la parte ya consumida.

Como combustible se solía usar aceite de oliva, pero también de pescado, de frutos secos, grasa animal e incluso petróleo sin refinar. El contenedor suele estar hecho de metal o arcilla. Obviamente el peligro de incendio es mayor que con las velas, aunque algunos grandes candiles colgados mediante cadenas iluminaban amplios espacios públicos, y el tiempo de preparación de un candil siempre es menor (basta rellenar la candileja).

Para proteger velas y candiles a la intemperie existen los faroles, generalmente con un entramado de metal o madera que guarda la llama del viento pero que (idealmente) proporciona suficiente oxígeno como para que siga ardiendo, a menudo con una parte móvil para sacar y meter la luminaria. No es que den mucha luz. El vidrio es tosco y grueso en esta época, y encima se cubre del hollín de la llama, así que rara vez se emplea en un farol y en ese caso oculta bastante su luz.

La forma más primitiva de iluminación son las antorchas, un palo de madera o un hatillo cuyo extremo está impregnado de resina o brea (a veces es un paño o tira de estopa el que se empapa y luego se rodea con él la madera). Opción espectacular: cuando el material es azufre y cal, el fuego no se extingue al sumergirlo en agua, algo ya conocido en tiempo de los romanos.

Y aunque también iluminaban un poco, el principal cometido de las chimeneas era calentar (además el hogar solía estar bajo y la luz que arrojaba era muy poco útil para trabajar o cocinar). Dicho sea de paso, las chimeneas caldean mucho a corta distancia pero muy poco en cuanto te alejas. En los castillos eran muchos los hogares prendidos simultáneamente, y en casas más humildes solían hacerse en el centro de la estancia para aprovecharla mejor.

En cuanto al alumbrado público, hasta ya bien entrado el siglo XV es prácticamente inexistente salvo en lugares y periodos de especial riqueza. Cuando hay, a menudo son los inquilinos de cada casa o cada calle los responsables de mantenerla iluminada, cosa que rara vez se cumple salvo locales que busquen atraer clientes. Los pajes de hacha eran muchachos que a cambio de una moneda iluminaban el camino a los viandantes, si bien a menudo se aliaban con criminales para conducir a sus clientes a una emboscada.

sábado, 28 de julio de 2018

Cuentos de la Tierra Plana (I)

Cuando yo era un chaval, me cambió la vida descubrir los libros de la colección Fantasy de Martínez Roca (dirigida por Alejo Cuervo), que para mí ha sido la más influyente de cuantas se hayan publicado en España de este género. Prácticamente todos sus números merecían la pena, y gracias a ella conocí clásicos como las aventuras de Fafhrd y el Ratonero Gris de Fritz Leiber, la saga de Elric de Melniboné de Michael Moorcock o las propias Crónicas de Prydain de Lloyd Alexander (justo es decir que la editorial Ultramar también sacó muchas cosas interesantes en sus Grandes Éxitos Bolsillo, pero esa colección era mucho más extensa y la media se resiente).

Dentro de Fantasy se publicaron dos tomos de la escritora británica Tanith Lee: el que abría precisamente la colección, Volkhavaar, y más adelante El Señor de la Noche. Este último pertenece a la saga Cuentos de la Tierra Plana (Tales from the Flat Earth), principal obra de su autora y que por desgracia nunca más se ha proseguido en castellano. Y ya adivináis de qué pienso hablaros hoy.

La serie se llama así porque, bueno, la tierra donde se desarrolla es plana. Los dioses están en el cielo, los demonios bajo el suelo y, entre medias, los humanos soportando a unos y otros. Está muy inspirada en Las mil y una noches, con ciertas dosis de orientalismo y, si no me equivoco, claras influencias de la también admirable saga de La Tierra Moribunda de Jack Vance. Comprende novelas y relatos cortos interconectados que en ocasiones recuperan personajes previos, y donde Lee explora a fondo (pero muy a fondo, ojo) temáticas como la maldad, la sensualidad y los giros del destino. A pesar de esa influencia clásica, la saga se engloba claramente dentro de la edad de oro que a mi entender vivió la literatura fantástica de finales de los años 70 y primeros 80.

Aparte de su prosa refinada y la creatividad de que hace gala, una de las cosas que más me atrae de estos cuentos es cómo la autora se permite narrar sucesos terribles o extremos sin que al lector le resulten chocantes, gracias a su elegancia (para que os hagáis una idea, en el primer libro un enano mantiene relaciones sexuales explícitas con una araña gigante, y toda la escena queda hasta simpática). Otro aspecto que me seduce especialmente es la ambivalencia que muestra entre el bien y el mal: es muy típico que el héroe (o heroína) de un cuento pase a ser el malvado antagonista del siguiente, mostrando cómo corrompe el poder y la ambición, pero sin caer nunca en esas lecciones moralizantes que personalmente odio.

La propia carrera literaria de Tanith Lee me resulta interesante de por sí, en especial las crecientes dificultades que tuvo para hallar editorial por culpa de su estilo «pasado de moda», incluso después de haber logrado grandes premios con sus relatos y novelas (sólo con esta saga obtuvo el British Fantasy Award en 1980 y dos nominaciones al World Fantasy Award). Hay varias entrevistas por la red donde habla de esto y de su eterno vagar por editoriales de segunda fila, gozando sólo ocasionalmente de buenas ventas. Por desgracia, Lee falleció en 2015 a causa de un cáncer de pecho.

Para el análisis de los libros me voy a basar en la reciente edición de bolsillo que ha sacado Daw Books (2016 - 2017), que es accesible, barata y visualmente muy atractiva (con portadas de Bastien Lecouffe Deharme), aunque evidentemente hubo varias más con anterioridad.

Night's Master (1978)

Este es el único tomo que ha salido en español, con el título ya mencionado de El Señor de la Noche (1986) y una preciosa portada de Rowena Morrill que podéis ver al comienzo de este artículo.

El personaje que da título al libro es el archidemonio Azhrarn, señor del inframundo y cuyo único entretenimiento consiste en traer desgracia sobre los reinos de los mortales y jugar con sus sueños y esperanzas; un ser amoral, voluble y caprichoso (me recuerda un poco, por cierto, a Arioch, el Señor del Caos patrón de Elric). Aunque el hilo conductor son las crueles «travesuras» (por llamarlas de algún modo) de Azhrarn, este no adquiere verdadero protagonismo hasta la porción final. La estructura toma la forma de pequeños relatos interconectados, divididos en dieciocho segmentos (como si fueran capítulos) y surgidos de las (nefastas) interacciones de los seres humanos con el señor de la noche.

Me pregunto si el motivo de que Martínez Roca no siguiera publicando la serie se debió a bajas ventas de este libro (lo cual demostraría nuevamente lo injusto del mercado editorial, porque es excelente y se lee en un suspiro) o por las dificultades de emprender la edición de los siguientes.

Night's Master, Tanith Lee.
DAW Books, 2016. 256 págs. 7.20$.

Death's Master (1979)

El segundo tomo de la serie ganó el premio British Fantasy Award a la mejor novela en 1980, y varía su estructura respecto al anterior. En lugar de relatos sueltos hilados, es verdaderamente una novela con su hilo principal (más o menos), y en ella se anidan ciertas tramas colaterales. En realidad no hay una historia clara y, de haberla, aparece y desaparece como el Guadiana, cosa que perjudica el conjunto. Me atrevería a asegurar que son las historias secundarias las más interesantes y donde la autora se mueve con más libertad.

El título hace referencia a Lord Uhlume, la encarnación de la muerte (masculina en este mundo), que como personaje es un poco soso, la verdad. La aparente protagonista del principio pronto pasa a un segundo plano y cede el testigo a su hijo hermafrodita y al accidental compañero de juegos de este, en una historia ciertamente triste y cruel que acaba resultando demasiado extensa para su propio bien.

Aunque esta edición alcanza algo más de cuatrocientas páginas, la fuente usada es menor y el texto puede tener fácilmente el doble de palabras que el primer libro. Y me temo que el estilo florido e ingenioso de Lee sufre en una distancia tan larga, lo que no impide que el libro contenga algunos capítulos excelentes. Digamos que si superáis este, ya tenéis la saga en el bote.

Death's Master, Tanith Lee.
DAW Books, 2016. 416 págs. 8.00$.

Hasta aquí por hoy. Seguiremos en un próximo artículo con el resto de la saga de la Tierra Plana, pero tened paciencia porque al ritmo que voy tardará bastante en estar listo (ya sabéis que tengo el blog prácticamente en stand-by, y la vida tres cuartos de lo mismo). En total son cinco tomos oficiales, más unos cuantos relatos sueltos que Lee publicó en años posteriores en diversas antologías colectivas y que a su muerte quedaron por recopilar debidamente (y que hoy día son prácticamente imposibles de conseguir).

Por supuesto, si os interesa este tipo de literatura imaginativa y atrevida (tan difícil de encontrar hoy día en que todo el mundo se ofende por cualquier chorrada), os recomiendo no esperar más y adquirir al menos Night's Master. No os voy a engañar, la prosa de Lee es rica en matices y términos poco usuales, y por tanto requiere un conocimiento avanzado de la lengua inglesa para ser disfrutada debidamente (e incluso así hay que ir echando ocasionalmente mano del diccionario), pero creo que el esfuerzo merece la pena. En cuanto al resto de su producción, ha salido hace poco una antología recopilatoria, Tanith By Choice, con sus relatos más significativos.

viernes, 6 de julio de 2018

El tres, número sagrado

Permitidme hoy que me ponga esotérico (ommm 🧘‍♂️) y hable de uno de esos temas que a mí me encantan y al resto del mundo le parecen una chorrada. En este caso, la importancia del número tres en la narrativa occidental y por qué hay que tenerlo en cuenta al escribir. A ver si lo logro sin que me toméis por loco.

Lo que llamamos "civilización occidental" está formado principalmente por los descendientes de la expansión indoeuropea que, se cree, tuvo lugar a comienzos de la Edad de Bronce o finales de la del Cobre. Esto se ve con mayor claridad en los idiomas de raíz indoeuropea que se siguen usando en Eurasia (y en épocas modernas también en América). Dicho sea de paso, las reconstrucciones del idioma protoindoeuropeo son auténticamente fascinantes, echadles un vistazo si podéis. Pero evidentemente una cultura no es sólo su idioma, aunque sea este un aspecto importante. Hay una estructura social, una religión, una serie de valores asumidos por el común de sus integrantes.

Podemos pensar que estamos desconectados de nuestro pasado remoto, pero eso dista mucho de la realidad. Sin entrar en idas de olla jungianas o en conceptos de memoria racial, lo cierto es que todo el mundo hereda sin darse cuenta un importante bagaje moral y conductual de la cultura en la que se cría. Las historias que nos contamos, por ejemplo, no surgen de la nada, sino que siempre se basan o inspiran en ideas y conceptos previos, y siguen estructuras predeterminadas, aunque sólo sea porque es lo que estamos acostumbrados a disfrutar. En muchos sentidos, seguimos siendo descendientes de esos primeros pueblos ganaderos que salieron de las estepas del Volga a ver qué había por ahí.

Lo que todo este prólogo (tan somero y rudimentario) pretendía transmitir es que la esencia indoeuropea impregna aún hoy buena parte del mundo moderno, y por mímesis cultural dominante incluso a países o regiones cuyas poblaciones no son de origen indoeuropeo, pero que durante su desarrollo literario o político se han visto fuertemente influidas por otras que sí.

Ahora bien, y aquí llegamos al meollo del asunto, para los indoeuropeos el tres era un número muy importante. ¿Cuánto? Pues aquí sí hay teorías para todos los gustos. La hipótesis trifuncional le otorgaba un papel sagrado, derivado de la división social primitiva en tres castas (guerreros, sacerdotes y campesinos) pero ha caído en el descrédito. El problema de fondo es que el tres (como otros números bajos) puede ser hallado en casi todo si te empeñas, desde un triángulo a un mono de tres cabezas. Incluso puede que esa «trifilia» fuese incluso anterior a la expansión indoeuropea, que estuviera ya presente en la Europa Antigua y ellos simplemente la esparcieran por medio mundo.

Lo que sí es cierto es que estos pueblos antiguos sentían debilidad por el número tres, al que se consideraba perfecto. Podéis encontrar ejemplos en las abundantes tríadas de dioses (y sobre todo diosas), tanto en Europa como en la India, conceptos que luego permearon las nuevas religiones (trinidad, tres reyes magos, cielo / tierra / infierno, etc.), de un modo similar a lo que en las culturas orientales supone el número dos (ying / yang, los tipos de líneas del I Ching…). Si os fijáis, por poner un ejemplo, las religiones y herejías que llegaban a Occidente en la Edad Media eran casi siempre dualistas porque se originaban en Oriente o en contacto con sus ideas.

Pero no me voy a ir por ahí, que me viene grande. Lo importante aquí es que hemos crecido en un entorno en que se nos ha transmitido que «el tres mola», aunque nunca se plantee explícitamente. Desde la sabiduría popular (a la tercera va la vencida, no hay dos sin tres), los chistes (que son más antiguos de lo que pensáis y suelen tener tres personajes o estar separados en tres partes) a las trilogías que tan de moda están hoy día. O conceptos tan aparentemente básicos como dividir el tiempo en presente, pasado y futuro (que a su vez influye en las formas verbales) o la vida en joven, adulto y anciano (o tercera edad, qué nombre tan casual). ¿Pensáis que estoy zumbado? Pues sí, pero esto que digo es cierto. Probadlo si no me creéis: lo que se divida claramente en tres partes transmite mayor satisfacción. Es hasta mental, sonoro: un tic-tac no está acabado, viene otro detrás, pero un pin-pan-pun es un todo cerrado.

¿Y todo esto para llegar adónde? Pues a la narrativa, por supuesto. Las historias son una parte fundamental del legado cultural común, no sólo en lo que cuentan sino, sobre todo, en la forma en que lo hacen; de hecho es más sencillo cambiar lo primero que lo segundo. Crear una historia que subvierta lo aceptado hasta entonces es difícil, pero inventarse una estructura narrativa nueva que satisfaga al lector… Prácticamente imposible.

Si uno busca las manifestaciones más antiguas y puras de la narrativa, conviene irse a lo que llamamos «cuentos de hadas», que son restos de historias populares arcaicas que no eran en absoluto para niños y que, hasta tiempos muy recientes, fueron adaptadas y transmitidas al margen de la «literatura culta» de gestas y sagas. Y por favor, no me hagáis deciros en cuántos cuentos de hadas se presentan las criaturas en tríos o los sucesos por triplicado, porque me pasaría aquí el día. Dejémoslo en que es un aspecto fundamental e incluso obvio.

Pero en principio nosotros no vamos a escribir cuentos de hadas, ¿verdad? De acuerdo, vamos entonces a los fundamentos subyacentes. Desde tiempos de Aristóteles (que básicamente se dedicó a recopilar y refinar los conocimientos que se tenían en su época) el arco narrativo se divide en planteamiento, nudo y desenlace. Oh, tres partes, ¿de qué me suena ese número? Aparte de que es una estructura razonable, es la que estamos acostumbrados a buscar, nos transmite sensación de completitud. Cierto que el teatro clásico solía dividirse en cinco actos, pero el primero era el que presentaba la situación (planteamiento), los tres siguientes la desarrollaban (nudo) y el último contenía el clímax (desenlace). Funcionalmente son tres actos y punto.

Lo que digo con todo esto es que os olvidéis de reinventar la rueda. Si la división en tres partes era lo bastante buena para los griegos, ¡por Zeus que ha de serlo para nosotros! Y que cuando os pongáis a trazar el esquema de una narración, ya sea un relato corto o una n-logía de tropecientas mil páginas, estructuradlo con esas tres secciones bien definidas (aunque luego en el texto se diluya la transición de una a otra). Es más, si cada parte es demasiado extensa de por sí, probad a subdividirla a su vez en tres partes, para que el cerebro del lector encuentre un armazón reconocible al que pueda agarrarse al hacerse su composición de lugar.

Resulta muy tentador prescindir del nudo, que parece lo secundario y casi hasta irrelevante, pero aunque podáis escribir algo así (y sí que se puede), va a cojear y muchas veces costará identificar por qué. Simplemente se nota que algo falla, que no hay un ritmo sólido en la narración o que todo sucede muy bruscamente, sin que llegue a calar al lector. Otro enfoque, típico de algunas novelas de ciencia-ficción, es diluir el planteamiento. Como no te explican nada del mundo y la sociedad en que ocurre todo, para cuando más o menos te haces una idea ya estás en el nudo. Y así se corre el riesgo de que al lector le dé igual todo por no haber conectado con la historia en el momento adecuado (a mí me pasa, por eso es un género que ya apenas visito).

Pero (y todo esto no deja de ser mi opinión personal, pero al fin y al cabo este blog es mío) no sólo conviene tener en cuenta la «regla de tres» en la estructura narrativa, sino en general al plantear la historia. ¿Cuántos intentos necesita el héroe para triunfar? Tres es una buena cantidad, ni tan pocos que parezca fácil ni tantos que resulte repetitivo. ¿Cuántos bandos hay en liza? Pueden ser dos, pero es demasiado simple, ¿qué tal añadir otro y que no se sepa bien hacia dónde cae su lealtad? Y si entre los dos amantes no se opusiera una tercera fuerza, ¿qué mérito tendría su romance? Incluso en situaciones que son claramente cosa de dos, como por ejemplo un diálogo, he descubierto que está muy bien estructurarlo en tres partes, con sus planteamientos iniciales, su desarrollo y unas conclusiones finales, para que no resulte un parloteo sin sentido.

Podría poner muchas más situaciones para convenceros, pero creo que la idea ya ha quedado lo bastante clara y el artículo demasiado extenso. Recordad, hacer las cosas con el tres en mente cuenta con el favor de los dioses; vuestros ancestros lo sabían bien, así que no os paséis de listos .

jueves, 14 de junio de 2018

Hueco (microcuento)

Estaba buscando otra cosa entre mis documentos y ha aparecido este micro que perpetré hace un tiempo y que casi ya no recordaba. Suele pasarme. Me ha gustado al releerlo; faltaba pulirlo un poco (y quizá aún le sobre alguna cosilla) pero tenía sustancia. O vacío, quién sabe.

Se divide en dos segmentos de unas 170 palabras cada uno, para un total de 345. Espero que os guste.

Hueco

Cuando ella le abandonó, dejó un hueco en su vida que nada pudo rellenar.

Al principio lo notaba en detalles sueltos: la huella de su cuerpo en el colchón, el olor de su perfume al entrar en el cuarto de baño, pequeños recuerdos de su presencia que se resistían a desaparecer. Si hubiese olvidado, si no la hubiera querido tanto, se habrían esfumado como ella. Pero no era así.

Fue entonces cuando comenzó a darse cuenta de que el hueco que ella había dejado en su vida había cobrado vida, existía por sí mismo. Le besaba antes de que se fuera al trabajo, le revolvía los papeles cuando él estaba ceñudo, le abrazaba en las tardes lluviosas de otoño, tomando calor de su cuerpo. Nada había podido rellenar ese vacío y ahora era un ente hecho de nada. Aprendió a reconocerlo: una leve sombra de día, un tenue resplandor a oscuras, un jadeo bajo las sábanas cuando hacían el amor. Nunca le habló, pues sabía que cuando se es feliz no conviene hacer preguntas.


Ella no encontraba su hueco. Desde que le había abandonado parecía estar de sobra en todas partes y no encajaba en su nueva vida. Si se hubiese ido poco a poco, como era su intención, nada de eso habría ocurrido. Dejar de prestarle atención, responder con monosílabos, permitir que su espíritu fuera el primero en alejarse de la relación para seguirlo después con su cuerpo. Pero lo quería demasiado para hacer eso, debía marcharse en un suspiro o nunca lograría dar el paso, y por eso había dejado tras de sí su hueco. El hueco que nada había rellenado.

Cuando por fin regresó no fue para verle a él, sino para encontrar su hueco. Allí estaba, como un negativo de sí misma hecho de nada. Cuando se tocaron, hubo un destello y en instante ambas se habían evaporado. No quedaba rastro de su pasada existencia, nadie las recordaba. Ni tan siquiera él, que se preguntaba por qué notaba que le faltaba algo, si no había ningún hueco en su vida.

Y eso es todo. Por cierto, otro microrrelato basado en tomar literalmente expresiones hechas era En el país de los ciegos, lo digo por si os apetece echarle un ojo (o los dos).

jueves, 24 de mayo de 2018

Lecturas 2018 (I)

Pues resulta que este año también he ido haciendo registro de mis lecturas (las del año pasado están divididas en los siguientes artículos: [1], [2] y [3]). Siguiendo la tradición, aquí recojo las diez primeras de 2018.

Por diversas circunstancias personales, este año el ritmo de lectura se ha visto reducido respecto al periodo anterior. Es una lástima pero seguramente sea una constante de aquí en adelante, es lo que hay. En cuanto a los libros en sí, por ahora ha habido un poco de todo, incluyendo varias decepciones en lo que consideraba de antemano caballos ganadores. Y como siempre ocurre, se me han colado unos cuantos que no tenía previstos y he tenido que dejar otros para más adelante. Vamos con todos ellos:

El corazón es un cazador solitario [📚]
Carson McCullers (1940)
Seix Barral, 2001. 380 págs.

Es una lástima, pero la primera y más famosa novela de McCullers, escrita con apenas 23 años, es lo que menos me ha convencido de lo que llevo leído de esta autora. Se trata de una novela coral que recuerda a Manhattan Transfer, con un estilo demasiado similar al resto de su obra. De hecho uno de los personajes principales, Mick, es tal cual el mismo de la protagonista de Frankie y la boda. Que entiendo que uno siempre escribe sobre sus experiencias, pero variar un poco no mata.

Quizá al haberme aproximado a la obra de McCullers en sentido cronológicamente inverso he degustado primero lo mejor de su creación. Decididamente mejoró con la edad.

Los relojes [📚 🎥]
Agatha Christie (1963)
Ed. Molino, 1979. 272 págs.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que leí a Christie; el caso es que vi un fragmento de la adaptación al cine de esta novela y me picó la curiosidad. Pertenece a la etapa tardía de la autora inglesa y también queda muy lejos en calidad de su mejor época. Aun así es entretenida, porque Christie es incapaz de aburrir, pero se debería haber exigido mucho más. Abunda la paja, los personajes de diálogos inverosímiles y al final hay una triple casualidad de esas que no se cree uno ni borracho.

La jungla de asfalto [🎥]
W.R. Burnett (1949)
RBA, 2012. 286 págs.

Regreso un tanto decepcionante a la novela negra clásica. Los personajes son demasiado blandos, poco creíbles para un entorno de los bajos fondos supuestamente despiadado. Cierto que a partir del «golpe» en sí la cosa se anima, y hacia el final hay varios capítulos rotundos, pero ya es demasiado tarde para arreglar el conjunto. Por una vez la película es mejor que el libro, pero es que con John Huston de director raro hubiese sido lo contrario.

El Señor de la Noche []
Tanith Lee (1978)
Martínez Roca, 1986. 211 págs.

Tengo pensado hablar de este libro en un futuro artículo dedicado a los Cuentos de la Tierra Plana, y lo único que puedo criticarle aquí es resultar un tanto repetitivo en determinados momentos. Aun así es una lectura magnífica incluso después de todos estos años, y una estupenda puerta de entrada a esta autora y su particular estilo dentro de la literatura fantástica.

Naomi
Junichirō Tanizaki (1924)
DeBolsillo, 2012. 264 págs.

Curiosa novela que narra de forma directa y sencilla la relación entre un joven ingeniero y una muchacha de extracción humilde, entre los que se establece una inesperada relación de erotismo y dominación.

Publicada originalmente por entregas, en su momento supuso un escándalo en Japón por su ruptura con las buenas costumbres. De hecho influyó en la aparición de las mogas (como flappers japonesas de los años 20), término del que esta misma novela fue fundadora. Os pongo el enlace a una portada muy curiosa.

Death's Master [🇬🇧]
Tanith Lee (1979)
DAW, 2016. 408 págs.

Más Tanith Lee, segundo libro de su saga de la Tierra Plana. Esta vez los cuentos hilados dejan paso a una estructura más formal, como una novela, lo que en mi opinión le perjudica; ofrece pasajes muy buenos pero no mantiene un interés sostenido en el tiempo. Los personajes parecen vagabundear sin un objetivo definido y eso, que en un relato es un problema menor, aquí se deja notar demasiado. Con todo, merece la pena llegar hasta el final y disfrutar de la riqueza de su imaginación.

Experimental Film
Gemma Files (2015)
Biblioteca de Carfax, 2017. 352 págs.

Novela difícil de valorar, una estructura de terror clásico con un envoltorio de literatura posmoderna, un híbrido que en algunas fases funciona y en otras chirría. La lectura ha sido amena pero es una historia demasiado consciente de sí misma, difícil de tomar en serio, y sus protagonistas resultan ciertamente insoportables. Yo hubiese disfrutado más sin la capa contemporánea, leyendo directamente la narración de la señora Whitcomb. Por cierto, a la traducción le hubiese venido bien un repaso a fondo.

Retorno a Brideshead [🎥]
Evelyn Waugh (1945)
Círculo de Lectores, 1983. 270 págs.

La novela que hizo surgir la moda por las mansiones de campo inglesas, y que fue llevada a la televisión con gran éxito a comienzos de los años 80. Gira alrededor de la fe y el catolicismo, pero con un marcado homoerotismo sibarita que me recuerda a Oscar Wilde. Lectura confusa al principio, va ganando fuerza hasta conformar un relato muy curioso de la época.

Agentes de Dreamland [🐙]
Caitlín R. Kiernan (2017)
Alianza Runas, 2018. 128 págs.

Me gustan las novelas cortas, siempre que tengan un desarrollo propiamente dicho, y ya sabemos que Kiernan deja la trama de lado para concentrarse en la ambientación y las «sensaciones». La idea de fondo, puramente lovecraftiana, es muy buena pero el envoltorio en sí decididamente no es para mí. Quizá si la edición hubiese sido más honesta (menos lujosa y no tan cara) me hubiese convencido más.

Trayecto final
Manuel de Pedrolo (1974)
Hogar del Libro, 1984. 179 págs.

Traducción de la antrología original en catalán, siete relatos de ciencia ficción pero en su mayoría no futurista. Son historias interesantes pero muy deudoras de su época, tanto en planteamiento como sobre todo en el estilo, que me parece excesivamente frío e intelectual (a los personajes les suceden cosas terribles y ni se inmutan). Diría que los primeros relatos, más cortos, son los mejores.