domingo, 29 de enero de 2017

En busca del rey, Gore Vidal

No suelo subir artículos dedicados a un libro en particular para que nadie se piense que esto es un blog de reseñas (más que nada porque no lo es, no me veo escribiendo reseñas de forma regular). Pero hago excepciones con algunos libros muy particulares que merecen su propia entrada. Es decididamente el caso de En busca del rey (A Search for the King, 1950), una breve novela de Gore Vidal que ha pasado en general desapercibida dentro de su larga carrera literaria, pero que me impresionó mucho tanto en su momento (a mediados de los años 80) como al releerla ahora.

En esta novela seguimos los pasos de Blondel, trovador de la corte de Ricardo Corazón de León, en la búsqueda de su señor, retenido por el Duque Leopoldo de Austria al regreso de la Tercera Cruzada. Blondel (apelativo que significa «rubio») es una figura más o menos histórica, cuyas melodías se cree que aparecen incluso en Carmina Burana, pero a partir de ahí la relación con los sucesos de la trama es pura ficción, que Vidal basa en una leyenda de mediados del siglo XIII, Récits d'un Ménestrel de Reims, separada por lo tanto más de sesenta años de los hechos narrados.

Se trata pues de una novela histórica (dentro de la historicidad que permite una época tan proclive a lo legendario, claro), pero donde hallan hueco algunos elementos fantásticos de los que no sé bien qué pensar. No se lo puede calificar propiamente de realismo mágico, porque aquí lo fantástico no forma parte de lo cotidiano, pero sí que su aparición puntual lleva al lector a no poder confiar del todo en que lo que se nos presenta tenga una explicación racional. Es una convivencia difícil: casi todo el libro discurre por un realismo relativamente descarnado, y de pronto aparece un dragón (literalmente). De hecho, el dragón es lo único a lo que no le encuentro una posible interpretación terrenal, porque los hombres-lobo son bandidos que se esconden en el bosque y del gigante ya se explica que es simplemente un hombre muy alto, y la vampiresa (hija de Drácula, nada menos) y el unicornio entran dentro de lo discutible. El cameo final de Robin Hood no sé si meterlo en el saco de lo realista o lo fantasioso .

Pero más allá de esa intromisión de lo imposible, la historia es completamente mundana. El trasfondo de la búsqueda regia, que no tiene demasiada enjundia en sí misma, se convierte en una excusa para hilar una serie de episodios (un tanto inconexos, punto en contra) que giran sobre la intromisión de un individuo más o menos libre (Blondel, un viajero que llega de lejanas tierras y parte hacia donde quiere) en pequeñas sociedades rurales de la Europa medieval, donde lo más probable es que uno nazca y muera sin haber visto más allá del pueblo de al lado.

Así, el trovador se relaciona con personajes frustrados, tristes y perdidos en el mundo, entre los que para mí se lleva la palma la campesina Amelia, instintivamente sabia pero anclada en una comunidad que no le ofrece la menor posibilidad de superación. Por su parte, Blondel se pregunta si su supuesto privilegio al poder vagabundear ganándose la vida con sus cantos, siempre solitario y sin pensar en el provenir, merece realmente tal apelativo. Esta duda se ve reforzada por el difuso anticlímax de la novela, ya que Blondel no rescata a Ricardo (aunque le encuentra finalmente en un castillo alemán), el rey inglés no corre peligro en ningún momento porque nadie se atrevería a asesinar a un monarca, y de todos modos la participación del trovador en toda esa trama diplomática y cortesana es irrelevante.

Con esta novela, que es la quinta de su carrera pese a que contaba sólo veinticuatro años cuando terminó de escribirla (impresionante, ¿verdad?), Gore Vidal no alcanzó el éxito, que sólo le llegaría años después gracias a Juliano el Apóstata (1964) y la heptalogía «Narratives of Empire» sobre la historia de los Estados Unidos. Su obra anterior, The City and the Pillar (1946), había generado una amplica polémica al plantear situaciones explícitamente homosexuales (Gore Vidal era gay, aunque él afirmaba, creo que con tino, que todos somos básicamente bisexuales); sin embargo no sucede lo mismo en En busca del rey, y eso que es un entorno y ambiente que se prestan a ello. Seguramente, como menciona en el prólogo, Vidal trató de preservar la amistad como eje central de la historia, dado lo poco habitual que es algo así en la narrativa tradicional.

Dicho sea de paso, y aunque se trate de un aspecto secundario, la extensión de esta novela entra dentro de mis preferencias, unas 250 páginas. De hecho, quitando el prólogo y las páginas en blanco entre capítulos, quedarán alrededor de 215, y aún así suceden cosas más que suficientes para conformar una historia completa. ¿Para qué más? Se lee rápido, no hay infinidad de personajes y cuando llegas al final sigues acordándote de todo lo que ha pasado.

Por todo ello, y sin que llegue a considerarla una obra maestra de la literatura, sí creo que En busca del rey posee suficientes virtudes como para rescatarla del olvido parcial en que se halla sumida, especialmente si os gusta el territorio intermedio entre la literatura de fantasía y la histórica. Y, como interés adicional, porque son escasos los personajes trovadores y juglares en la literatura sobre el medievo, dominada por guerreros, sacerdotes y magos. Sólo me viene ahora a la mente el bardo Fflewddur Fflam, de las Crónicas de Prydain.

Mi ejemplar de la novela es el publicado por Edhasa en 1984, con el dibujo de sobrecubierta en verde. Hay unas cuantas ediciones posteriores, una de ellas con la misma imagen pero en rojo, y otra más moderna con el escudo de armas del rey Ricardo (los tres leones). La más reciente, en bolsillo, es de la que doy los datos, y corresponde a esta última portada, que tenéis a la izquierda:

En busca del Rey, Gore Vidal.
Edhasa Pocket, 2006. 288 págs, 8€.

jueves, 12 de enero de 2017

Replicantes

El otro día volví a ver Blade Runner, ese clásico de culto del que pronto habrá una continuación, y me dio por reflexionar sobre la discusión que surge siempre entre sus aficionados y que lleva décadas coleando, ¿es Deckard, el protagonista, un ser humano o un replicante?

No voy a extenderme sobre los distintos argumentos que suelen aportarse a este debate, enturbiado además por las múltiples versiones que existen de la película. Es indudable que Ridley Scott pretendía que Deckard fuese un replicante, y que lo ha hecho más obvio en cada uno de los sucesivos montajes, sobre todo con la escena del unicornio. También es evidente que, por mucho que sea el director, Scott no es la única autoridad sobre la historia: guionistas y actores no comparten su punto de vista, y hay explicaciones válidas para todas las escenas tanto en uno como en otro sentido*.

Pero no pretendo aportar pruebas a favor o en contra de la humanidad de Deckard. Creo, por el contrario, que el error está en sacar una conclusión en base a los sucesos de la trama, y no a su fundamento narrativo. Como he intentado transmitir varias veces desde este blog, lo que ocurre en una historia es fácilmente modificable (ya lo veis aquí, quitáis o ponéis un par de escenas y las conclusiones son totalmente distintas). Pero lo que es casi imposible de modificar es el leit-motiv de la historia; la moraleja, si queréis llamarlo así. Y en mi opinión, cualquier persona que pretenda crear historias debería supeditar siempre lo que pasa a lo que quiere transmitir. De lo contrario quedan narraciones sin alma.

La idea de la película (y del libro de Philip K. Dick en que se basa, dicho sea de paso) es plantear una reflexión sobre la humanidad: ¿quién es más humano, un ser artificial que sufre las mismas inquietudes que cualquier persona, o un auténtico ser humano que sin embargo actúa sin piedad al cazarlos? Este mensaje se va al garete si Deckard es un replicante, porque la disyuntiva principal (¿quién de los protagonistas es más humano?) tiene una respuesta trivial: ninguno.

Por supuesto, Deckard como replicante también supone una premisa interesante que nos llevaría a nuevos planteamientos muy válidos, pero estos no están desarrollados en la película y por tanto en ese sentido sería una historia fallida. Es decir, si Deckard es un replicante, la película empeora, porque buena parte de su mensaje se pierde (y de paso haría redundante el personaje de Rachel, en su función de replicante que no sabe que lo es), y por el contrario las nuevas perspectivas que abre no se aprovechan en ningún sitio. Sí, Deckard puede ser un replicante, pero en ese caso estamos ante una película mediocre.

Y como digo, el problema no está en que sea o no sea, sino en la gente que se empeña en sacar conclusiones basándose en la parte más volátil de la historia. Los árboles no les dejan ver el bosque. Confiemos en que no les dé por escribir…

Blade Runner, dirigida por Ridley Scott.
Warner Bros Pictures, 1982. 112 minutos.

* Mi favorita para el sueño del unicornio: Deckard sueña con él porque forma parte de los recuerdos de Rachel, que tanto él como Gaff han visto, y por tanto el origami final significa simplemente «sé que la chica está aquí».

sábado, 7 de enero de 2017

Audioteatro de La Voz de la Razón

Ayer me desperté con un estupendo regalo sorpresa de Reyes: la buena gente de Tenebroso Sonoro ha preparado un audioteatro de mi relato La Voz de la Razón, con una gran calidad. Os animo a escucharlo en cuanto podáis.

Como sabéis, este relato es el que abre La Fuente de las Tinieblas, y apareció originalmente en Visiones 2012. De hecho, lo podéis leer gratis si os descargáis el Visiones de Lektu (dadle a la etiqueta de «pago social»).

Además del placer propio de la audición, es muy interesante comprobar qué cambios han sido necesarios para que la historia fuera comprensible prescindiendo de una voz de narrador que hubiese entorpecido mucho el desarrollo: se da más peso a los diálogos y por supuesto la gran ayuda de los efectos de sonido. Un gran trabajo que agradezco y aplaudo a partes iguales.

jueves, 5 de enero de 2017

Reflexiones de un nuevo año

2016 queda atrás. La noche de Reyes, que prácticamente pone fin a las festividades navideñas, parece un buen momento para echar la vista atrás y reflexionar. En el fondo ha sido un año más, con sus buenos momentos y sus desastres, pero para mí siempre será el año en que publiqué La Fuente de las Tinieblas, mi primer libro en solitario.

Lo considero un logro. Quizá no sea gran cosa, pero ha costado, de verdad. Cuatro años y medio desde que el proyecto empezó a gestarse hasta que, por fin, vio la luz en julio. Ahora me asombra que no se malograra en ningún momento, aunque hubo largos periodos en que la cosa no avanzaba ni para delante ni para atrás. Y yo no tenía ni idea de dónde me estaba metiendo (para que os hagáis una idea, cuando empecé a preparar la antología no tenía nada publicado; ahora llevo unas treinta obras aparecidas con mayor o menor fortuna).

El caso es que cuando iba publicando relatos en antologías colectivas lo asumía simplemente como un paso más (no sé hacia dónde, pero en alguna dirección), y pensé que me ocurriría lo mismo con mi primer libro. Pero no, lo siento realmente un logro, un «check» en el carné vital. Una experiencia satisfactoria en último término, pero por la que ahora no siento deseos de volver a pasar. Hito superado, gracias.

No sé qué pasará en 2017, la vida da muchas vueltas y he tenido suerte de disponer durante unos años de la estabilidad necesaria para llegar hasta este punto, pero eso no puede durar eternamente. Como las cosas editoriales van muy despacio, en los próximos meses está previsto que aparezcan un par de relatos míos en antologías colectivas de Edge. A ver si hay suerte y asoma alguno más que está por ahí pululando, pero poco más va a haber. Sobre todo por falta de energía e ímpetu: hace tiempo que me siento… cansado, pero no en un sentido meramente físico. Ya me entendéis.

Tal vez pueda ocuparme un poco más de mi web de los Mitos, Leyenda.net, que la tengo bastante abandonada y en manos de unos impresentables (no, en serio, me han apoyado mucho con el libro). O probar de recuperar viejos proyectos que tuve que dejar de lado en su momento y duermen el sueño de los justos, eso estaría bien. Pero sin prisas.

Ya se verá.