domingo, 31 de diciembre de 2023

Lecturas 2023

Este año ha sido otro desastre literario y a duras penas he logrado acabarme diez libros. Y no será por falta de ganas, pero entre que voy menos en transporte público y otras complicaciones en casa, no he tenido mucho margen (y, seamos sinceros, hoy día el móvil es un serio competidor por el tiempo de lectura). Con todo, no está mal la lista de volúmenes, aunque unos cuantos han sido decepcionantes. Y eso siempre ralentiza la lectura, redundando en el efecto acumulado.

Lo que nadie me puede negar es la variedad: hay teatro, poesía, novelas cortas, clásicos, obras posmodernas...

Tidepool [🇬🇧 💻]
Nicole Willson (2020)
The Parliament House, 2021. 292 págs.

Leí este libro dentro del Club de Lectura de los Mitos que organizamos de vez en cuando en Leyenda.net y debo decir que, aunque comienza con cierta gracia, ha sido muy decepcionante.

No es que haya nada terrible, pero tampoco nada maravilloso, va avanzando sin acabar de «romper» en ningún momento, y los personajes no llegan a mostrar todo su potencial. Aunque sí tiene algún toque «lovecraftiano», y la ambientación es interesante, no creo que en conjunto merezca la pena.

Luces de Bohemia [🎭 🎥]
Ramón María del Valle-Inclán (1920)
Letra Minúscula, 2022. 161 págs.

Me daba cosa no haber leído nada de Valle-Inclán, así que por fin me he puesto con Luces de Bohemia, que es su obra más conocida.

Me ha costado entrar en el texto, seguramente porque yo esperaba una historia al uso (o incluso una obra teatral tradicional), y obviamente no es tal, sino una crítica al mundo cultural y social (y político, por supuesto) de su época, con una estructura confusa, pero he acabado disfrutándolo.

Las moras agraces [📜]
Carmen Jodra Davó (1999)
La Bella Varsovia, 2020. 85 págs.

No suelo leer poesía, pero me acerqué a Las moras agraces empujado por la fama de este poemario y la temprana muerte de su autora.

Me faltan tablas para juzgar, pero mi impresión es desigual. Hay poemas magníficos y otros que me parecen meros ejercicios de estilo (con calidad, eso sí). Creo que tendré que releerlo dentro de un tiempo para hacerme una idea cabal del conjunto.

Una habitación con vistas [🎥]
Edward Morgan Forster (1908)
Alianza, 2005. 294 págs.

Pues esta novela ha resultado bastante decepcionante, y eso que tiene mucha fama. Se ambienta en Florencia (donde está la famosa habitación) y luego en Inglaterra, de donde son los protagonistas, y como está muy bien escrita, ha sido fácil de leer, pero toda la parte del romance y de la supuesta emancipación de la protagonista se me ha hecho cuesta arriba.

Todos los personajes, y especialmente los miembros del «triángulo amoroso», parecen unos pánfilos incapaces de valerse por sí mismos en la vida. Y claro, con esos mimbres cualquier conversación profunda parece palabrería de adolescente. Sobre temática similar, es mucho mejor La edad de la inocencia.

Lulú (El espíritu de la Tierra) [🎥 🎭]
Frank Wedekind (1895)
Losada, 2014. 168 págs.

Ya había leído a Wedekind en su polémica Mine-Haha, y me atreví con esta obra de teatro que se supone base de la famosa película de mi admirada Louise Brooks, La caja de Pandora. Mi sorpresa ha sido descubrir que sólo contiene la primera parte, porque falta otra obra teatral de 1905 llamada igual que el film ¯\_(ツ)_/¯

En cuanto al texto, Wedekind vuelve a usar simbolismos y referencias sexuales omnipresentes pero nunca explicitadas. Se supone que Lulú, la protagonista, es fundamentalmente mala y usa su belleza para manipular a los hombres, de un modo que me recuerda a La Mandrágora (Alraune, 1911), pero realmente parece que ellos son bobos, porque no es que la chica sea muy sutil o retorcida. Intentaré conseguir la segunda parte para acabar de formarme una opinión.

La chica que lo enseñaba todo
Martí Sarroca (1987)
Júcar, 1987. 175 págs.

Está escrito bajo pseudónimo por Andreu Martín, autor que fue luego conocido sobre todo por la serie del detective Flanagan, dirigida a un público juvenil y que se publicó con posterioridad a esta novela.

No sé si será representativa de la calidad de Martín, pero me ha resultado decepcionante. Los personajes carecen de registro propio y no tienen reacciones sensatas acorde a la situación, la trama es inexistente y te pone unos infodumpings de enciclopedia cuando no viene a cuento. Ni siquiera la chica del título (claramente pensado para atraer el morbo) tiene mayor importancia en la historia, aunque el giro final pretenda arreglarlo todo.

Tela de sevoya
Myriam Moscona (2012)
Acantilado, 2014. 275 págs.

Este libro es difícil de juzgar. Trata sobre el idoma ladino o judeoespañol (de ahí el título, «piel de cebolla»), y sobre el devenir de los judíos en la diáspora y de la propia familia de la autora, lo que en principio suena bien, y desde luego la prosa es de gran calidad.

El problema estriba en que no es una novela, y tampoco un ensayo, sino una serie de reflexiones inconexas, recuerdos, algunos sueños, historias familiares... De por sí interesantes, pero que no forman un conjunto coherente y acaban por aburrir un poco precisamente por esa falta de conexión narrativa.

Las tumbas de Saint-Denis y otros relatos
Alejandro Dumas (1839-1849)
El País, 2007. 79 págs.

Necesitaba un tomo pequeño que me cupiera en la mochila, y esto apareció por mi mesa como por sorpresa.

Aunque no podemos poner en duda la calidad de Dumas padre, estos tres cuentos son bastante malos. No sólo anticuados en su planteamiento, lo cual es plenamente disculpable, sino como historias propiamente dichas. Están llenos de desconexiones argumentales, reacciones forzadísimas, etc. Vaya, un desastre.

Echidna 🐙
Beatriz Alcaná (2022)
Ayuntamiento de Nava, 2023. 68 págs.

¡Otro tomo delgado que se cuela en la lista de lecturas! Es porque se incluyó en el Club de Lectura de los Mitos, de la web Leyenda.net, lo mismo que Tidepool a principios de año.

Esta novela corta usa la narración epistolar y tiene un estilo decimonónico que a mí, personalmente, me gusta. Pero le falta contenido, no logra que uno conecte con los personajes (tanto por su brevedad como por el distanciamiento de este estilo de prosa) y claro, cuando llegan los sucesos culminantes no tienen la fuerza que debería. Poner a todos los personajes apellidos de escritores conocidos no ayuda precisamente a darle realismo.

Esposa hechicera
Fritz Leiber (1943)
Martínez Roca, 1989. 190 págs.

Qué ganas tenía de echarle la zarpa a este libro, que en castellano sólo se publicó en 1989 (me parece increíble, estando considerado un clásico del terror sobrenatural de su época, y de un autor bastante conocido, creador por ejemplo de la saga de Fafhrd y el Ratonero Gris).

Se le notan los años, y la premisa ya no funcionaría en la sociedad actual, pero sigue siendo una excelente lectura. Mi única queja es que tire por el suspense y no por el terror en sí mismo, porque con un par de cambios habría quedado tremendo.

martes, 29 de agosto de 2023

El portal de la sabiduría

Tenía ganas de pasar a relato esta idea que me rondaba. Admito que en el fondo es muy simple, pero me parecía simpática. Ha quedado cortito, 2063 palabras, pero creo que no tendría sentido alargarlo más, es la longitud que pide de forma natural.

Es curioso, porque inicialmente el enfoque iba a ser distinto (digamos que más abstracto, centrado principalmente en la trama de fondo), pero casi sin quererlo aparecieron unos personajes con más profundidad de la que yo preveía. Escribir tiene estas sorpresas agradables (otras veces no lo son tanto).

Ahí va, espero que os guste.

El portal de la sabiduría

Era difícil asegurarlo, siendo de noche y no disponiendo de iluminación, pero tenía que ser allí. El joven se detuvo ante la puerta y golpeó según la cadencia secreta, ignorando la pertinaz lluvia que se colaba por la basta tela de su sayo y empapaba sus prendas interiores. Por fin oyó descorrerse los cerrojos y se le permitió el paso.

—Llegas tarde —fue el único saludo que obtuvo al entrar en la estancia a oscuras, que volvió a clausurarse tras de él.

—Yo… —intentó explicarse.

—Vamos, rápido —le interrumpió aquel personaje en la penumbra—, el cónclave te aguarda.

Le condujeron apresuradamente hasta una sala alumbrada con candelabros de velas de sebo. Allí se detuvo, con la tela goteando agua sobre el suelo de piedra toscamente pulida. Al otro lado de la mesa que tenía en frente, varios individuos de edad. Debían de ser miembros de la orden, y se sintió amilanado por su autoridad.

—Habla —le conminaron.

—Losab… —tartamudeó nervioso, y luego se aclaró la voz, intentando ganar confianza—. Los sabios del observatorio han realizado la última corrección al cálculo respecto a la activación del portal de la sabiduría.

—¡Vamos, chico, dilo! ¿Cuándo será?

—Esto, pues… será mañana, una hora después del mediodía.

Eso provocó algunos comentarios.

—Es antes de lo que esperábamos —decían entre ellos.

—Pero se puede hacer, la palabra rúnica pronto estará lista.

—No hay que apresurarse, o de nada servirán años de esfuerzo.

—Ante todo nadie debe adelantársenos, eso es fundamental.

Y luego devolvieron su atención al recién llegado.

—¿Se puede saber por qué has tardado tanto en presentarte con tan importante nueva? —dijo el que parecía el principal entre ellos.

—Es que… una turba de supersticiosos atacó el observatorio. Los maestros intentaron calmarlos, pero fueron apedreados. Yo hui y tuve que dar un largo rodeo para venir hasta acá. No sé qué ha sido de ellos pero, cuando me volví a lo lejos, una nube de humo se alzaba allí.

Eso sumió en la desesperación a los presentes.

—¡Qué gran pérdida, de lo poco que quedaba del saber de antaño!

—¡Irreparable!

—No perdáis la esperanza —decía uno de ellos con frágil optimismo—. Con el conocimiento secreto de los ancestros, eso muy pronto cambiará.

—Alabados sean los ancestros —respondieron a coro.

El chaval temblaba y contuvo un estornudo.

—Amigos, son circunstancias muy graves pero estamos olvidando nuestras responsabilidades como anfitriones —dijo el que le había preguntado antes—. Vamos, muchacho, debes abrigarte y descansar. Mi sobrina te acompañará a un aposento.

Ellos se quedaron discutiendo, pero él siguió a la joven que se le había indicado. Llevaba una palmatoria que apenas iluminaba su pelo rojizo y el hombro de su modesto vestido. Los escalones crujían, y no menos los tablones del suelo del piso superior. La chica lo condujo a un cuarto pequeño, dejó la palmatoria en una mesita y, sin mediar palabra y lanzándole una fría mirada, se marchó. No sabía qué mal podía haberle hecho, pero estaba demasiado agotado para pensarlo. Se desnudó y se tumbó, sin molestarse siquiera en buscar chinches.


Despertó de madrugada, reviviendo las imágenes del observatorio en llamas. Creyó oír incluso el crepitar del fuego, pero cayó en la cuenta de que eran los rugidos de sus tripas vacías. ¿Desde cuándo no comía? Ancestros, qué hambre. Logró conciliar de nuevo el sueño un rato más, hasta que notó que alguien lo zarandeaba.

—¡Venga, despierta de una vez!

Se dio la vuelta sobre el jergón y vio que se trataba de esa misma chica. ¿Ya era la hora del desayuno?

—¿Qué traes de comer?

—No soy una criada, y menos tuya —replicó ella de malos modos—. Vamos, tienes que bajar rápido.

Tiró de la manta para apremiarle y él brincó para impedirlo, al comprender que estaba a punto de quedarse desnudo. La muchacha soltó una risita y salió del cuarto. Avergonzado, el joven cogió sus ropas, ya secas pero no por ello cómodas, y se apresuró a cubrirse y a seguirla al pasillo.

Por lo que atinó a ver, toda la parte posterior de aquel edificio, que visto desde la calle pasaba por una simple establecimiento familiar de amanuenses, formaba una enorme y abigarrada biblioteca. No sólo los estantes de las paredes contenían más libros de los que había contemplado a lo largo de su vida, sino que casi toda superficie disponible estaba cubierta de papiros y pergaminos de vitela en aparente desorden. Entre ellos divisó una bandeja con bollos y no pudo resistir el impulso de zampárselos a dos manos. Cuando vino el señor de la casa, trató de disimular los carrillos hinchados.

—Hola, muchacho, gracias por venir. ¿Sabes leer?

Él asintió, intentando tragar a la vez todo lo que le quedaba en la boca.

—Bien, memoriza esto.

Le mostró un retal de papel en el que aparecían escritos unos caracteres a péndola. Se fijó en ella con cuidado, pero las runas de los ancestros se le hacían difíciles.

—¿Es la palabra mágica que abre el portal? —preguntamos.

—Eso creemos, sí.

—¿Qué significa? —dijo, admitiendo su ignorancia.

—Nadie lo sabe, es otro conocimiento que se ha perdido. Pero, si nuestros cálculos son correctos, es una de las palabras de poder habituales.

—¿Una?

—Como sin duda te dijo tu maestro, durante el Gran Colapso se olvidó el modo de acceder al portal de la sabiduría. Otros antes de nosotros intentaron deducir en el pasado cuál sería, sin éxito. Pero sus fracasos nos acercan al triunfo, pues nuestra orden ha conservado las palabras inválidas. En fin, confiemos en que esta sea la correcta. Sobrina, ¿tú también la has aprendido?

—Por supuesto, y mejor que él. ¿Por qué tiene que venir?

—Por el mismo motivo que tú, porque sois jóvenes. —Les agarró a cada uno del hombro—. Escuchad, ya pocos recuerdan la última ocasión en que se activó el portal. Yo no era más que un niño, y casi todos los miembros de la orden han muerto. Por si no lo sabéis, cada vez que fallamos, los ancestros pierden parte de su fe en nosotros, y el periodo hasta que vuelve a activarse se prolonga más y más. Si también marramos esta oportunidad, para la próxima quizá seáis ancianos. Por eso quiero que estéis presentes y recordéis, para cuando os toque. Vamos, hemos de marchar. Sobrina, ya sabes lo que hay que hacer.

La chica fue a quemar el papel en la chimenea.

—Espera —le rogó el muchacho—, déjame mirarlas una vez más.

Ella suspiró, pero lo mantuvo frente a sus ojos mientras él intentaba rememorar las lecciones de sus maestros. ¿Cómo diablos se pronunciaba eso? Imposible.

—¿No la puedo apuntar?

—Por supuesto que no, estúpido, ¿y si alguien te lo roba y es él quien consigue acceder al portal de la sabiduría? ¿Imaginas qué desastre si todo el poder que contiene cayera en malas manos? Vamos, has tenido tiempo de sobra, nos esperan.


Partieron enseguida por un portillo trasero que daba a un discreto callejón. Marchaban siete: ellos dos, el tío de la muchacha y cuatro hombres más que debían de ser guardias o allegados. El chico se asustó al descubrir que portaban fierros bajo las capas, no estaba acostumbrado a esas cosas. Pero mejor eso que caminar desprotegidos, se dijo, y el siete era un número afortunado.

No sabía a qué distancia se hallaba el templo de los ancestros, era un secreto bien guardado. Pero no llevaban provisiones y faltaba poco para la hora marcada, así que no podía ser muy lejos.

Fueron adentrándose en las peores zonas de la ciudad, donde abundaban edificios desvencijados, pavimentos agrietados y llenos de hondonadas que nadie sabía ni quería reparar, con muchas casas clausuradas con tablones y un signo pintado en ellos para indicar que estaban contaminadas de alguna enfermedad incurable (casi todas lo eran). Pero peor que eso eran las turbas de siniestros penitentes que seguían a sus respectivos profetas, dispuestos a traer el paraíso a base de sangre y muerte, los mutilados de guerra que mendigaban, asqueando a la mayoría de los transeúntes, y la horda de pillos y criminales que rodeaban a cualquier desprevenido para robarle o para apuñalarle en una esquina oscura y sacarle lo poco que llevara.

—Si fallamos —comentó en voz baja la chica, que iba a su lado—, el mundo no aguantará hasta la próxima apertura.

No sabía si se dirigía a él o hablaba sola, así que no respondió. Pero lo que había dicho era eco de sus propios pensamientos. Siendo aún joven, él mismo recordaba tiempos mejores. La degeneración de la sociedad se aceleraba.

Siguieron caminando, apretando el paso y evitando los lugares peligrosos. Pasmaba darse cuenta de lo enorme que había sido la ciudad, de la que apenas seguía habitada una pequeña parte. Allá donde estaban ahora sólo quedaban ruinas de cimientos, vegetación y algún que otro edificio suelto invadido por la hiedra, de modo que más parecía que estuviesen a campo abierto.

Entonces cayeron en la emboscada. Todo fue muy confuso, unos tipos embozados saltaron encima de ellos, los guardias sacaron sus armas pero enseguida estuvieron enzarzados en un desventajoso cuerpo a cuerpo, frente a las dagas de sus adversarios. El chico contempló aterrado cómo uno de ellos se le abalanzaba, pero el maestro de la orden le apartó a un lado para protegerle, llevándose él la estocada.

Se llevó las manos al estómago y el asaltante se puso furioso. El muchacho trató de huir, y al hacerlo vio que la chica se había quedado paralizada al ver que herían a su tío. La agarró del brazo y tiró de ella hacia la maleza. No la soltó mientras se escabullían, alejándose cuanto fuese posible de los sonidos de lucha, hasta que por fin pudieron detenerse.

Vio que ella lloraba.

—Mi tío, es todo lo que tenía…

No sabía qué hacer, así que la abrazó.

—Sabían que el portal se activaría —dijo entrecortadamente entre sollozos—, pero les faltaban las runas. Por eso nos han atacado.

—Y no querían matar a tu tío —añadió él—. Pero ha pasado, y ahora no conocen la palabra. Escucha, ¿tú sabes cómo llegar hasta allí?

Ella se desasió, enjugándose las lágrimas, y asintió.

—Es un secreto, pero siempre he sentido curiosidad y finalmente accedió a contármelo. No estamos lejos. Tienes razón, tenemos que hacerlo, se lo debemos a él.

—Y a toda la humanidad. Vamos.


Trataron de seguir sendas apartadas que avanzaran en la dirección correcta. El paisaje estaba lleno de muros derruidos, hechos con materiales que le resultaban desconocidos.

—Aquí hubo enormes torres que llegaban hasta el cielo —comentó ella.

—¿Como las de los castillos?

—Mayores aún.

Era difícil de creer, pero ahora había cosas más importantes de las que preocuparse. La siguió hasta un edificio cubierto de vegetación. No vieron a nadie cerca, pero eso no logró que se sintiera seguro. Sugirió esperar, pero ella se negó.

—Ya es la hora —dijo—, no podemos retrasarnos o alguien se nos adelantará.

Se acercaron al descubierto hasta la entrada. El campo de fuerza mágica casi invisible que la protegía se deslizó ante ellos.

—Eso significa que el portal ha vuelto a activarse. ¡Vamos!

Entraron, aunque él temía que hubiera trampas. Siempre había trampas en los sitios así, ¿verdad? Pero ella ignoró a sus temores.

—A ver, la sala del portal tiene que ser… ¡esa!

No había nadie, pero la inusual arquitectura y los restos de magia olvidada hacían que se les erizara el cabello. Se adentraron con respeto en la estancia. Había una especie de trono de extrañas hechuras, y delante un recuadro que ella identificó como el Portal del Saber.

—Es pequeño —dijo el chico—, no cabremos por ahí.

—Porque no es para pasar, so bobo, sino para que emerja por él todo el conocimiento perdido. ¡Mira! Esta es la tabla de las runas, hemos de seleccionar las correctas.

—Vale, ¿las recuerdas?

Por una vez, ella titubeó.

—Creo que sí. Esta es la primera, ¿no?

—Pues… ¿no era esa otra?

Varias se parecían, pero revisaron la tabla y fueron pulsando las que consideraron adecuadas.

—¡No sucede nada! —se asustó él.

—Espera, al terminar hay que tocar una runa especial, más voluminosa que las demás… ¡Esta!

Entonces el portal arcano cobró vida y, ante sus ojos atónitos, un mensaje rúnico apareció en él:

La contraseña es incorrecta
Acceso denegado
Puede volver a intentarlo en 1893456040 segundos

lunes, 20 de marzo de 2023

Asiento reservado (micro)

Este es un microrrelato que tenía por ahí medio preparado y he pulido un poco. Como veréis, lo escribí en un momento de indignación con la poca educación que muestra cierta gente (aunque no se limita sólo a un tipo de persona, por supuesto). Son 500 palabras justas, incluyendo el título.

Por cierto, otro microrrelato que se desarrolla en el metro (¿se nota que lo he usado muchos años?) es el elegantemente titulado La frialdad de su culo.

Asiento reservado

Entra en el vagón de metro y se deja caer sobre el primer asiento que hay libre, calándose la capucha de la sudadera y sacando de inmediato el móvil. A ver qué se dicen sus colegas…

Nota que algunas personas le miran de reojo. Será por los piercings o los tatuajes, que les den. Estira las piernas hasta más allá de medio vagón y se hunde en el sitio. No las quita ni cuando pasa una señora con carrito de bebé, que tiene que maniobrar por el otro lado pero no se atreve a decirle nada.

La gente sigue observándole. De hecho, diría que sus miradas apuntan un poco por encima de su cabeza. Así que echa la vista atrás y ve una pegatina azul donde pone algo de «asiento reservado» y nosequé mierdas más. Bueno, pues pasando, él no se va a mover de ahí. Si alguna vieja embarazada y coja quiere sentarse, que tenga los huevos de decírselo a la cara, que ya verá dónde la envía.

Está a su música y el móvil, pero de vez en cuando ve que continúan mirándole y cuchicheando. Un par de niños le señalan y comentan algo a su abuelo, pero este se los lleva a otro vagón. Cualquier mierda de lo poco cívico que es, se la suda. Podría cambiarse de sitio, pero no le sale de la polla.

Una chiquilla sentada cerca se dirige por fin a él.

—No debería sentarse ahí, señor.

—Vete a la mierda, puta cría. —Se vuelve hacia el resto—. ¿Y vosotros qué miráis? Dejadme en puto paz si no queréis un par de hostias!

Sonríe al ver la cara que se les queda y vuelve a sus cosas.

Pero el tren no arranca, lleva un rato parado en esa estación. Qué coño pasa, encima llegará tarde con la pandilla. Se gira y ve que, desde el fondo del tren, avanzan unos tipos raros. El rostro oculto por capuchas, pero no como él, sino con una especie de túnicas que llegan hasta el suelo.

Le entran ganas de reírse, pero al ir acercándose ve que canturrean algo y dan bastante mal rollo. Y el metro que sigue sin moverse. Bueno, que pasen de largo. Aparta las piernas cuando llegan, pero ellos se detienen delante y se quedan ahí, quietos.

—¿Qué problema tenéis, tarados? —les espeta.

De repente lo agarraran entre varios, con una fuerza endiablada.

—¡Eh, soltadme, ¿qué pasa?!

Intenta debatirse pero lo sacan a rastras mientras chilla y patalea. En el andén hay un altar de mármol sobre el que lo sujetan, cada uno por una extremidad, con una presa de acero.

Cuando las puertas del vagón se cierran, uno de ellos ya saca el afilado cuchillo.


El tren se aleja por el túnel y los pasajeros del vagón sacuden las cabezas, consternados de que alguien tan joven se preste a eso. A pesar de que va lleno, ese sitio queda vacío, justo debajo de la indicación: «Asiento reservado para sacrificios».