viernes, 17 de mayo de 2019

Viajar en la Edad Media

Un apunte rápido para relatos y películas de ambientación medieval, donde vemos a gente viajar raudos a caballo de aquí para allá. Engañoso. En esta época viajar no sólo es un lujo (que también), sobre todo es leeento.

¿Cuánto? Pues es algo muy variable, como ya supondréis. Para empezar depende de la vía. Las carreteras bien conservadas eran escasas pero permiten mantener un ritmo sostenido y por tanto suelen establecerse entre ciudades importantes o con fines militares de un lugar a otro de la frontera, y cuentan con fondas y paradas de postas a intervalos aproximadamente regulares de 10-15 km, con otras mayores cada 50-80 km. Por caminos rurales, embarrados o cubiertos por la nieve, por no hablar de terreno accidentado, la perspectiva de llegar rápidamente a cualquier parte es simplemente irreal.

Suponiendo condiciones ideales, por un camino llano en buen estado una persona entrenada puede caminar unos 30 km al día con carga (que no sea excesiva), son las típicas marchas militares. Esto puede hacerse durante varios días seguidos, pero cada semana hará falta como mínimo un día de descanso y con gran probabilidad dos. Puntualmente y sin carga, se podrían alcanzar los 50 km en una jornada. Si en cambio la ruta es dificultosa, hacer 10 o 15 km al día sería ya un éxito.

Lo curioso es que estas velocidades por tierra son bastante constantes. Los carros van apenas ligeramente más rápido que una persona a pie (pero cargan mucho más peso, por supuesto) y requieren periodos de descanso para los animales a lo largo de la jornada, para cubrir unos 25-30 km/día, y los caminos en malas condiciones pronto resultan intransitables para ellos.

¿Y a caballo? Pues esas escenas en las que vemos a los viajeros galopando constantemente en sus monturas son simplemente falsas. Uno sólo se sube al a caballo para ir al paso (velocidad similar a una persona) o en situaciones de combate o caza, y siempre durante periodos de tiempo limitados (porque el animal se cansa y porque el jinete también acaba molido), por supuesto sin carga adicional. Un caballo entrenado puede mantener el paso a su ritmo durante varias horas (pero no va mas rápido que una persona a pie), al trote de 30 minutos a 1 hora con el jinete a lomos (o 2-3 horas tirando de un carro ligero), y el galope les agota en cuestión de minutos. La verdadera ventaja de un caballo es poder liberar al caminante del peso de su bagaje sin notarlo apenas sobre sí, y permitir ocasionales galopadas en caso de peligro.

A los caballos se les aplica la misma filosofía que a los caminantes experimentados: un jinete con poco peso y una montura bien entrenada puede cubrir 50-80km en un día, pero sería complicado mantenerlo de forma sostenida. Por ello se establecían paradas de postas con caballos frescos y ya listos, de modo que los mensajeros medievales podían llegar mucho más rápido a su destino. Para el cursus publicus romano se calculaba una velocidad habitual de 100 km/día, y en caso de emergencia y extenuando a los caballos, incluso 150-180 km/día.

El transporte fluvial por un río navegable es más cómodo (río abajo, claro, subir de nuevo la barcaza puede llevar semanas) pero no mucho más rápido. La ventaja es la distancia que se acorta respecto a otras rutas, y que no es necesario realizar descansos pues es el agua la que hace el esfuerzo. Con todo, la mayoría de los ríos tienen zonas complicadas donde hay que detenerse para manejar la barca con cuidado.

Por supuesto, se viajaba sólo del amanecer al ocaso, por el temor a asaltantes y el peligro que supone la falta de luz (baches, puentes arrastrados por una riada, etc.). A menudo merece la pena hacer alto en un lugar seguro y bien provisionado, aunque queden todavía horas de luz, que arriesgarse a tener que hacer noche a la intemperie. No obstante existen constataciones medievales de incursiones nocturnas; un grupo ligero bien equipado (pensemos en un noble con su escolta) podría arriesgarse y avanzar de noche si se conoce bien el terreno, pero siempre a menor velocidad que durante el día.

Esto en cuanto al transporte terrestre. Por mar depende muchísimo del clima, pero una media de 250 km/día en aguas tranquilas y bien conocidas (del Mediterráneo, por ejemplo) resulta razonable. Evidentemente costear (navegar sin perder de vista la costa por temor a mar abierto) retrasa mucho, lo mismo que el mal tiempo o la calma chicha.

viernes, 3 de mayo de 2019

Palabras (verso libre)

Pero ¿cómo que otro poema? ¿Y encima en verso libre? ¡Esto es inaudito, intolerable!

En fin, es lo que hay, os aseguro que no ha sido premeditado. Me vino la idea pensando en otra cosa (tendría el día metafórico) y luego, trabajándolo un poco, vi que no quedaba mal. Me atraía el concepto de jugar con el ritmo y la longitud de las palabras, más que con la rima. Se podrían cambiar algunas aquí y allá, como siempre (es una de las cosas que no me convencen de la poesía, que nunca te quedas del todo satisfecho), pero por ahora así se queda.

Creo que resulta más eficaz declamado (aunque sea sólo en la cabeza) que simplemente leído, por la cadencia irregular de los versos. Voy a intentar que la imagen de acompañamiento no corte ninguno, porque si tiene alguna gracia es esa, pero seguramente dependa del navegador en que lo estéis viendo, así que también he preparado una versión como imagen (PNG).

Palabras, no dejéis que vean cómo soy,
no permitáis que me encuentren.
Palabras, ayudadme.

Ahí vienen.

Palabras, protegedme.
Para que no me alcancen sus miradas
erigid una muralla
que me rodee por completo
y me guarde en su interior.

Palabras duras,
firmes,
sólidas, robustas, vigorosas, inmutables, resistentes, imperturbables,
construidme una pared alta,
larga,
abrupta, elevada, soberbia, escarpada, prominente, vertiginosa
para guarecerme.

Ahí llegan.

Palabras, auxiliadme.
Para que pueda escapar de sus miradas
tended un puente
que se extienda hasta muy lejos,
por encima del vacío.

Palabras largas,
grandes,
extensas, infinitas, espaciosas, prolongadas, kilométricas, interminables,
formad un camino enorme,
colosal,
tremendo, desmedido, gigantesco, desmesurado, considerable, extraordinario
para huir.

Ahí están.

Palabras, escondedme.
Para que no me encuentren sus miradas
cread un refugio
que se retuerza sobre sí mismo
y no tenga fin.

Palabras curvas,
rizadas,
torcidas, sinuosas, tortuosas, enroscadas, ensortijadas, contorsionadas,
cavad una guarida oculta,
velada,
sellada, lacrada, cubierta, hermética, disimulada, impenetrable
para ocultarme.

Y que no vean cómo soy.