lunes, 19 de noviembre de 2018

Finalista del Domingo Santos con «Que inventen ellos»

El sábado pasado se concedió en la Hispacon, como cada año, el premio Domingo Santos (precisamente apenas unas semanas después del fallecimiento del propio Domingo Santos, D.E.P), y resulta que mi relato Que inventen ellos ha quedado entre los cinco finalistas 😀.

Esta vez no ha podido ser como en 2013, cuando me llevé el premio, y la victoria ha sido para José Manuel Fernández Aguilera (¡felicidades!). Pero estoy igualmente orgulloso. Y como me apetece extenderme un poco más sobre el particular y de todos modos esto no lo lee casi nadie, os voy a contar lo que fue crear este relato de ciencia ficción «cercana».


Si el otro día comentaba que Partida inconclusa había surgido prácticamente a la primera, en el caso de Que inventen ellos la gestación fue, por el contrario, muy tortuosa. Para que os hagáis una idea, la primera vez que escribí esta historia me encontraba todavía en la universidad (buf). Era un relato extenso ambientado en una fiesta de adolescentes en un futuro indefinido donde pasaban muchas cosas y, aunque la idea de fondo era la misma, a la vez resultaba bastante confusa. Imagino que en ese momento tenía dentro demasiadas cosas que contar y me faltaba criterio para priorizar las importantes. Me parece que esa versión ya se ha perdido en la nada, por cierto; sólo quedaba una copia impresa que a saber ahora dónde para.

«La Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror -AEFCT- comunica que las obras que optan como finalistas al XXVII Premio de Relato 'Domingo Santos' 2018 son:

'La nota desafinada', presentado con el seudónimo Giuseppe Guarneri.

'La vieja mansión', presentado con el seudónimo Sergio Ñueto.

'Que inventen ellos', presentado con el seudónimo Loris.

'Somos empresa', presentado con el seudónimo Maquinista 7.

'Vacío', presentado con el seudónimo Natalia Smirnova».

Pasan los años (muchos, no preguntéis) y llegamos a principios de 2015, cuando releo la versión original y veo que no acaba de funcionar. Pero el caso es que como concepto me sigue gustando y creo que merece la pena volver a intentarlo. Así que reescribo el relato de cero, conservando a su protagonista pero trasladándolo a un instituto de educación secundaria (del futuro también, eso no cambia) para centrarme en la temática principal: el conocimiento científico y su rechazo por parte de la sociedad, y pongo como su contrapartida a una profesora. Es de esas historias que escribo a veces en las que la acción se basa en un intercambio de información entre dos personajes mediante diálogos, un poco como pasaba también en La voz de la razón y algunas otras más que no he publicado.

Este tipo de tramas resultan delicadas porque hay que reemplazar la acción y el movimiento con revelaciones y argumentaciones. Es complicado tanto para el autor como para los lectores, acostumbrados por lo general a narraciones más movidas y evidentes. Hay un punto en particular que suele presentarse, la revelación o anagnórisis, donde el protagonista comprende por fin la verdad que se ocultaba, y si eso no resulta creíble se derrumba toda la trama. Y a esta versión le pasaba eso: narrativamente podía valer, pero de repente y sin que se entendiera por qué en ese momento y no en otro, el chico hacía una deducción que explicaba todo el misterio. Es de esas cosas que en la vida real nos pasan de vez en cuando (que de pronto conectamos un par de hechos aparentemente aislados y todo cobra sentido) pero que en ficción no son admisibles por inverosímiles. De aquí viene eso de «la realidad siempre supera a la ficción», que se debe simplemente a que la realidad no necesita ser verosímil. Así que también aparqué esta segunda versión, no sin antes apuntar un par de ideas a vuelapluma de cómo se podría solventar el problema.

En este punto hacemos otro fast-forward y llegamos a finales de septiembre de 2018. Estaba aburrido una tarde y debí de pensar algo del tipo «pues este año estaría bien presentarse al Domingo Santos». No tenía ni idea de cuándo acababa el plazo, así que lo miré y, ups, faltaban como cuatro días. Imposible escribir un relato nuevo en ese plazo, así que eché un ojo a mi fondo de armario y me fijé en este por dos motivos: primero, la ambientación encajaba bien con la cifi clásica que suele valorarse en estos certámenes, y además esta vez la Hispacon se celebraba en Salamanca y el título del relato está tomado precisamente de una famosa cita de Unamuno, que fue rector de la Universidad de Salamanca. Era como una señal.

Repasé mis apuntes, lo vi claro y me puse a ello. Tuve que reescribir como un tercio del relato, quizá algo más, para meter sucesos que justificaran mucho mejor esa anagnórisis (¡la aparición de una tabla periódica es clave!) y la situación final de cada personaje. También lo corregí entero y depuré palabras repetidas, lo de siempre. Y el resultado me convenció, no era grandioso pero por fin aprovechaba bien la idea de partida y la explicaba adecuadamente. Mi lectora cero dio su visto bueno y la envié unos minutos antes de que concluyera el plazo.

Y ya veis, se coló entre los cinco finalistas. Es una pena que no haya ganado, aunque seguro que el vencedor lo merecía, no tanto por el premio en sí (que también) como porque difícilmente voy a poder publicar un relato así. Sólo le veo hueco en una antología de cifi tradicional, y eso actualmente está muy complicado. Pero bueno, se trata de ir sumando y quizá algún día tenga una propuesta sólida para buscar editor por mi cuenta.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Cecaelias

En la mitología son abundantes las razas medio humanas, con la otra mitad correspondiente a un animal diferente: centauros, minotauros, sátiros, nagas, etc. Y aunque no siempre, en varios casos notables la parte humana es principalmente femenina: sirenas, arpías, esfinges… De las criaturas que entrarían en esta última clasificación, una me parece muy curiosa por su relativa modernidad es la cecaelia o cecælia, según os guste juntar vocales. Se trata de una mujer con la parte inferior del cuerpo correspondiente a la de un pulpo o calamar (o a veces una masa de tentáculos sin estructura), y por lo general vive en un ambiente acuático por motivos obvios.

Sus orígenes no son fáciles de trazar (y, cosa extraña, casi todos los artículos que encontraréis en la red sobre este tema parten de un mismo texto sin identificar y explican más bien poco). Aunque evidentemente siempre hay antecesores, principalmente diversos grabados eróticos de Hokusai (Katsushika Hokusai, artista japonés de los siglos XVIII y XIX), su relativa popularidad moderna comienza a partir de Cilia, una breve historia gráfica aparecida en 1972 en la revista Vampus, con guión de Nicola Cuti y dibujo del español Félix Mas. En esta obra, que podéis leer en el enlace anterior, nuestra criatura (que se llama como el título) se presenta ella misma como «una cilofita», una clasificación que puede interpretarse como indicadora de que les crecen cilios, algo por lo demás evidente.

También existen referencias en antiguas leyendas de tribus indígenas de la zona costera de la Columbia Británica (Canadá) al «pueblo pulpo», gente solitaria y peligrosa, pero no violenta, que a veces apresa a los viajeros que se acercan demasiado al mar. Ahora bien, suele ser su pelo el que acaba en tentáculos, no sus piernas, y cabe señalar que en estas tradiciones también hay varones en esta misteriosa raza.

Evidentemente, el personaje de Úrsula de la versión cinematográfica que hizo Disney de La Sirenita (1989) puede encajar en este concepto y también ha contribuido a su popularidad. En la película Dagon, la secta del mar (2001) el personaje de Uxía Cambarro, interpretado por Macarena Gómez, era un profundo (¿o se dice profunda?) que en lugar de piernas tenía dos grandes tentáculos; hay quien dice que esto basta para considerarla cecaelia y conectar así a estas criaturas con los mitos lovecraftianos, tan tentaculares ellos, pero otros discrepan.

Dicho sea de paso, en principio no existe relación con el nombre de Cecilia, más allá de cierto homofonismo. Cecilia (lo mismo que Celia) proviene del latín caecus, que significa «ciego» (era el apellido de una importante familia patricia romana), mientras que cecaelia viene presumiblemenete de cilio, «orgánulo filiforme de algunas células que tiene función locomotora o excretora».

Empleo

Todo esto está muy bien (o no, según vuestros gustos), pero no aporta gran cosa de por sí. Narrativamente hay que plantearse qué ofrecen las cecaelias respecto a las sirenas, con las que comparten varios aspectos fundamentales (esencia femenina, seducción, amenaza acuática), que justifique su inclusión en una historia. Aunque las cecaelias son definidas a menudo como "brujas de mar" e invariablemente malvadas, la ficción existente no apoya ese planteamiento (en la propia historia seminal, Cilia era bondadosa), y si a eso vamos, las sirenas son casi siempre malignas o cuando menos peligrosas para quienes se dejan atrapar por sus encantos, por lo que en ese sentido poco ganamos.

Una opción simplista sería usarlos como otro monstruo cualesquiera, mismamente las cecaelias (machos y hembras) ya aparecen en los bestiarios de juegos de rol como Pathfinder, pero en mi opinión eso es terriblemente pobre. Creo que lo más interesante es aprovechar todos esos «fragmentos en blanco» de su mitología, debidos precisamente a su génesis moderna, para adaptar viejos mitos a conceptos actuales.

Esto es algo que ya se ve. Por ejemplo, en muchas obras de ficción (no profesionales la mayoría) las cecaelias se muestran más carnales, sexuales y directas que las sirenas (rayando a veces en el infame «tentacle-porn» del hentai). Que es, desde luego, un modo de acomodar leyendas previas a una mentalidad que ya no corresponde a la antigua.

Las cecaelias incluso podrían servir para dar una vuelta de tuerca a los propios Mitos de Cthulhu, como ya se ha mencionado antes, y sustituir a los profundos para hacerlos más humanos y darles un matiz erótico y seductor del que carecían en la literatura lovecraftiana original, como se ha hecho en otros subgéneros del terror con vampiros u hombres lobo (ojo con los puristas, que esto no les va a gustar).

A título personal nunca he usado una criatura así en mis relatos, como tampoco he usado una sirena. Creo que exigen una «suspensión de la incredulidad» superior a lo que me es habitual porque ¿cómo van a mezclarse un humano y un pulpo o un pez? Habría que buscar alguna justificación, aunque fuese peregrina. ¿Mutación, experimentos genéticos, o podría bastar con mantener el misterio de su naturaleza?