No, no voy a hablar aquí de las obras de terror destinadas al público infantil, que ya han hecho correr ríos de tinta, sino de algo bien distinto: la literatura infantil como mecanismo dentro de la trama de una obra de terror.
Así dicho de sopetón puede sonar absurdo, pero es un elemento brutalmente bueno cuando se usa con inteligencia. La idea suele consistir en que la obra de un famoso autor de género infantil oculta en realidad tenebrosos secretos o mensajes ocultos. Vamos, algo así como descubrir que si lees al revés los poemas de Gloria Fuertes aparecen mensajes satánicos .
El contraste entre la literatura infantil, que por lo general evoca conceptos positivos como inocencia o bondad, y el elemento subyacente de terror me resulta fascinante y ya ha dado buenos resultados. El ejemplo más famoso seguramente sea El país de las risas (The Land of Laughs, 1980), la primera novela de Jonathan Carroll, publicada en castellano por Ultramar hace la tira de años y que, por algún misterio insondable, nunca ha sido reeditada en nuestro idioma.
En ella (ojo, spoiler), un biógrafo del fallecido Marshall France, mundialmente famoso autor de libros para niños, descubre que su admirado ídolo adquirió el poder de dar vida a lo que escribía, y ha dejado sellado hasta el último detalle del destino de su pueblo natal y sus habitantes. La cosa, os lo digo ya, no puede acabar bien, pero la novela es impresionantemente buena. Hay otras similares (como Zod Wallop) pero que yo sepa no se han traducido todavía.
Hallamos otra muestra más reciente en Mysterius el Increíble (Mysterius the Unfathomable, 2010) un cómic de Jeff Parker y Tom Fowler editado aquí por Norma. Allí se revela que el Dr. Gaust, otro autor de libros infantiles enormemente famoso y en teoría ya fallecido, ocultó ritmos cabalísticos dentro de las rimas sin sentido de sus cuentos, de modo que millones de niños y adultos, al repetirlas, le otorgan un enorme poder que le permite seguir viviendo en su propio mundo paralelo, donde gobierna como un tirano omnipotente.
En este caso la influencia de ese factor sobre la trama no cobra tanto peso como en El país de las risas, pero al ser un cómic cuenta con la ventaja del elemento visual: contemplar a todas esas "criaturas de fantasía", de formas imposibles (y que en el fondo siempre nos han dado un poco de miedo, como los payasos) convertidas en depredadores sanguinarios que no dejan de hablar en verso resulta enigmáticamente satisfactorio. Como una reivindicación de nuestros temores infantiles.
Me gustaría poder añadir un relato propio a esta tradición, es una idea que me atrae desde hace tiempo. La dificultad principal está en caminar por esa delgada línea que separa lo chocante de lo ridículo, abrazar el componente surrealista que ha de tener una narración de este tipo pero manteniendo siempre la lógica subyacente, sin caer en el recurso fácil de plasmar escenas absurdas sin motivo. Porque esa es la clave que hace que estas historias funcionen: que en el fondo todo lo que cuentan tiene perfecto sentido. Un sentido retorcido, siniestro y macabro, eso por descontado, pero sentido al fin y al cabo.
2 comentarios:
Había un juego de rol indie que tenía bastante de esto, creo que se llamaba PuppetLand y era muy perturbador. Y bueno, luego está la fantabulosérrima Killer Klowns from Outer Space xD
Sí, pero los payasos ya dan mal rollo de por sí, yo iba más bien por el "reverso tenebroso" de la literatura infantil. ¿Te imaginas un In the Mouth of Madness cambiando a Sutter Cane por un escritor de novelas infantiles? ;-)
Saludos,
Entro
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