Estas últimas semanas me he dado el gusto de releer a Chéjov, una de esas actividades periódicamente sanas para el espíritu.
Antón Chéjov (o Chékhov, o incluso Tschechow, la latinización de nombres rusos siempre es discutible) es reconocido en la actualidad principalmente por sus obras de teatro (El jardín de los cerezos, La gaviota o Tío Vanya), pero aquí quiero destacar su labor como cuentista, en el mejor sentido de la palabra. Chéjov vivió apenas 44 años, marcados por la tuberculosis que finalmente se lo llevó a la tumba, y a su muerte en 1904 dejó publicados más de doscientos relatos cortos donde destiló los temas esenciales de la época dorada de la literatura rusa, a la que él mismo puso prácticamente fin.
Decía Gorki con acierto: «Al leer los cuentos de Chéjov uno parece sumergido en un día triste de finales de otoño, cuando el aire es tan transparente y en él se recortan con punzante nitidez los árboles desnudos, los estrechos edificios, la masa gris de la muchedumbre». En efecto, la prosa de Chéjov es triste pero piadosa, como compadeciéndose del aciago sino de sus personajes. A él, como a Terencio, nada humano le era ajeno.
Sus temas principales son los ya característicos de la literatura rusa decimonónica: la vacuidad de la vida moderna, la incapacidad de la sociedad en su conjunto para progresar, frenada por una burocracia que empapa a todos sus estratos, y el cruel trato reservado para quienes intenten apartarse de lo establecido. Sus personajes se caracterizan por la debilidad de carácter, esa fatal carencia de voluntad para cambiar de vida o influir positivamente en quienes les rodean, a pesar de que posean una inteligencia activa y en su fuero interior comprendan qué es lo que va mal, y en muchos casos acaban cayendo en la desesperación o en un absurda fe en un futuro que supuestamente mejorará por sí solo. Es como leer a Dostoyevski, pero ahorrándose mil doscientas páginas de Los hermanos Karamazov donde no pasa absolutamente nada .
En su largo haber de relatos tenemos desde historias de dos o tres páginas a auténticas novelas cortas como El pabellón nº 6 (que supuestamente impresionó mucho a Lenin) o Historia anónima. Algunos son humorísticos, otros básicamente costumbristas y unos cuantos muy tristes, pero siempre con una cualidad tan marcada como indefinible, esa cierta «chejovidad» que acompaña con amabilidad a sus protagonistas hasta el desastre final.
Narrativamente, sus historias se caracterizan por una estructura tenue, donde los tres actos están muy poco diferenciados. Chéjov huye de cualquier tipo de deus ex machina y busca que los eventos fluyan de forma natural, a menudo sin sucesos específicos que apresuren la trama. Sus finales tienden a ser anticlimáticos, o incluso no hay un final propiamente dicho y la trama se diluye en la vacuidad de lo cotidiano. Esto les proporciona una sensación de veracidad difícilmente igualable.
En estos últimos años la editorial Páginas de Espuma ha ido publicando los cuentos completos de Chéjov en cuatro tomos (creo que hasta la fecha sólo han salido los tres primeros). Es una empresa digna de encomio, pero me da que para aproximarse por primera vez a este autor conviene hallar una puerta de entrada más accesible; por ejemplo, alguno de los tomos breves que en su momento publicó Alianza Editorial, baratos y muy dignos.
Nota: Vaya, veo que justo esta es la entrada nº 100 de Disportancia . Gracias por acompañarme durante este tiempo.
2 comentarios:
No sabía que Gorki, el protagonista de "A fuerza de cariño", fuera expeto en literatura...
Céntrate más en tu nicho de escritor y verás como aumentas tu grado de difusión, los blogs de nicho son más efectivos.
Saludos
Es un buen consejo, pero ya sabes que me gusta ser ecléctico ;-)
Saludos,
Entro
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