No suelo subir artículos dedicados a un libro en particular para que nadie se piense que esto es un blog de reseñas (más que nada porque no lo es, no me veo escribiendo reseñas de forma regular). Pero hago excepciones con algunos libros muy particulares que merecen su propia entrada. Es decididamente el caso de En busca del rey (A Search for the King, 1950), una breve novela de Gore Vidal que ha pasado en general desapercibida dentro de su larga carrera literaria, pero que me impresionó mucho tanto en su momento (a mediados de los años 80) como al releerla ahora.
En esta novela seguimos los pasos de Blondel, trovador de la corte de Ricardo Corazón de León, en la búsqueda de su señor, retenido por el Duque Leopoldo de Austria al regreso de la Tercera Cruzada. Blondel (apelativo que significa «rubio») es una figura más o menos histórica, cuyas melodías se cree que aparecen incluso en Carmina Burana, pero a partir de ahí la relación con los sucesos de la trama es pura ficción, que Vidal basa en una leyenda de mediados del siglo XIII, Récits d'un Ménestrel de Reims, separada por lo tanto más de sesenta años de los hechos narrados.
Se trata pues de una novela histórica (dentro de la historicidad que permite una época tan proclive a lo legendario, claro), pero donde hallan hueco algunos elementos fantásticos de los que no sé bien qué pensar. No se lo puede calificar propiamente de realismo mágico, porque aquí lo fantástico no forma parte de lo cotidiano, pero sí que su aparición puntual lleva al lector a no poder confiar del todo en que lo que se nos presenta tenga una explicación racional. Es una convivencia difícil: casi todo el libro discurre por un realismo relativamente descarnado, y de pronto aparece un dragón (literalmente). De hecho, el dragón es lo único a lo que no le encuentro una posible interpretación terrenal, porque los hombres-lobo son bandidos que se esconden en el bosque y del gigante ya se explica que es simplemente un hombre muy alto, y la vampiresa (hija de Drácula, nada menos) y el unicornio entran dentro de lo discutible. El cameo final de Robin Hood no sé si meterlo en el saco de lo realista o lo fantasioso .
Pero más allá de esa intromisión de lo imposible, la historia es completamente mundana. El trasfondo de la búsqueda regia, que no tiene demasiada enjundia en sí misma, se convierte en una excusa para hilar una serie de episodios (un tanto inconexos, punto en contra) que giran sobre la intromisión de un individuo más o menos libre (Blondel, un viajero que llega de lejanas tierras y parte hacia donde quiere) en pequeñas sociedades rurales de la Europa medieval, donde lo más probable es que uno nazca y muera sin haber visto más allá del pueblo de al lado.
Así, el trovador se relaciona con personajes frustrados, tristes y perdidos en el mundo, entre los que para mí se lleva la palma la campesina Amelia, instintivamente sabia pero anclada en una comunidad que no le ofrece la menor posibilidad de superación. Por su parte, Blondel se pregunta si su supuesto privilegio al poder vagabundear ganándose la vida con sus cantos, siempre solitario y sin pensar en el provenir, merece realmente tal apelativo. Esta duda se ve reforzada por el difuso anticlímax de la novela, ya que Blondel no rescata a Ricardo (aunque le encuentra finalmente en un castillo alemán), el rey inglés no corre peligro en ningún momento porque nadie se atrevería a asesinar a un monarca, y de todos modos la participación del trovador en toda esa trama diplomática y cortesana es irrelevante.
Con esta novela, que es la quinta de su carrera pese a que contaba sólo veinticuatro años cuando terminó de escribirla (impresionante, ¿verdad?), Gore Vidal no alcanzó el éxito, que sólo le llegaría años después gracias a Juliano el Apóstata (1964) y la heptalogía «Narratives of Empire» sobre la historia de los Estados Unidos. Su obra anterior, The City and the Pillar (1946), había generado una amplica polémica al plantear situaciones explícitamente homosexuales (Gore Vidal era gay, aunque él afirmaba, creo que con tino, que todos somos básicamente bisexuales); sin embargo no sucede lo mismo en En busca del rey, y eso que es un entorno y ambiente que se prestan a ello. Seguramente, como menciona en el prólogo, Vidal trató de preservar la amistad como eje central de la historia, dado lo poco habitual que es algo así en la narrativa tradicional.
Dicho sea de paso, y aunque se trate de un aspecto secundario, la extensión de esta novela entra dentro de mis preferencias, unas 250 páginas. De hecho, quitando el prólogo y las páginas en blanco entre capítulos, quedarán alrededor de 215, y aún así suceden cosas más que suficientes para conformar una historia completa. ¿Para qué más? Se lee rápido, no hay infinidad de personajes y cuando llegas al final sigues acordándote de todo lo que ha pasado.
Por todo ello, y sin que llegue a considerarla una obra maestra de la literatura, sí creo que En busca del rey posee suficientes virtudes como para rescatarla del olvido parcial en que se halla sumida, especialmente si os gusta el territorio intermedio entre la literatura de fantasía y la histórica. Y, como interés adicional, porque son escasos los personajes trovadores y juglares en la literatura sobre el medievo, dominada por guerreros, sacerdotes y magos. Sólo me viene ahora a la mente el bardo Fflewddur Fflam, de las Crónicas de Prydain.
Mi ejemplar de la novela es el publicado por Edhasa en 1984, con el dibujo de sobrecubierta en verde. Hay unas cuantas ediciones posteriores, una de ellas con la misma imagen pero en rojo, y otra más moderna con el escudo de armas del rey Ricardo (los tres leones). La más reciente, en bolsillo, es de la que doy los datos, y corresponde a esta última portada, que tenéis a la izquierda:
Edhasa Pocket, 2006. 288 págs, 8€.
No hay comentarios:
Publicar un comentario