sábado, 6 de agosto de 2016

El mundo de los ladrones: un experimento literario

A menudo las obras literarias resultan más interesantes por el concepto que plantean que por su resultado final. Este es el caso de Thieves' World, El mundo de los ladrones, un proyecto colectivo nacido en 1978 de la mente del ya fallecido Robert Lynn Asprin y que llegó a cosechar un considerable éxito, con más de una docena de antologías publicadas y varias novelas desde ese año hasta finales de los 80, amén de adaptaciones a juegos de rol, cómics, etc.

La idea de partida era que diversos autores compartieran un mismo mundo de fantasía, con su trasfondo y sus personajes, de forma que no necesitaran crear de cero un nuevo universo para sus relatos y estos se enriquecieran mediante la interacción con los de otros escritores. Nada revolucionario, como veis. Podríamos decir, por ejemplo, que los Mitos de Cthulhu creados por Lovecraft y ampliados por su círculo de corresponsales y posteriores admiradores vienen a formar un concepto similar, y no mucho después de Thieves' World aparecieron ambientaciones compartidas dentro de su mismo género de fantasía medieval, como Dragonlance o Forgotten Realms (ambas derivadas de D&D).

No obstante, en El mundo de los ladrones se planteaba esta contribución colectiva de forma deliberada y más orquestada, con una lista de localizaciones y personajes secundarios disponibles para ser usados en los relatos, deidades y religiones, normas concernientes a los personajes principales de otros autores (por ejemplo, no matarlos sin permiso de su creador) y, como entorno principal, una ciudad fronteriza sin ley, Santuario, bien definida y cartografiada. Pero el principal rasgo diferencial era la existencia de un coordinador que orientaba e informaba a los diversos participantes e imponía su criterio sobre lo que se aceptaba y lo que no (tarea de la que se encargaba el propio Robert L. Asprin y posteriormente la que entonces era su esposa, Lynn Abbey).

Pero por buenos que sean los mimbres, el meollo siempre estará en los relatos, y me temo que estos por lo general son mediocres. Y eso que para los primeros volúmenes de la saga se buscó a autores de renombre, pero (a mi juicio al menos) la cosa no acaba de cuajar, y me atrevería a decir que en el caso de Poul Anderson o Marion Zimmer Bradley, por citar un par de los que firman la primera antología, alcanzan el nivel de vergüenza ajena (¡y no hablamos precisamente de unos donnadies!).

¿Cuál puede ser la razón? Tal vez que los textos están forzosamente centrados en el personaje estelar de cada autor y por ello resultan poco vivaces, o que nadie se atrevía a arriesgarse demasiado por no incomodar a sus compañeros, no lo sé. Cuenta Asprin que su preocupación estaba en evitar en la medida de lo posible las incoherencias argumentales entre unos relatos y otros (personajes que mueren en una historia y aparecen vivos en otra, y cosas así), algo que me parece irrelevante, mientras que son las marcadas diferencias de estilo entre un relato y otro las que hacen difícil «meterse» en la sociedad que nos propone.

Fantasía sucia

Pero lo que me interesa principalmente de El mundo de los ladrones, aparte del concepto colaborativo, es su estilo de fantasía oscura (o más bien «sucia»), en un entorno de poca magia y una ciudad llena de corrupción y bajos instintos, donde las buenas intenciones son rápidamente aplastadas por la cruda realidad. Un estilo que, lo confieso, me recuerda al mío cuando me pongo a escribir cosas de espada y brujería. Quizá por ese motivo varios de estos relatos han perseverado en mi memoria a lo largo de los años pese a su discutible calidad.

Englobado dentro de las corrientes literarias de finales de los 70 y primeros 80, este tono tan alejado de la «alta fantasía» de J.R.R. Tolkien, Ursula K. LeGuin o Lloyd Alexander encaja bien en su tiempo. Hablamos de los años de Stephen R. Donaldson (con sus Crónicas de Thomas Covenant el Incrédulo), Elizabeth A. Lynn, Tanith Lee (autoras insuficientemente traducidas al castellano), Michael Moorcock (vale, este ponía más magia en sus historias) o Roger Zelazny (que estuvo a punto de participar en Thieves' World). Y evidentemente Santuario debe mucho al Lankhmar de Fritz Leiber, cuya saga de Fafhrd y el Ratonero Gris seguía vigente y había alcanzado su punto álgido sólo unos años antes.

Ahora bien, ¿qué tal ha resistido el paso del tiempo ese estilo sucio lleno de personajes ambiguos? En Santuario abundan la prostitución, la esclavitud, las drogas, el crimen, la tortura… Lo que llamaríamos temas «maduros». Pero a menudo esos recursos no funcionan como se pretendía, producen un efecto contrario que casi resulta hilarante. Salvo por algunas honrosas excepciones, recuerdan a un adolescente que trata en vano de impresionar haciéndose el duro y soltando tacos. Y eso me preocupa, porque hace que me plantee si mis propias historias, donde aparecen a veces esos elementos narrativos, podrían adolecer de los mismos defectos.

¿Cuál es la raíz del problema? Esto supone adentarse ya en el reino de las opiniones intransferibles, pero me gustaría sugerir dos posibles explicaciones. Una, que en algunos relatos las tramas no dependen realmente de esos aspectos siniestros, y por lo tanto la aparición de estos se diría un capricho del autor. Y dos, también suele ocurrir que el tono global de estas historias no encaja con asuntos tan crueles; después de tanta depravación resultan al final casi ingenuas en sus planteamientos, y en este sentido hubiese sido aconsejable inclinarse más hacia la vertiente de terror de la fantasía oscura. Son aspectos, en cualquier caso, que pienso tener en cuenta cuando me desempeñe en este género.

Puede que recordéis que la editorial Ultramar publicó en su momento los dos primeros volúmenes de El mundo de los ladrones en castellano, dentro de su colección de literatura fantástica (que en su breve recorrido nos ofreció maravillas como El país de las risas o los primeros tomos de la saga de Xanth de Piers Anthony). Desafortunadamente, la editorial estaba ya dando sus últimos coletazos y esta colección tuvo mucho menos recorrido que la de ciencia ficción. Desde entonces nadie se ha atrevido a seguir editando en nuestro idioma esta serie (ni la de Xanth, ahora que lo pienso).

El mundo de los ladrones, varios autores.
Ultramar, 1989. 285 págs.
Historias del Vulgar Unicornio, varios autores.
Ultramar, 1989. 303 págs.

2 comentarios:

R. R. López dijo...

No tenía ni idea de la existencia de esta saga. Me parece un concepto interesante.

En lo que comentas respecto a los aspectos oscuros en la fantasía, paradójicamente creo que donde mejor reflejados están es en la Fantasía Abdurda de Terry Pratchett y todos los tejemanejes de la ciudad de Ankh, donde todas las actividades delictivas son asumidas como una parte más de la idiosincrasia de esta metropoli, y gracias al humor Pratchett contrarresta de entrada ese efecto irrisorio que comentas.

Saludos

Entropía dijo...

Pues en inglés salieron la tira de libros, pero ya se sabe que aquí llega poco y tarde.

Aunque suene herético, acabé cansándome un poco de Pratchett. Al principio me encantaba pero luego me daba la impresión de ser lo mismo una y otra vez :-|

Saludos,
Entro