El otro día estaba pensando en nada en particular, como suele ocurrir, y de pronto me vino a la mente un párrafo completo de estilo «novela negra». Venía con todo incluido: sus asesinatos, sus antros de alcohol y perdición, y hasta su femme fatale.
Sonaba como una buena introducción para una historia más ambiciosa y no quería perderlo, así que lo apunté antes de que se me fuera de la cabeza. Pero la verdad es que no se me ocurre cómo seguir a partir de ahí, ni me veo ahora metiéndome en la novela negra. Así que aquí está, puesto en barbecho por si algún día regresa hasta mí la inspiración noir y decido retomarlo.
Imagine que uno pudiera ir a la armería, comprar una pistola y luego usarla para liquidar a alguien que no le gustara y, cuando fueran a detenerle, dijera con total candor: «no fui yo, lo mató la pistola». Y que entonces la policía, en efecto, se llevara detenida al arma y a uno lo dejara en paz. ¿Absurdo? Pues así era ella. Conseguía sus armas en los garitos que nunca cerraban. Tipos duros por fuera y rotos por dentro. Los manipulaba hasta hacerlos suyos, los convertía en sus armas y entonces les enviaba a matar a quien le estorbara en ese momento. Que yo sepa, lo hizo al menos en cuatro ocasiones. Nunca la condenaron.
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