Los planes son un recurso argumental muy interesante. Todo está perdido pero de repente a alguien se le ocurre una idea para darle la vuelta a la tortilla, o para desenmascarar al malo. O la banda de malhechores se reúne para repasar el plan de atraco. Pero observaréis algo muy curioso: si se detalla el plan antes de que se lleve a cabo, tened por seguro que a la hora de ejecutarlo fracasará. Por el contrario, si hay un corte en la narración justo cuando va a revelarse el plan, saldrá bien. Es algo tan asentado que hasta en TV Tropes tienen la entrada Unspoken Plan Guarantee: "la posibilidad de que un plan salga bien es inversamente proporcional a cuánto sepa del plan de antemano la audiencia".
Narrativamente es evidente el motivo. A nadie le apetece presenciar dos veces la misma escena, por lo que una de las dos (exposición del plan o ejecución del mismo) debe ser diferente. Salvo que el autor sea un desastre, claro.
Me diréis que, por ejemplo, en Atrapado en el tiempo (Groundhog Day, 1993) esto no es así. Phil Connors vive una y otra vez las mismas escenas. Cierto, pero fijaos en que algo cambia de una a otra: él. Al principio vive el día con normalidad, luego con extrañeza, hasta que finalmente va comprendiendo lo que ocurre. A partir de ese momento, cuando el personaje ya ha alcanzado una estabilidad emocional (no me refiero a que él sea estable, que evidentemente no lo es, sino que ya no cambia de un día a otro) se nos pasa a escenas sueltas que no se repiten.
Pero volviendo a los planes (o, en general, a cualquier exposición anticipada de lo que va a ocurrir a continuación), es verdad que la norma de que un plan revelado no puede salir bien (o no del todo bien) se ha vuelto prácticamente un tópico. Con todo, existen modos de respetar esta convención y a la vez sorprender al lector.
Por ejemplo, desde las tragedias griegas sabemos que resulta para el público extrañamente satisfactorio contemplar la baldía lucha contra el destino: es conocido lo que va a ocurrir, el protagonista intenta por todos sus medios desbaratarlo, pero al final sucede lo que estaba previsto (puntos extra si han sido precisamente las acciones del personaje las que han sellado su destino). Evidentemente en este tipo de historias lo emocionante no es qué va a pasar (que a grandes rasgos ya se sabe), sino cómo.
Si no queremos ser tan clásicos pero sí jugar con las expectativas del lector, otra opción es no revelar el verdadero plan. Puede que por algún motivo el plan expuesto no sea el real, bien porque haya una parte secreta o porque simplemente se trate de un señuelo, por si alguno de los presentes es un topo. Algo así se usaba en la famosa película El golpe (The Sting, 1973), en la que hasta el último momento se nos mantiene al margen de los giros adicionales de la estafa que le preparan al gángster, aunque previamente se ha explicado la idea general. Bien hecho, resulta doblemente satisfactorio: vemos el desarrollo del plan y a la vez se nos sorprende en su conclusión.
Y, por supuesto, nada nos obliga a revelar el plan de antemano. Así, cuando los sucesos se pongan en marcha, no sabremos si todo discurre según lo previsto o está yéndose al garete, lo que permite buenos giros argumentales. No es lo más original del mundo, pero funciona y eso es lo importante. Si nos preocupa no caer en el tópico, bastaría con disimular ese «fundido a negro» del que hablábamos al principio con un desarrollo más natural de los acontecimientos, y por supuesto es más fácil si tenermos una narración en tercera persona, de modo que ya esté asumido que el lector no sepa lo mismo que los personajes.
En cualquier caso, y como resumen de este artículo, por favor considerad siempre que, narrativamente, exposición y ejecución son escenas vinculadas entre sí, por separadas que estén en el texto, y deben complementarse mutuamente, nunca imitarse.
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