El sábado pasado se concedió en la Hispacon, como cada año, el premio Domingo Santos (precisamente apenas unas semanas después del fallecimiento del propio Domingo Santos, D.E.P), y resulta que mi relato Que inventen ellos ha quedado entre los cinco finalistas 😀.
Esta vez no ha podido ser como en 2013, cuando me llevé el premio, y la victoria ha sido para José Manuel Fernández Aguilera (¡felicidades!). Pero estoy igualmente orgulloso. Y como me apetece extenderme un poco más sobre el particular y de todos modos esto no lo lee casi nadie, os voy a contar lo que fue crear este relato de ciencia ficción «cercana».
Si el otro día comentaba que Partida inconclusa había surgido prácticamente a la primera, en el caso de Que inventen ellos la gestación fue, por el contrario, muy tortuosa. Para que os hagáis una idea, la primera vez que escribí esta historia me encontraba todavía en la universidad (buf). Era un relato extenso ambientado en una fiesta de adolescentes en un futuro indefinido donde pasaban muchas cosas y, aunque la idea de fondo era la misma, a la vez resultaba bastante confusa. Imagino que en ese momento tenía dentro demasiadas cosas que contar y me faltaba criterio para priorizar las importantes. Me parece que esa versión ya se ha perdido en la nada, por cierto; sólo quedaba una copia impresa que a saber ahora dónde para.
«La Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror -AEFCT- comunica que las obras que optan como finalistas al XXVII Premio de Relato 'Domingo Santos' 2018 son:
'La nota desafinada', presentado con el seudónimo Giuseppe Guarneri.
'La vieja mansión', presentado con el seudónimo Sergio Ñueto.
'Que inventen ellos', presentado con el seudónimo Loris.
'Somos empresa', presentado con el seudónimo Maquinista 7.
'Vacío', presentado con el seudónimo Natalia Smirnova».
Pasan los años (muchos, no preguntéis) y llegamos a principios de 2015, cuando releo la versión original y veo que no acaba de funcionar. Pero el caso es que como concepto me sigue gustando y creo que merece la pena volver a intentarlo. Así que reescribo el relato de cero, conservando a su protagonista pero trasladándolo a un instituto de educación secundaria (del futuro también, eso no cambia) para centrarme en la temática principal: el conocimiento científico y su rechazo por parte de la sociedad, y pongo como su contrapartida a una profesora. Es de esas historias que escribo a veces en las que la acción se basa en un intercambio de información entre dos personajes mediante diálogos, un poco como pasaba también en La voz de la razón y algunas otras más que no he publicado.
Este tipo de tramas resultan delicadas porque hay que reemplazar la acción y el movimiento con revelaciones y argumentaciones. Es complicado tanto para el autor como para los lectores, acostumbrados por lo general a narraciones más movidas y evidentes. Hay un punto en particular que suele presentarse, la revelación o anagnórisis, donde el protagonista comprende por fin la verdad que se ocultaba, y si eso no resulta creíble se derrumba toda la trama. Y a esta versión le pasaba eso: narrativamente podía valer, pero de repente y sin que se entendiera por qué en ese momento y no en otro, el chico hacía una deducción que explicaba todo el misterio. Es de esas cosas que en la vida real nos pasan de vez en cuando (que de pronto conectamos un par de hechos aparentemente aislados y todo cobra sentido) pero que en ficción no son admisibles por inverosímiles. De aquí viene eso de «la realidad siempre supera a la ficción», que se debe simplemente a que la realidad no necesita ser verosímil. Así que también aparqué esta segunda versión, no sin antes apuntar un par de ideas a vuelapluma de cómo se podría solventar el problema.
En este punto hacemos otro fast-forward y llegamos a finales de septiembre de 2018. Estaba aburrido una tarde y debí de pensar algo del tipo «pues este año estaría bien presentarse al Domingo Santos». No tenía ni idea de cuándo acababa el plazo, así que lo miré y, ups, faltaban como cuatro días. Imposible escribir un relato nuevo en ese plazo, así que eché un ojo a mi fondo de armario y me fijé en este por dos motivos: primero, la ambientación encajaba bien con la cifi clásica que suele valorarse en estos certámenes, y además esta vez la Hispacon se celebraba en Salamanca y el título del relato está tomado precisamente de una famosa cita de Unamuno, que fue rector de la Universidad de Salamanca. Era como una señal.
Repasé mis apuntes, lo vi claro y me puse a ello. Tuve que reescribir como un tercio del relato, quizá algo más, para meter sucesos que justificaran mucho mejor esa anagnórisis (¡la aparición de una tabla periódica es clave!) y la situación final de cada personaje. También lo corregí entero y depuré palabras repetidas, lo de siempre. Y el resultado me convenció, no era grandioso pero por fin aprovechaba bien la idea de partida y la explicaba adecuadamente. Mi lectora cero dio su visto bueno y la envié unos minutos antes de que concluyera el plazo.
Y ya veis, se coló entre los cinco finalistas. Es una pena que no haya ganado, aunque seguro que el vencedor lo merecía, no tanto por el premio en sí (que también) como porque difícilmente voy a poder publicar un relato así. Sólo le veo hueco en una antología de cifi tradicional, y eso actualmente está muy complicado. Pero bueno, se trata de ir sumando y quizá algún día tenga una propuesta sólida para buscar editor por mi cuenta.
2 comentarios:
Enhorabuena. Son muy buenas noticias :)
Gracias, Salino. A ver, en este mundillo todo queda rápidamente olvidado, pero a mí me enorgullece, claro :-)
Saludos,
Entro
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