Sólo cinco lecturas en esta última tanda y, ya es casualidad, cinco decepciones (unas más, otras menos). Al final por tanto han sido sólo veinticinco libros leídos este año, y eso que para el final he escogido varios relativamente cortos. Qué le vamos a hacer, las cosas han venido dadas así.
Debería haber preparado una estadística de número de páginas total, géneros y demás, pero me da un palo enorme ponerme ahora con eso, así que me voy a limitar a enumerar los libros y más adelante, si acaso, haremos los cálculos y los añadiré aquí mismo. Recuerdo que por ahí andan la primera parte y la segunda de las lecturas de este año.
James Kahn (1985)
Duomo, 2018. 260 págs.
Novelización de la famosa película de aventuras juiveniles de los años 80. Qué puedo decir, es mala. Se limita a transponer todo lo que vemos en pantalla y encima adopta el estilo de un chaval de doce años, sin tener en cuenta que lo que puede funcionar en una peli (si es rápida y espectacular) no se sostiene en una trama escrita. Por si fuera poco, la traducción mantiene los cambios tontos del doblaje de la peli (como que Rossana sea italiana en lugar de mexicana).
Susana Camps Perarnau
Questio, 1989. 108 págs.
Hacía mucho que no leía ensayo, y ha caído este porque me gusta aprender de narrativa. Por desgracia es muy superficial y a menudo cae en una especie de romantización de la mitología frente a la ciencia, por no mencionar que casi habla más de arte que de literatura. Puede servir para consultar referencias sobre elementos de fantasía, pero en conjunto era mucho mejor El jardín crepuscular de John Clute.
George Langelaan (1962)
Planeta, 2001. 155 págs.
No sabía que La mosca era un relato corto, pero así es, y esta antología recoge cuentos de ciencia ficción obra de Langelaan entre los años 50 y primeros 60. Son originales, pero muy intelectuales y demasiado fríos, un poco como ocurría con los de Pedrolo en Trayecto final. Para colmo el relato más largo no es de género y encima aburre bastante.
Sidone-Gabrielle Colette (1920)
DeBolsillo, 2010. 175 págs.
Es lo primero que leo de Colette, una autora a la que tenía ganas. Y no sé, es probable que me pierda muchas sutilezas de los diálogos, pero no ha acabado de atraparme. Me cuesta empatizar con cualquiera de los personajes, salvo quizá con Edmée, que no deja de ser una secundaria. Para todos los demás, la vida es demasiado fácil y superficial. Puede que quizá vaya de eso la novela, pero aun así echo de menos algo de intensidad.
Joaquín Leguina (1992)
Plaza y Janés, 1996. 245 págs.
Empieza bien, pero acaba resultando un tanto decepcionante. Literariamente no es gran cosa y como narración tampoco funciona, se dispersa mucho en aspectos que poco tienen que ver con la trama principal, la investigación de los crímenes, que apenas se explora durante la novela. La época en la que se desarrolla (posguerra inmediata al final de la guerra civil) es interesante, pero en ese mismo entorno creo que era mejor El embrujo de Shanghai de Marsé.
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