Y ya la tercera tanda de lecturas de este año. Con la primera y la segunda fui más rápido de lo previsto (que sigue siendo lento en comparación a cómo lee otra gente) y aquí me he atascado más, por culpa de un par de libros que se me han atragantado (no por malos sino por su complejidad) y, como suele suceder, por circunstancias de la vida. Como siempre, no he seguido más criterio que lo que me apetecía en cada momento.
Robert James Waller (1992)
RBA, 1997. 158 págs.
No recuerdo demasiado de la película de Clint Eastwood y Meryl Streep basada en esta novela corta, que por lo visto fue un éxito en su momento. El caso es que se supone que es una historia romántica, pero a mí me ha parecido el típico «chica aburrida conoce malote y se le derriten las bragas». Aun así se lee bien y no se hace pesada, y el tono de «metatrama» le proporciona una veracidad de la que carece la historia central.
Tanith Lee (1986)
DAW, 2017. 431 págs.
Cuarta entrega de los Cuentos de la Tierra Plana, donde conocemos a la hija de Azhrarn y su ascenso como Señora del Delirio en un panteón por lo demás masculino (incluso se habla del Señor del Destino, que no me suena de antes). Como siempre, lo mejor son las historias paralelas, donde Lee da rienda suelta a su creatividad. Me falta otro volumen para terminar por fin la serie.
Michel Houellebecq (1991)
Siruela, 2006. 126 págs.
He releído este breve ensayo de Houellebecq para una charla lovecraftiana en la que participé (enlace) y sigue pareciéndome tan fascinante como la primera vez. Leer a un gran escritor hablar de otro al que admira es una maravilla, y la prosa está a la altura de la fama del autor.
Como ensayo en sí se dispersa bastante y toca temas desperdigados, pero sigue ofreciendo un estupendo retrato de Lovecraft y de los aspectos fundamentales de su literatura, sin blanquear innecesariamente su figura. Hace unos meses Anagrama lo reeditó, esta vez con prólogo de Stephen King, y lo recomiendo encarecidamente.
Joseph Conrad (1899)
Alianza, 1998. 167 págs.
Un clásico que me faltaba por leer. Y no sé si ha acabado de convencerme. Es confuso e irregular, tiene escenas magníficas y otras incomprensibles… Quizá por eso ha provocado tanto debate a lo largo de más de un siglo. Tal vez lo valore más adecuadamente con el paso del tiempo, viendo qué poso deja en mí, por ahora lo dejo en barbecho.
Ira Levin (1972)
Ultramar, 1974. 155 págs.
El autor de La semilla del diablo intenta aquí parodiar la lucha de sexos, con un resultado decepcionante que puede deberse tanto a la época como a la traducción. Todos los personajes, tanto hombres como mujeres, parecen caricaturas y cuesta empatizar con unas y odiar a los otros. Pretende ser de terror, creo, pero casi parece comedia y su final abierto es mucho menos potente de lo que podría (es de esas novelas cortas que habrían ganado siendo más extensas).
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